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Dos películas de la sección oficial resucitan el espíritu mediterráneo del festival

Tres días antes de la ceremonia de clausura de la Mostra, donde será una de las estrellas junto con Claudia Cardinale, el actor franco-americano Christopher Lambert aterrizó ayer en Valencia. El festival refuerza, con su llegada, la política iniciada hace unos años de traer grandes figuras del cine mundial a golpe de talonario, aunque su presencia no esté demasiado justificada. En el apartado estrictamente cinematográfico, el certamen ofreció ayer dos filmes de características contrapuestas que, sin embargo, hicieron revivir el espíritu de la mentalidad mediterránea a través de sus propuestas.

En un festival exento del glamour de eventos similares, en el que los actores y directores pasan rápidamente sin crear un verdadero ambiente festivo, la solución es desenfundar el talonario y contratar a un par de rostros universales para que quede el recuerdo de su visita a la ciudad. Pese a quien pese, ésa es la política de la Mostra durante los últimos años y ayer asistimos a un episodio más en esa escalada mitómana de la mano del actor Christopher Lambert. Llegó a Valencia para quedarse cuatro días, aunque no tenga ninguna película que presentar ni ningún acto en el que participar. Al menos, Lambert disfrutará de unas pequeñas vacaciones en el festival, no como Alain Delon o Claudia Cardinale, cuyo paso, tan injustificable como el del protagonista de Los inmortales, fue un visto y no visto.La sección oficial recuperó ayer, por unas horas, el espíritu fundacional de la Mostra con Marshal Tito's spirit, del croata Vinko Bresan. En la presentación a la prensa de la película, Bresan afirmó que cree "en una cultura mediterránea en la que, con sólo meter un dedo en el mar, nos podemos comunicar sin necesidad de móviles ni de CNN". Toda una declaración de principios que suena un poco desfasada en un festival que pierde, con el paso del tiempo, su función de nexo de unión entre los pueblos bañados por el Mare Nostrum. En el filme de Bresan, pese a su ligereza, hay mucha herencia de la comedia política española e italiana y una cierta tendencia al desmadre.

También incide en la mediterraneidad la italiana Lacapagira, de Alessandro Piva, una película coral sobre el tráfico de drogas en el puerto de Bari que es perfectamente extrapolable a cualquiera de los países que compiten por la Palmera de Oro. Contado con agilidad y corrección, el filme parece más un docudrama televisivo que una ficción cinematográfica por la simplicidad de su puesta en escena.

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