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Tribuna:SAQUE DE ESQUINA
Tribuna
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Azul y blanco

Curiosos y simpatizantes se preguntan qué le pasa a la Real Sociedad, y según convenga a la conversación dicen que está hechizada, que ha olvidado la fórmula, que no tiene jugadores o, sencillamente, que no tiene un plan. Luego, por un comprensible impulso de melancolía, recuerdan la inolvidable Real del Bienio, aquel equipo fulminante que se apoderó de la Liga al principio de los años ochenta.Dirigidos por Alberto Ormaechea, un hombre del caserío, los Arconada, Zamora, Satrustegui, Idigoras, López Ufarte y Alonso dedicaban la mitad del horario a explicar a la concurrencia cuál era la clave de su descomunal rendimiento. Cuando se les preguntaba si temían más al Madrid o al Barcelona, se ponían a pensar, y sin el más mínimo empacho terminaban por dar una misma respuesta castiza: A nosotros quien verdaderamente nos crea problemas es nuestro filial, el Sanse; en los partidos de entrenamiento, se entiende.

No bromeaban. Burla, burlando, se permitían revelarnos el secreto. En el Sanse empezaba a asomar la promoción de Bakero, y tras ella venían otras cortadas por un mismo patrón. Pertenecían a un club-escuela cuyos modelos se habían afianzado en la estética de la ciudad. Los porteritos locales madrugaban para emular a Luis Arconada, los chicos más corpulentos se concentraban en Kortabarria, los más elegantes calcaban los quiebros de Zamora y, en fin, los zurdos pequeños y maliciosos repetían de memoria el repertorio de López Ufarte, Le petit diable.

La Real era, pues, una tribu urbana. Disponía de una estructura familiar en la que los hermanos mayores convivían con los menores. Se encargaban de aleccionarlos, les infundían un espíritu ganador y, aún más, les transmitían un estilo. La fórmula mágica era una elaborada interpretación del contraataque. Con Perico en las tareas de aprovisionamiento, se emboscaban en la retaguardia, cortaban los circuitos del equipo contrario, se armaban de paciencia y al menor descuido montaban la maniobra. Ensartaban el balón en un hilo invisible que solía hacer el siguiente recorrido: Alonso, Zamora, Satrustegui, López Ufarte, Idigoras, gol. Si conseguían sumar dos o tres llegadas limpias habían ganado el partido.

Nadie sabe quién fue el culpable, pero poco a poco perdieron su identidad: primero negociaron con su propio talento, y más tarde, con la excusa de reforzar la cantera, compraron de baratillo en las afueras del mercado. Un austríaco por aquí, un yugoslavo por allá, después algún lituano, más tarde algún sueco; gente irreconocible por todo salvo por su acento. Y la Real empezó a disolverse en los aguazales de Anoeta.

Como esos hijos pródigos que sólo vuelven para hacerse cargo del negocio familiar, hoy llega Perico con su mirada clerical, su murmullo de cascarrabias y su inconfundible paso de buey.

Puesto que no podemos confiarle a los herederos de Zamora y Arconada, démosle una prueba de confianza.

Puesto que no disponemos de capital, démosle tiempo.

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