_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

PSVP-PSOE: ahora o nunca

He estado callado durante bastante tiempo sobre el debate del PSPV. No me ha gustado nunca el acudir a los foros públicos dando opiniones sobre cuestiones internas de un partido político que, si son críticas, solamente interesan a quienes se alegran exclusivamente con el olor de la sangre. No significa ello que esté de acuerdo con quienes practican la opacidad y el hermetismo en la vida de los partidos, que son un instrumento fundamental en la vida de un país. Por ello, las cuestiones internas pueden interesar al conjunto de los ciudadanos, que desea conocer si quien solicita su voto es merecedor de ello, pero aún así, las noticias de los partidos solamente alcanzan la primera página cuando los militantes enloquecen y se dedican a hacer buena la frase de Adenauer cuando afirmaba que de menor a mayor enemistad, había enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido.Esa propensión al espectáculo conlleva que cualquier apasionado por una decisión, cualquiera que pierda en un proceso interno, pueda tener su momento de gloria atacando con la frase más mordaz que se le ocurra, a la dirección o a sus compañeros de partido. Y eso por no hablar de tanto indeseable que hace de la filtración sobre cualquier compañero un arma temible de la lucha política.

Me encuentro por lo tanto en una posición equidistante tanto de quienes se cierran en el más absoluto hermetismo (al grito de "los trapos sucios se lavan en casa") como de los amantes del espectáculo cainita. Es una posición que supone con frecuencia realizar difíciles equilibrios de los que, a veces, uno sale a trompicones.

El caso es que en esa situación en la que -como en el juego de las siete y media en versión de Muñoz Seca- tan malo es no llegar como pasarse, me decido a expresar algunas ideas sobre la crisis del PSPV, creo que en vías de ser superada.

En primer lugar, pienso que un primer ejercicio colectivo de los militantes de este partido debería consistir en pedir perdón a los votantes y al conjunto de la sociedad por el espectáculo que hemos dado en los últimos años, y creo que esa responsabilidad deberíamos asumirla todos, sin caer en maniqueismos sobre quienes son los buenos o los malos. Hace años leí un libro del Premio Nobel Ivo Andric titulado El puente sobre el Drina. Se trata de una obra que recomienda Felipe González porque en sus páginas se encuentran las claves para entender el conflicto yugoslavo. En ella se narra cómo los conflictos entre las distintas comunidades étnicas y/o religiosas en un pueblo de la Herzegovina quedaban apaciguados, pero latentes, cuando existía un poder superior fuerte -imperios turco, o austro-húngaro y más tarde Tito-, y estallaban cuando ese poder se debilitaba o desaparecía. Algo así ha ocurrido en el PSPV, que desde el inicio ha tenido una historia convulsa, fruto entre otras cosas de una insuficiente asimilación de algunos de los grupos que lo fundaron. Desde el año 1977 se vio que uno (PSOE) tenía los votos y otros (PSPV, PSP) los cuadros, y tal vez en ese hecho se deriven no pocas de las tensiones existentes. Es cierto que esas tensiones fundacionales siguieron latentes pero ocultas tras una dirección fuerte y respaldada y con un tremendo poder institucional. Pero nadie puede negar que siguieron existiendo, aunque se orientaron hacia las filtraciones descalificadoras de los compañeros-contrincantes y así este partido que es el mío, se convirtió en el mayor proveedor de gargantas profundas por metro cuadrado del mundo civilizado. El congreso de Cheste, cuando el poder institucional estaba tocando a su fin, constituyó un intento frustrado de poner remedio sin la necesaria autocrítica, buscando equilibrios, en un mecanismo que antes había funcionado, entre posiciones cada vez más irreductibles por los odios que se habían generado. En definitiva, se trató de hacer buena la máxima de Lampedusa según la cual es necesario que algo cambie para que todo siga igual. Ahora bien, en el falso cierre de ese Congreso se cimentó todo el desatre posterior, empezando por el congreso de la Politécnica y todo cuanto vino después. Cuando el poder se debilitó, llegó el momento de pasar factura, de sacar las navajas y cuando no los trabucos o las lupparas, y lo que antes era una pelea de salón para mantener o incrementar la influencia se convirtió en un duelo a muerte. Al contrincante había que expulsarlo de la vida política.

Otra circunstancia sobre la que vale la pena reflexionar es la relativa al sentido de la renovación, una palabra mágica que parece santificarlo todo. Reconozco los errores y tal vez el mío sea el primero porque creo que fui el que reivindicó en primer lugar este término en esta Comunidad, movido por el deseo de un partido más abierto y por mi identificación con aquello que se denominó el clan de Chamartín. No voy a sacarme espinas por aquello, pero difícilmente podré olvidar que en aquellos momentos hubo compañeros contrarios a la renovación que, al poco tiempo aparecieron como sus adalides, lo cual en lo personal puede afectarme más o menos pero que, en cualquier caso, denota tanto oportunismo que explica ciertos fracasos posteriores. El caso es que el movimiento renovador, en sus inicios, significó una apuesta por un partido más cómodo, más habitable, del que se desterraban posturas del tipo: "El que se mueve no sale en la foto". Ahora bien, como tal, la renovación derivó hacia actitudes propias del más feroz de los aparatos, mientras que en la realidad se traducía simplemente como un: "Quítate tú, que me pongo yo". El caso es que hoy en día el término renovador ha quedado tan devaluado por el abuso, y por su inconsistencia que parece que ya nadie se identifica con él.

La realidad es que en el Congreso de Alicante han quedado claras algunas cosas. En primer lugar lo positivo de su cierre, aunque existieran determinados incidentes que convendría olvidar pronto. Posiblemente ello sea debido a la bondad del sistema de elección del secretario general -la famosa "vuelta y media" que pareció en su momento como un pastel-, que permite elaborar unos órganos de dirección sin exclusiones, pero en cualquier caso que el ganador en la votación integre al perdedor como vicesecretario general es algo que habla en favor del sistema y, también del talante del vencedor. En segundo lugar ciertos signos posteriores conducen a pensar que esa elección no consiste simplemente en un gesto, sino que se ha producido una auténtica integración entre quienes se inclinaron en el congreso por opciones diferentes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

En definitiva, parece que, el deseo de los militantes es inequívoco en favor de iniciar una nueva época, con nuevos líderes que están dispuestos a enterrar pasadas rencillas. La única duda consiste en averiguar si ese deseo es lo suficientemente fuerte para sepultar definitivamente el amor a la sangre en el que nos hemos desenvuelto en los últimos años. El tiempo lo dirá.

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_