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Medallas olímpicas y premios Nobel

España está consternada, al menos así parece si nos atenemos a lo que se lee, ve o escucha en los medios de comunicación. Nuestros deportistas han regresado de Australia con menos medallas olímpicas de las esperadas. Menos de las que se consiguieron en los dos últimos Juegos Olímpicos, un indicador -se nos dice- de que algo va mal en el país. No debería sorprender que, en consecuencia, se hayan producido interpelaciones parlamentarias, críticas de la oposición al Gobierno y de éste a los Ejecutivos anteriores, declaraciones y artículos sin fin de todo tipo de personas. La adecuación del Plan ADO ha sido uno de los puntos más debatidos: ¿es demasiado -o demasiado poco- elitista?, ¿se ha quedado viejo? Y a la rueda del molino se han unido otros. Leo que el presidente del COI ha pedido que el deporte figure de forma destacada entre los objetivos de la Unión Europea, porque tiene que ver con la salud de los pueblos.El deporte tiene que ver con la salud, en efecto, pero no el deporte profesionalizado, el que aspira a medallas olímpicas o a primeros puestos en competiciones tan exigentes, tan, en tantos sentidos, inhumanas, como "vueltas" ciclistas. El deportista vive, cuando se acerca a los niveles más elevados de su profesión (porque profesión es), en un permanente y delicado equilibrio entre lo "natural" y lo "artificial". De qué si no todas esas constantes pruebas médicas, todos esos continuos, y cada vez más refinados, controles. La salud que emana del deporte se encuentra en los patios de los colegios, en los campos deportivos de parques y polideportivos (cuando existen, claro) de barrios, no en los estadios olímpicos, ni en otras grandiosas instalaciones deportivas. En cuanto al COI, en mi opinión se parece más a una multinacional del deporte (entendido éste como espectáculo), que mueve miles de millones de dólares, que a cualquier otra cosa. El deporte olímpico que aparentemente tanto ha afectado, para algunos, al honor nacional tiene que ver más con el dinero, con los espectáculos de masas, con las promociones comerciales que con la salud y el "noble entendimiento entre los pueblos" (¿se ha parado alguien a pensar que en las retransmisiones deportivas de los Juegos Olímpicos priman cada vez más las de los deportistas "propios", en obvio perjuicio de quienes desean contemplar los mejores espectáculos?; el deporte olímpico -acaso todos los deportes profesionales- está impulsando con fuerza creciente los nacionalismos).

La importancia del deporte profesional aumenta en nuestras sociedades, pero sería interesante indagar en algunas de las razones y consecuencias de ello. En España, el tiempo que los noticiarios televisivos le dedican aumenta continuamente. Podría pensarse que ello es obligado porque el "pueblo" lo demanda y porque el espectáculo es el espectáculo. Ahora bien, hay espectáculo donde hay variedad y emoción, pero la mayor parte de ese tiempo se dedica a que el paciente telespectador escuche las mismas cantinelas de deportistas que responden a siempre idénticas preguntas. Pueden ser magníficos profesionales, entretener cuando actúan, pero no tienen, ni existe, nada nuevo que decir. Al mismo tiempo, el deportista se convierte -lo convertimos- en un ejemplo público; no sólo porque ganan mucho dinero, sino porque, aparentemente, representan el modelo perfecto: jóvenes, sanos, vitales. Cómo, si no, entender que se nos muestren una y otra vez, con todo detalle y color, esos gestos -que se propagan como el fuego, entre los jóvenes sobre todo- en los que se ven puños cerrados, rostros crispados, gritos que para sí querrían los antepasados del Homo sapiens, exclamaciones de alegría infinita o camisetas levantadas para mostrar profundas sentencias del tipo de "Para ti, Paco".

Hora va siendo de manifestar que favorecer -más aún desde los medios públicos- ese mundo, semejante primitivismo, es una barbaridad que ofende a la razón. Que, por mucho que uno disfrute -como quien escribe estas líneas- con un buen espectáculo deportivo, independientemente de que se vibre de una manera especial cuando se ve competir a un equipo con el que nos identificamos, relacionar el honor o la situación de desarrollo de una nación con unas medallas olímpicas más o menos no sólo no tiene sentido, sino que constituye una grave equivocación en lo que se refiere a la construcción del futuro.

