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Un Nobel de novela

La Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel a Gao Xingjian, un chino que, como admirador y profundo conocedor de la literatura francesa, decidió marchar a París cuando la censura le atenazó demasiado, un año antes de la masacre de Tiananmen. Y le ha dado el Nobel básicamente por una novela, La montaña del alma, escrita en chino entre 1984 y 1989. En Occidente se publicó primero en sueco: que el traductor fuera Goran Malmquist, eminente sinólogo experto tanto en la literatura clásica como en la contemporánea y miembro del jurado de la Academia que otorga el premio, ni obedece a la casualidad ni es ninguna nimiedad. En 1995 apareció en francés, antes que en inglés, en una pequeña editorial de provincias, ya que ninguna de las grandes casas quiso arriesgarse con un manuscrito de casi 700 páginas: la crítica la aclamó, y, en un país en que la crítica literaria es real, los elogios conjugados de Le Monde, Le Figaro y L'Express aseguraron a su autor un nombre en el mundo de las letras. Lo que nadie, ni siquiera en los ambientes de la sinología, se esperaba es que le dieran el Nobel.Durante el sigo XX, los chinos tuvieron un autor de primerísima fila: pero Lu Xun murió en la década de los treinta, implicado en el movimiento revolucionario. Por aquel entonces, la Academia Sueca sentía una aversión intensa por las izquierdas y pocos años después optó por entregar el premio a una hija de misioneros americanos que había vivido largos años en China, Pearl Buck, autora de un libro conmovedor que inventaba la China rural. Mientras, las letras chinas, ya en las bases comunistas de Yan'an, viraban de la revolución literaria a la literatura revolucionaria, controlada y orquestada desde el poder. Se creó una asociación de escritores cuyos miembros vivían sólo de escribir y todos escribían aproximadamente lo mismo. Desde luego, aun así, algunos nombres llegaron a destacar y, entre ellos, el más notorio fue Ba Jin, autor de La familia, una larga e interesante saga de una familia a caballo entre dos mundos. Ba Jin fue una de las grandes víctimas de la Revolución Cultural y fue rehabilitado después. Citarlo aquí no es banal, ya que sigue vivo, con 97 años, y es el nombre más destacado que todos los decepcionados por la elección de la Academia van a esgrimir: pero lleva décadas sin escribir nada.

Por su parte, Gao Xingjian fue durante décadas una víctima de talento, ni más ni menos que tantos otros. Con la Revolución Cultural le pasó lo mismo que a todo el resto de la generación perdida, los chinos que hoy rondan los sesenta años: guardia rojo entusiasta en una primera fase, quedó después atrapado en ella. Sus estudios de francés le abrieron un nuevo mundo. Lector incansable, no tardó en dominar bien la lengua y en ponerse a leer y traducir sin tregua: por sus manos pasaron Éluard y Aragon, Ionesco y Beckett, Michaux, Pérec, Genet y Koltès: los surrealistas y el teatro del absurdo le marcaron de forma decisiva. Saber francés le facilitó sus relaciones con Francia, tierra de acogida intelectual, y con los escritores de este país, abiertos a culturas diferentes: de haber estudiado español, no habría tenido tanta suerte.

Gao Xingjian, que, como todos, era miembro del partido y de la Asociación de Escritores, pasó unos años reeducándose y otros muchos reprimiéndose. Alcanzó una cierta fama literario-política en 1983, con un opúsculo titulado Primer ensayo sobre las técnicas de la novela moderna, que desencadenó un debate polémico sobre el modernismo, y con el estreno, ese mismo año, de una pequeña pieza de teatro La parada de autobús, directamente inspirada en la pieza de Beckett Esperando a Godot. Ambas le convirtieron en uno de los blancos favoritos de la campaña contra la polución espiritual, aunque en modo alguno lo calificaron para el Nobel.

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Para escapar al clima represivo que se cierne sobre él, Gao Xingjian decide emprender un largo viaje por las tierras del río Yangzi, desde los remotos confines que pueblan los aborígenes -entre ellos, los qiang de etnia tibetana- hasta Shanghai y el mar, recogiendo las tradiciones locales. De su exilio en los campos de trabajo sacó la convicción de su vocación de escritor: de este viaje regresará con el convencimiento de que se ha exaltado en demasía la función social del arte y de que un escritor no se debe más que a sí mismo. En unas declaraciones en este sentido, publicadas en el libro Au plus près du réel en 1997, cuando La montaña del alma era ya un éxito rotundo, añadirá también que la política -que entiende como la manipulación de los muchos por un grupo de pocos- no le atrae en absoluto y que lo que ha escrito en China no le interesa para nada.

Su experimentación en el teatro del absurdo -en Francia publicó cuatro obras más de teatro- le valió una consideración como dramaturgo, que la Academia Sueca ha reconocido expresamente. Aunque llegaba de China con un oficio impecable, su eclosión creativa se produjo en Francia: tenía muchas cosas que decir -lo que no siempre pasa con los escritores-, y en el clima de libertad intelectual de París, su pluma se desató. Aun así, el Nobel se lo han dado esencialmente por una única obra, La montaña del alma.

