Wall Street pide cautela a los candidatos
La posibilidad de un enfriamiento de la economía gravita sobre la campaña presidencial en EE UU
Las elecciones presidenciales del próximo 7 de noviembre presentan una gran novedad: por primera vez en mucho tiempo, se da por supuesto que la bonanza económica durará indefinidamente. Los dos candidatos, el republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore, hablan mucho más de cómo gastar el dinero que de cómo ganarlo. La creación de riqueza, que fue la clave del resultado en 1996 y 1992, queda en los márgenes del debate.
Las elecciones presidenciales del próximo 7 de noviembre presentan una gran novedad: por primera vez en mucho tiempo, se da por supuesto que la bonanza económica durará indefinidamente. Los dos candidatos, el republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore, hablan mucho más de cómo gastar el dinero que de cómo ganarlo. La creación de riqueza, que fue la clave del resultado en 1996 y 1992, queda en los márgenes del debate. Y, sin embargo, el superávit presupuestario del actual ejercicio y, supuestamente, de los próximos 10 años, puede ser un espejismo. Casi la mitad, un 42%, del enorme superávit procede de los impuestos recaudados en Wall Street. La Bolsa, sin embargo, no es lo que era. El índice Dow Jones ha bajado un 7% desde enero. Y en el horizonte asoman nubes muy negras."Es la economía, estúpido", fue el mantra de las dos triunfales campañas de Bill Clinton. Había que hablar de economía, de empleo, de ajustes presupuestarios, de ahorro, de futura riqueza. Ahora, a falta de poco más de dos semanas para las elecciones, se habla de bienestar. Tanto Gore como Bush, éste en mayor medida, prometen reducir los impuestos, aumentar la cobertura de las pensiones, mejorar el sistema sanitario y, ya puestos en gastos, incrementar sensiblemente el presupuesto militar.
Un éxito sin padre
Lo normal sería que, en una época que se contempla en términos tan optimistas, la victoria fuera para el candidato continuista. En este caso, Al Gore, vicepresidente con Bill Clinton y, por tanto, teórico corresponsable de la bonanza económica. Gore, sin embargo, va por detrás en los sondeos. "Hay dos explicaciones para ese fenómeno", apunta Leonard Santow, director de la firma neoyorquina de inversiones Griggs & Santow. "En primer lugar, Gore prefiere pasar de puntillas sobre el balance de los últimos ocho años, porque no quiere que se le asocie demasiado con Clinton y sus escándalos. Por tanto, no puede capitalizar a fondo los éxitos económicos. Bush, por su parte, no ha participado en la política nacional durante ese tiempo, así que no puede atribuirse nada. Ésa es una razón de que se hable poco de cómo se ha llegado hasta aquí". Para Santow, la segunda explicación debe buscarse en la percepción de los electores. "La gente", comenta el especialista, "no cree que los políticos sean los principales responsables de la situación. La abundancia de riqueza se atribuye más bien a la revolución tecnológica y a la explosión de Internet y de la nueva economía. Y la gente cree que eso seguirá funcionando igual".Los candidatos son, o fingen ser, tan optimistas como los ciudadanos. Ambos hacen malabarismos de generosidad con los billones de superávit que prevén para la primera década del siglo XXI. Las estimaciones de la Oficina Presupuestaria, que calcula un superávit de 2,2 billones de dólares (más de 400 billones de pesetas) hasta 2010, han sido recibidas como maná por Gore y Bush. De hecho, ambos cuentan con esa gigantesca suma para llevar a cabo sus programas. "Hay que fiarse de los técnicos fiscales", dice, con un punto de cinismo, Ari Fleischer, portavoz de la campaña republicana.
Los 2,2 billones no son más que el resultado de una proyección mecánica. Si todo sigue igual que ahora, ése será el superávit. Pero en la letra pequeña del informe de la Oficina Presupuestaria aparecen datos muy reveladores. El actual superávit es el resultado de la contención del gasto (forzada por el acuerdo sobre equilibrio presupuestario alcanzado por Clinton y la mayoría republicana del Congreso) y, en un porcentaje amplísimo, por los ingresos fiscales proporcionados por la compraventa de acciones en una Bolsa en alza.
En 1993, el primer año de Clinton en la Casa Blanca, el déficit alcanzó la cifra récord de 340.000 millones de dólares. Este año, el superávit también alcanza un récord: 81.000 millones. Desde el déficit hasta el superávit van 421.000 millones. Pues bien, 180.000 millones, casi la mitad, han sido generados por los impuestos sobre la actividad bursátil.
La conclusión razonable es que si Wall Street deja de generar rentabilidades fantásticas, como en los últimos años, el superávit se esfuma y se vuelve casi al punto de partida. El inversor Santow añade otra nota de realismo: "Hasta 1999, el gasto presupuestario había crecido por debajo de la inflación. En el ejercicio 2000, concluido en septiembre, el gasto ha crecido un 5%, dos puntos por encima de la inflación. Volvemos a una tendencia peligrosa".
En Wall Street nadie se atreve a predecir el futuro. Todas las opiniones coinciden en que los fundamentos de la economía estadounidense son sólidos: las empresas ganan dinero, los tipos de interés son moderados (5%) y la inflación, aunque subiendo (ya por encima del 3%), no ha roto los diques. Sin embargo, hay señales de alarma: los bonos basura (los emitidos por las compañías con mal crédito) tienen que ofrecer primas muy generosas para ser aceptados, la demanda de deuda pública es creciente, y los vertiginosos altibajos de los índices Dow Jones y Nasdaq revelan la sensación de inestabilidad. Las caídas de las bolsas asiáticas han beneficiado, por ahora, a las bolsas estadounidenses, que han ofrecido refugio al dinero que ha optado por irse de Tokio, Seúl o Taipei, pero son inquietantes a medio plazo. Los precios del petróleo y el gas, por último, se añaden al clima de incertidumbre. "En las últimas semanas, bastantes compañías, la nuestra entre ellas, están empezando a operar como si el año que viene tuviera que llegar una recesión. Estamos recortando inversiones", dijo esta semana un directivo de la corporación Gillette.
Incertidumbre
Quizá por esa sensación de incertidubre, el microcosmos de Wall Street no se inclina decididamente por un candidato. La rebaja fiscal que ofrece Bush favorece de forma clara a los más ricos y, por tanto, al mundillo de las finanzas neoyorquinas. Gore, sin embargo, presenta un programa más coherente y menos arriesgado para las cuentas públicas, algo positivo para las carteras de valores. Dos encuestas, una realizada por la revista bursátil Barron´s y la otra por Reuters, reflejan un práctico empate (ligerísima ventaja de Bush) de los candidatos en Wall Street.Un estudio de la sociedad de análisis de valores ISI Group hila aún más fino, y concluye que la victoria de cada uno de los candidatos beneficiaría a unas acciones y perjudicaría a otras. Una presidencia de Gore haría subir, en principio, las acciones bancarias (apuesta por la estabilidad) y de alta tecnología (el terreno favorito del vicepresidente), salvo las de Microsoft, firma con la que mantiene un enfrentamiento casi personal. Con Bush en la Casa Blanca, en cambio, deberían subir las farmacéuticas (no impondría controles sobre los precios de los medicamentos), las de construcción militar (quiere reactivar con rapidez el gasto en armamento) y las petroleras (opta por una mayor producción en lugar de por el ahorro energético.)
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