'Mirar' con los dedos
Una exposición de la ONCE incluye maquetas de monumentos para que las 'vean' los ciegos
"La primera vez que fui a la Alhambra con mi mujer, me leyó ese cartel que dice: 'Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada'... Y yo, que me había puesto de mierda hasta arriba tocando atauriques y estucos pensé: 'No se puede decir mayor gilipollez: ¡si la Alhambra es una bendición para un ciego!". Las palabras son de Félix Villar, pedagogo, director de programas de eliminación de barreras ante hechos culturales de la ONCE. Ciego desde los siete años, Félix necesita que en los museos le dejen tocar las esculturas para poder verlas. No como aquella vez que en Chicago le obligaron a tocar una estatua de la diosa Shiva con guantes. "Daba una dentera horrible. Como si a ti te vendan los ojos ante un cuadro de Velázquez", añade.Félix, junto a otros compañeros responsables del Museo Tiflológico de la ONCE y miembros del Área de Cultura de Diputación, inauguraron en el Centro Cultural Provincial de Málaga una muestra itinerante con una selección de piezas de ese museo. Allí se encuentran desde cuadros y esculturas pintados por ciegos hasta aparatos y máquinas para escribir en los sistemas Braille y Abreu, escritura alfabética y musical para invidentes, respectivamente. Pero lo más destacado en la exposición son las maquetas que reproducen a escala monumentos como la catedral de Burgos, el monasterio de Yuste, la ciudad de Toledo, el Kremlin, las cuevas de Altamira o la Alhambra, el mayor paraíso sensorial del mundo para un ciego.
"Deberíamos aprender de los árabes: ellos sí concebían un mundo para todos los sentidos y no sólo para la vista. Sí, realmente la Alhambra y el Generalife es el lugar más hermoso que he visto en mi vida". Así habla Reyes Lluch, jefa del departamento de promoción cultural de la ONCE.
Lluch vislumbra volúmenes y colores. Como muchos ciegos, suele dar detalles de precisión visual, con una mezcla de autoconfianza y humor que apabulla. Cuando entró en las salas de la muestra exclamó ante el estupor vidente: "¡Qué bonito es este sitio!". "Nos gusta jugar con eso", coquetea Reyes Lluch, que coincide con Félix en los gozos de la Alhambra: el timbre distinto de sus fuentes -"suenan como cuerdas de guitarra", precisa Félix-, los aromas combinados de los jardines, el equilibrio de temperatura entre las zonas de sombra y sol o las formas sensuales de sus estucos.
Las manos de un ciego están llenas de ojos. Tocan de forma distinta a las de los videntes. Manos desinhibidas que, entre el pellizco y la caricia, distinguen cientos de matices.
En la práctica del arte, suelen necesitar guías para pintar pero son totalmente exactos en la escultura: ahí están las obras de César Delgado de la muestra. "Un ciego tarda más en reconstruir el volumen de algo, porque percibimos planos que debemos unir mentalmente; pero luego somos muy precisos", aclara Lluch, tras añadir una de sus ironías: "Si me haces una foto, sácame guapa y que se me note la colonia".
Como receptores de la belleza, se han liberado de la tiranía de lo visual, al ser especialistas en sentidos que, al cabo, son los que resultan más evocadores: el gusto, el olfato, el oído o el tacto. Félix recuerda cuando vio un cuadro de Van Gogh, en Chicago: "Mientras mi mujer lo describía, mi cabeza se llenaba de luz. No lo veré como tú, pero en mi mente resplandecía toda esa belleza".
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