Es una larga novela que cuenta la búsqueda por parte del autor de una montaña mágica capaz de aplacar todas las tensiones que su "yo" le provoca. Iniciado en las tierras altas del río Yangzi, el viaje, inequívocamente iniciático, pero también intensamente real, le irá llevando por aldeas y etnias de la China profunda, esa China por la que el establishment, trátese de la China de principios de siglo, de la de Mao o de la de Deng, siente un recelo intenso. A lo largo del itinerario se desgrana una memoria personal en la que tiemblan recuerdos de la Revolución Cultural y de la terrible hambre del Gran Salto Hacia Adelante, y que a su vez evoca un rosario de maldades y desgracias en que confluyen tanto la crueldad de los bandidos de las montañas como un clima opresivo en las relaciones personales que se remonta a tiempo inmemorial. La masa crítica de la obra la proporciona un mundo de magos, encantamientos y viejos brujos, perdidos por las montañas, que ponen de manifiesto el intenso tejido taoísta que mantiene la coherencia del mundo rural chino. Pueblos remotos que conservan intactas tradiciones ancestrales, cuevas recónditas en bosques completamente vírgenes, recopilaciones de cantos mágicos o amorosos que han sobrevivido a todas las represiones cruzadas, creencias ancestrales en hombres primitivos, alguna devoción intensa por el Buda Amitaba: pero por encima de todo está el fantástico caleidoscopio del mundo taoísta. En el texto, plagado de alusiones a la literatura china, las simpatías del autor no dejan lugar a dudas: de entre los clásicos, las elegías chamánicas de Qu Yuan; de entre los poetas, las conversaciones con los astros de Li Bai; de entre los pintores, la lúcida y solitaria locura de Bada Shanren. Al cansancio que le produce la China oficial se le suma el fastidio que siente por la tradición confuciana: lo que no le impide, por descontado, cumplir con el deber ineludible de buscar la tumba de su abuela. Los momentos culminantes de la novela son aquellos en los que las descripciones del paisaje -en las que afloran constantemente imágenes, e incluso versos completos, procedentes de la poesía clásica china- consiguen plasmar a su vez el alma del autor, conseguido todo ello con una sensibilidad por las formas, sombras y colores que entrecruza los umbrales de la pintura y la poesía. Así era siempre en la China clásica y así es en el caso de un pintor-escritor como Gao Xingjian. Al clímax se llega con el descubrimiento de la montaña, cima final y límite último, un mundo vertical, solitario y helado, de significado incomprensible.

Pero la novela no se limita a este viaje. El texto desarrolla en paralelo una intensa relación amorosa que el autor entabla con una joven al inicio mismo de su búsqueda de la montaña espiritual y que le acompañará en buena parte del viaje, junto con otras varias que irán apareciendo y desapareciendo. En la historia de estas relaciones, tan fútiles como intensas, los sufrimientos añadidos de las mujeres chinas constituyen también un hilo conductor. El clima amoroso se desarrolla entre tersos diálogos y escenas eróticas que no por lo suaves dejarán de concitar el escándalo en el puritano ambiente de la China oficial. Para un lector occidental, sin embargo, toda esta parte resulta de una consistencia dudosa, especialmente en lo concerniente a algunos diálogos.

Lo más sorprendente e innovador de la obra es sin duda la estructura misma del libro, en la que cabe todo: tramas amorosas que a veces terminan y a veces no, anécdotas estremecedoras -como la de un niño abandonado que el autor encuentra tirado en el polvo y que él vuelve a abandonar- sin trama lógica ni continuidad, historias concatenadas sin ilación entre ellas -en el más puro estilo de la novela china-, observaciones etnológicas combinadas con parrafadas de historia, disquisiciones filosóficas a favor del "yo", "tú", "él" y "ella" y en contra del "vosotros" y, sobre todo, del "nosotros". Un bric à brac que no excluye nada y que, después de andar 71 capítulos arriba y abajo, acaba produciendo un cierto desconcierto. Pero Gao Xingjian sabe lo que se lleva entre manos: el capítulo 72 se inicia con la exclamación de un crítico que irrumpe en el texto con la protesta airada de que "¡esto no es una novela!". No en vano dice el autor que la diferencia entre la novela y la filosofía es que la primera es un producto de la sensibilidad y que, al igual que la vida, no obedece a ningún propósito.

Toda elección, en tanto que exclusiva, es polémica: y no hay duda de que la de la Academia Sueca de este año lo va a ser. El Gobierno chino se ha ofendido, y la protesta se ha extendido incluso a algunos rotativos conocidos por una cierta capacidad crítica. Los candidatos más cualificados, que mantienen una relación tensa y distante con el poder, como son Mo Yan y Han Shaogong, se han apresurado a felicitar abiertamente al laureado, pero la Asociación de Escritores no abre boca por el momento. Incluso en Europa los habrá que encuentren un candidato mejor: Bei Dao, un poeta también traducido por Malmqvist, era el favorito. Pero en Gao Xingjian confluyeron tres elementos que lo diferenciaron de los demás: su interés temprano por la lengua le dotó de un instrumento incisivo y de un gran interés por las vanguardias; dio el protagonismo a la China profunda, creando con ello un escenario fascinante que atraerá sin duda a gentes de todo el planeta, y contrastó su cultura profundamente china con otra, en una mezcla que realza y contribuye a universalizar la originalidad de aquélla.

Dolors Folch es profesora de Historia de China en la Universitat Pompeu Fabra.

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