Figo como coartada
Sostiene el madridismo que a Figo le pudo el miedo escénico y que a su rebufo se contagiaron sus compañeros, a excepción del más joven, Casillas. Un argumento retorcido tras el encuentro, puesto que en las horas previas a la cita del Camp Nou, todo habían sido proclamas en favor del grandísimo futbolista luso: "Nunca juega mal", "tiene una gran fortaleza psicológica", etc... Nada descabellado si se toma como referencia el pasado del portugués, un jugador que tenía querencia a las grandes citas, en las que siempre había exprimido al máximo sus fabulosas condiciones. Una cuestión de carácter: cuantas más piedras en la mochila, mejor le funcionaban el cerebro y el corazón. Como los viejos extremos de toda la vida -Garrincha adoraba pisar la cal porque así escuchaba mejor los piropos de la grada-, a Figo le gustaba arrimarse al burladero. Y las pocas veces que estaba nublado jamás renunciaba a su cita con la línea.¿Qué ocurrió en Barcelona? Enganchado al caso Figo, el Madrid dimitió en pleno. Se quitó del medio. Lo hizo durante la semana: lejos de apretar los dientes y aprovechar la caldera para rescatar una victoria que se le resiste hace 17 años, decidió pasar página. La autoexcusa general: la hoguera atizada desde suelo enemigo. El Madrid pudo haberse puesto el casco y desquiciar a su rival (y al árbitro) deteniendo el partido cada vez que se encendiera la alarma. O haber refugiado a Figo en Madrid y, por tanto, haber disputado un clásico menos incendiario, a la espera de rentabilizar al portugués en otras citas. Se inclinó por una tercera vía: jugar con un Figo desnatado. Porque el luso decidió (o le aconsejaron decidir) pasar la tarde en la trinchera del centro del campo, escoltado por Puyol, lejos del fuego cruzado que escupía la grada. De esta forma, tácticamente, el Madrid se quedó sin un extremo, pero Del Bosque no cambió el dibujo. Y anímicamente le concedió al Barça, aturdido por sus flaquezas de comienzo de temporada y con un equipo remendado por las bajas, una ventaja abismal. Rebajado Figo, todos se sintieron con el mismo derecho: hacía días que les había alcanzado la mecha prendida desde Barcelona.
Quien también juega con fuego es Javier Clemente, que ayer asistió en Vallecas a otro empacho ajeno: el de Michel, autor de tres de los cuatro goles con los que el Rayo crucificó de nuevo a la Real, que ha recibido diez en una semana. A su eterno rival no le fue mejor. El Las Palmas sacó los colores del Athletic en San Mamés (0-3).
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