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Da la casualidad de que todo esto ocurre cuando, como todos los años (no cada cuatro), se anuncian los premios Nobel. Me sorprendería que se organizase un alboroto comparable al originado por la disminución de medallas olímpicas porque ningún español reciba -como así ha ocurrido- un Premio Nobel. Y tengo que recordar que España no puede enorgullecerse de que alguno de sus ciudadanos haya ganado jamás un Premio Nobel de Física o de Químíca (tampoco de Economía, ni de la Paz), dos disciplinas científicas de las que no es exagerado decir que han cambiado el mundo, y de las que depende también una buena parte de las expectativas sociales, económicas e industriales del futuro. Tampoco andamos muy lucidos en Medicina, aunque ahí sí que podemos presumir de Cajal; no obstante, no es superfluo recordar que recibió el galardón en 1906; en cuanto a Severo Ochoa, se le otorgó por investigaciones llevadas a cabo en Estados Unidos, país con el que se identificó y cuya nacionalidad adoptó. En Literatura, como se sabe, estamos mejor servidos.

Tenemos, pues, menos Nobeles que campeones olímpicos, pero nos quejamos más de la disminución de éstos que de la ausencia de aquéllos. Y sin embargo, de la ciencia y la tecnología asociada con ella, repito, y no del deporte profesional y mercantilizado, depende el presente y el futuro. El futuro material al igual que el cultural, aunque, por supuesto, la ciencia no agote ni patrimonialice la cultura (de la que, obviamente, también forma parte el deporte). Si el deporte español tiene problemas, muchos más los tiene la ciencia. Si hay deportistas jóvenes prometedores cuyo futuro puede sufrir si el Plan ADO o similares no se mantienen o disminuyen, lo siento, pero más siento aún saber que desde hace ya tiempo muchos jóvenes científicos excelentemente formados se encuentran desamparados y con escaso futuro; me duele más que no haya para ellos empresas que financien planes ADO, y que todos esos políticos e ilustres personajes de la nación que claman por

el deporte no hayan pensado que tienen la obligación moral de utilizar su situación, prestigio, cuna o influencias para reclamar ayuda para esos jóvenes (y también para los no tan jóvenes), de los que depende el futuro. Salvo, por supuesto, que deseemos ser un país de servicios (y no empleo este término en forma peyorativa; se puede ser un país de servicios y moderno también). Si esto es lo que queremos, el problema será menor, ya que lo principal será utilizar la ciencia y la tecnología creadas en otros lugares, y ahí tenemos, al fin y al cabo, una ya larga experiencia. Es, en este sentido, más fácil fabricar campeones olímpicos, importar la ciencia y tecnología necesarias para ello, y así se ha hecho, que conseguir premios Nobel de Física, Química o Medicina, para lo cual no hay que importar, sino crear ciencia.

Y mientras tanto, todo sigue -o parece seguir- igual: el debate de las humanidades continúa siendo tema educativo preferente, y la ministra de Educación manifiesta su intención de resolverlo. Me parece muy bien, pero me parecería mejor que se dedicara parecido empeño en preocuparse por la situación de las ciencias. ¿Se han preguntado -han preguntado- sobre cuál es la situación de asignaturas de enseñanza media como la Física y Química? Por otra parte, las ilusiones que muchos depositamos en la creación de un nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología -que acercaría la ciencia a la tecnología y ésta a aquélla, pero nunca marginando la investigación básica- se ven considerablemente empañadas cuando su titular se empeña, con escasas excepciones, en centrar sus discursos y actuaciones en la telefonía móvil y campos afines. El énfasis que en ciertas ocasiones ha puesto el presidente Aznar en su intención de mejorar la situación de la ciencia española no parecen corresponderse con las palabras y el espíritu que impregnan la política de la ministra Birulés.

En un artículo publicado en este mismo periódico (el 19 de septiembre pasado), en el que comentaba el suicidio de René Favaloro, a quien la humanidad debe la introducción de la técnica del by-pass, Jesús Villar, director de la unidad de investigación del hospital de la Candelaria, escribía: "Su suicidio es el suicidio lento de todos los investigadores españoles obligados a mendigar desde la época de Ramón y Cajal". Estuviese justificada o no la relación, que un científico español con experiencia administrativa tenga motivos para escribir palabras como éstas constituye una ofensa, esta vez sí, a la dignidad nacional, más aún cuando el país parece estar tan preocupado por haber conseguido sólo 11 medallas olímpicas.

José Manuel Sánchez Ron es catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid

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