Selecciones nacionales VICENÇ VILLATORO
Kluivert y Overmars, lesionados tras jugar con la selección holandesa. Zenden, secuestrado por Van Gaal y devuelto peor de lo que se fue. Guardiola, lesionado en un entrenamiento de la selección española. Gerard, también,en un partido de la misma selección. Xavi, Gabri y Puyol, cedidos semanas y semanas en las que hacían falta para cosas serias a beneficio de la participación de selecciones españolas en diversos acontecimientos benéficos. Rivaldo, siempre con un pie en Barcelona y -muy a la brasileña- un corazón en la selección del Brasil. Las selecciones nacionales de fútbol están impactando sobre el comienzo de curso del Barça y están desnaturalizando y devaluando la que representa que es una de las grandes ligas mundiales de fútbol profesional. Este doble circuito futbolístico, por un lado las competiciones de clubes y por otro las competiciones de las selecciones llamadas nacionales, se está demostrando un desastre en todos los sentidos. La interferencia de las selecciones en la vida de los clubes es inadmisible. El fútbol tendrá que optar: o competiciones entre selecciones o competiciones entre clubes. Cuando conviven los dos calendarios, el resultado es funesto.Personalmente, propongo la inmediata abolición de las selecciones nacionales deportivas. Por muchas razones, prácticas y filosóficas. La primera y principal, la evidente distorsión que provocan en las competiciones de clubes. El deporte, por fortuna, se fundamenta -en los países libres, en las dictaduras es otra cosa- en los clubes, en las asociaciones, en la sociedad civil organizada. Son los clubes los que crean canteras, los que fabrican jugadores, los que mantienen instalaciones. A partir de aquí, los Estados ejercen una actividad vampírica en la que, aprovechándose de la labor de otros, movilizan periódicamente en nombre de intereses supremos de carácter estrictamente político los recursos que otros han generado. No tiene sentido que si la vida deportiva real se organiza a través de los clubes -y es magnífico que así sea-, las selecciones acaben aprovechándose y perjudicando a los propios clubes. Si alguien quiere que existan selecciones, que sea el Estado el que aguante el conjunto de la estructura deportiva. Si esto sucede -esperemos que no- y los deportistas se convierten en funcionarios públicos, entonces que manden las selecciones. Si el protagonismo lo tiene la sociedad civil, que las selecciones nacionales abandonen su función parasitaria.
Pero es que, además, las selecciones nacionales son una intromisión inaceptable de la política en el deporte. ¿A santo de qué, incluso en deportes individuales, los deportistas deben considerarse representantes de un Estado, de una bandera, de un himno? ¿Qué sentido tiene que los Juegos Olímpicos, pongamos por caso, no sean competiciones entre deportistas, sino competiciones entre Estados? Esto provoca ridículos tan estrepitosos como el de los comentaristas deportivos -no es invento, pasaba cada día en los juegos de Sydney- que comenzaban sus crónicas diciendo: "Hoy hemos ganado tres medallas". ¿Cómo que "hemos ganado"? Las ha ganado un ciclista, una marchadora, un boxeador, cada uno la suya. "Nosotros" -seamos quienes seamos- no hemos ganado nada de nada. Las selecciones nacionales son un mecanismo político de creación de conciencia colectiva, el invento de un "nosotros" a veces sobre una base cierta, a veces del todo ficticio. Política y nacionalismo en el estado más puro. Una lamentable politización del deporte.
Alguien me dirá que digo lo que digo porque no existen selecciones catalanas. No es cierto. En mi paisaje óptimo no existen selecciones nacionales, ni tan siquiera las catalanas. No es que, como no existen las catalanas, me gustaría que no existiese ninguna. Al contrario: lo que me gustaría es que todas fuesen abolidas. Ahora bien, si continúan existiendo, si todo el mundo tiene la suya, entonces yo prefiero las catalanas. Pero es un mal menor. Si tienen que existir, que sean nacionales. Si tienen que existir, mejor el modelo británico.
Lo que no vale es decir: como las selecciones nacionales son una politización del deporte, impidamos las selecciones catalanas. Si son una politización del deporte -y lo son-, lo son todas.Ciertamente, los catalanes tenemos una ventaja a la hora de reclamar un deporte de los clubes y no de los Estados: nuestro modelo nacional siempre ha sido de predominio de la sociedad civil. Nuestra tradición histórica es la del asociacionismo, la de la sociedad organizada, que es el fundamento de los clubes. Es en los clubes donde podemos también llevar a cabo nuestro propio modelo de integración, en el que no es importante de dónde es la gente, sino su voluntad de participar en un proyecto colectivo. Las selecciones organizan a los deportistas administrativamente o, peor, según su lugar de nacimiento. Los clubes son integradores, abiertos, un acto de voluntad y no una fatalidad de la geografía. En el Barça, nuestro club por excelencia, han sido míticos jugadores venidos de fuera, especialmente aquellos que han demostrado una voluntad de integración.
Las selecciones llamadas nacionales son política. Inevitablemente. Es interesante ver, por ejemplo, el cambio de lealtades deportivas que ha supuesto la desintegración de la antigua Yugoslavia. Las selecciones son un fenómeno que nace del nacionalismo y que alimenta el nacionalismo más primario y estomacal. Lo que me extraña es que no sean los tradicionales martillos de herejes antinacionalistas los que se levantan contra estas manifestaciones de enorme nacionalismo -como lo es también aquello de las chapas de los coches-, mucho más potente, cotidiano y eficaz que otras cosas de las que se quejan. Aunque me temo que no lleguen a tiempo para conseguir que, al menos contra el Madrid, el Barça pueda presentar una alineación razonable y no una alineación de circunstancias con los superviviente de la devastación de las selecciones.
Vicenç Villatoro es escritor, periodista y diputado por CiU.
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