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FÚTBOL. Sexta jornada de Liga. RUBÉN BARAJA - JUGADOR DEL VALENCIA

"Debutar con la selección debe ser como tener un hijo"

Cuando su abuela le compró aquel balón "fosforito" que atravesaba la niebla y la nieve de Valladolid, su primer balón de reglamento, Rubén Baraja, entonces con 11 años, ya anhelaba la siguiente secuencia de grandes éxitos: disputar la Copa de Europa, debutar con la selección, marcar un gol con España... Todo lo ha conseguido en un mes frenético en el Valencia. A los 26 años, Rubén Baraja ha tocado el cielo, pero sabe que ahora le espera lo más difícil: mantenerse en las alturas. "En el fútbol, un mes te sale todo bien, y al siguiente te vas al carajo", advierte.Tímido hasta las cejas, Baraja mide sus palabras. No quiere ofender a nadie y sabe que si saca mucho la cabeza, se la cortan. Está alucinado de que en Valencia le reconozca todo el mundo. "En Madrid los futbolistas son famosos, pero también está la farándula, y hay dos equipos muy fuertes: el Madrid y el Atlético. Aquí los futbolistas son los únicos famosos y la ciudad está apasionada con el Valencia", comenta Rubén, que vive solo y sin compromiso en un céntrico piso recién alquilado.

Muy rápido se ha introducido Baraja en el equipo de Héctor Cúper, donde se ha acreditado como un centrocampista sólido, de gran consistencia y que juega muy bien siempre que sea "por dentro", de medio centro, de segundo pivote o de media punta. Le desagradan las bandas. "Por los lados hay que ser más explosivo, de ida y vuelta y sólo hay una salida", apunta. "Me gusta que mi juego tenga sentido; que vean que das un poquito más, que tienes presencia". La tiene. Cúper lo ha convertido en la referencia del centro del campo. ¿Cúper? ¿Es tan meticuloso como dicen? "Hace hincapié en cada mínimo detalle. Son los detalles que te hacen ganar un partido". A los futbolistas hay que atarlos en corto, piensa Baraja, asombrado por otro lado con el rendimiento de algunos de sus compañeros en el Valencia: "La intensidad con la que viven Carboni, Angloma y Djukic cada entrenamiento, cada partido, a los 35 años.... Tienes que tener locura con el fútbol".

No hay que olvidar que este hombre viene de los aledaños del infierno. Descendió el año pasado a Segunda con el Atlético y justo cuando caía en picado, el pasado marzo, renovó por seis años con un club al que le unían fuertes vínculos sentimentales. "Fue la peor sensación del mundo. Saber que se va a pique y no encuentras la forma de salir del hoyo". Se sentía querido, comprometido, pero le llegó una oferta deportiva demasiado tentadora. El Valencia pagaría su cláusula de rescisión: 2.000 millones, convirtiéndose en el fichaje más caro de la historia del club de Mestalla. Aceptó la oferta contra el consejo de sus padres, que preferían que siguiera en el Atlético, a dos horas en coche de casa, Valladolid. Pero Baraja quería probarse. "En tu fuero interno siempre crees que puedes lograrlo". Sí, pero ¿tan rápido? Cuando debutó con España ante Israel en el Bernabéu, no se dio ni cuenta. "Se lesiona Gerard y veo que Camacho, ¡madre mía!, me dice: 'Baraja calienta". Apenas le dio tiempo. En la grada estaban todos sus amigos y sus padres, dos "currantes" que siempre estuvieron a su lado. Y que ahora disfrutan más que nadie. El padre, empleado de una firma de automóviles; la madre, ama de casa. "Lo de debutar con la selección supongo que es como tener un hijo, aunque yo no tengo ninguno". Esa misma semana, llegó en Austria su segunda cita con España, el primer gol, más nervios ante la titularidad asegurada, pero una actuación sobresaliente que le augura futuras convocatorias.

"Los sentimientos crecen con las emociones", dice Baraja. Y en el Atlético coleccionó muchas. En el Valencia, ya llegarán. ¿Y en el Valladolid? Ni Cantatore ni Kresic atisbaron su potencial. Debutó en Primera con 18 años, con Felipe Mesones, ante el Sevilla (2-2), marcó un gol, aunque eso no le abrió las puertas del estadio de Zorrilla. Del Valladolid se marchaba al Almería, que ese año descendería a Segunda B, pero a alguien que a partir de entonces sería su representante se le encendió la luz. Tenía 20 años y García Quilón lo metió cedido en el filial del Atlético. Desde ahí todo fue más o menos rodado. Apareció un centrocampista de una poderosa llegada hasta que se rompió la rodilla. Siete meses de sufrimiento y el respaldo fundamental de un técnico del filial atlético, Carlos Aguiar, que le permitió recuperar el ritmo con un partido tras otro. Tras nueve goles en 25 encuentros, el Atlético decidió comprarlo: 125 millones. Sacchi lo subió al primer equipo y Ranieri le dio el espaldarazo final. No sólo porque le concediera la titularidad, sino porque posteriormente recomendó su fichaje al Valencia.

Ahora que triunfa en el líder de la Liga, Baraja recuerda cuál fue su primer equipo: el Choco-Castillo, los benjamines del barrio. Un gran equipo. De ahí que en uno de sus menudos integrantes se fijara el Valladolid, que fichó a Rubén a los 10 años. En la cantera del Valladolid permaneció hasta los 20 años. Una cantera que se ha quedado seca desde que salieran Benjamín, el del Betis, y el propio Baraja.

En esa época de alevín, Rubén se enamoró del Barça de Cruyff e idolatró a Laudrup y Koeman, aunque a nadie tanto como a Schuster. Hoy el "número uno" es Rivaldo. Y aquí se enfada Baraja. "Lleva 300 partidos sin descansar y por uno que no está bien, ...".

Rubén se lamenta de no tener más tiempo libre. Ni siquiera para estudiar. Acabó hasta COU con un expediente notable: 7,5 de promedio. Pero el fútbol comenzó a comerle terreno y, desde entonces, sus amigos le martillean con lo mismo: deberías seguir estudiando. Lo hará algún día, asegura, algo relacionado con el deporte o con la biología. Es un tipo inquieto. Atento a la moda, al próximo disco de U2, lo último de "flamenquito", el postrer libro sobre Maradona (Yo soy Diego), la penúltima película de Robert de Niro y Sharon Stone ("en Casino estaban los dos y me encantó"), la NBA o la fórmula 1. Y, por supuesto, viajar. Amsterdam, una "ciudad vanguardista que tengo muchas ganas de conocer". Lo hará. Gracias en parte a aquel balón fluorescente que atravesó un día la niebla de Valladolid.

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