Dos visiones personales de la república 'imperial'
Bush niega a EE UU el papel de 'policía mundial', y Gore avala las misiones humanitarias
Han sido precisos la derrota de Slobodan Milosevic en Yugoslavia y, sobre todo, los sangrientos sucesos de Oriente Próximo para que los estadounidenses descubran que Al Gore y George W. Bush no solo tienen programas domésticos diferentes, sino también visiones muy personalizadas del papel de Estados Unidos en el mundo. Más intervencionista en misiones humanitarias que Bill Clinton, Gore hubiera actuado antes en Bosnia y quizá hubiera socorrido a Ruanda. Por el contrario, Bush propone que EE UU refuerce su potencia militar, incluida la construcción de un escudo contra misiles, y solo emplee sus soldados para ganar guerras en defensa de sus intereses vitales.La política internacional ocupó menos de cinco minutos del primer debate entre Gore y Bush, a comienzos de octubre. Sin enemigos exteriores de envergadura y disfrutando de paz y bonanza económica, EE UU está políticamente ensimismado. Cuando mira alrededor es, esencialmente, en busca de lugares donde invertir, comprar o vender; China, por ejemplo. Pero con los soldados de Israel, su principal aliado, enfrentándose de nuevo a las masas palestinas y, luego, el atentado suicida contra uno de sus destructores en el puerto yemení de Adén, EE UU dejó de mirarse el ombligo esta semana. El jueves, la política internacional dominó la mitad del tiempo, y la más sustanciosa, del segundo debate entre los candidatos presidenciales.
Lo pasmoso es que Bush, que hace un año no conocía el nombre del presidente de Pakistán, le ganó en esta materia a un hombre que ha sido durante ocho años vicepresidente. Bush probó que ha aprendido bien y que sabe exponer con claridad las lecciones de su competente equipo de asesores: Dick Cheney, ex secretario de Defensa y su candidato a la vicepresidencia; Colin Powell, ex jefe de la Junta de Estado Mayor, y una joven y brillante profesora afroamericana llamada Condoleeza Rice.
El eje de la visión de Bush está resumido en una fórmula del agrado de muchos de sus compatriotas: "No podemos ser el policía del mundo". Bush acusa al Gobierno de Clinton y Gore de haber debilitado el poderío de las Fuerzas Armadas de EE UU y propone reforzarlas. Pero solo las emplearía en las situaciones descritas por la doctrina Powell: para "librar y ganar guerras en las que estén en juego los intereses nacionales". Su modelo obvio es la guerra del Golfo, que lideró su padre. Gore, cree que EE UU tiene "una misión" en el mundo: la de "defender la democracia y los derechos humanos" y "combatir la injusticia y las desigualdades".
"Los intereses nacionales de EE UU", dice el candidato demócrata, "no solo están en juego en países petrolíferos". Si él hubiera sido presidente en vez de Clinton, EE UU habría intervenido antes en Bosnia y quizá habría socorrido a Ruanda. Gore es partidario de que las Fuerzas Armadas de EE UU participen en lo que aquí se llama "construcción de naciones", y cita como antecedente positivo el Plan Marshall y la presencia militar estadounidense en Alemania y Japón tras la II Guerra Mundial.
Ahí está la principal diferencia en política internacional entre Gore y Bush. "La construcción de naciones no es tarea de nuestro Ejército" dice Bush, que aplaude a Clinton por no haber intervenido en Ruanda o Sierra Leona y le critica por haberse implicado en Somalia y Haití. El gobernador de Tejas cree que sus soldados "ya están desplegados en demasiados lugares". De instalarse en el Despacho Oval, pedirá a los miembros europeos de la OTAN que se hagan cargo pronto de Bosnia y Kosovo.
En consonancia con la tradición aislacionista estadounidense, el equipo de Bush acusa a Gore de querer convertir a EE UU en el arrogante bombero que acude a apagar todos los incendios planetarios. Y se proclama campeón de una visión "humilde" de EE UU, según la cual, prefiere que sean coaliciones regionales -los europeos para los Balcanes, los australianos y otros asiáticos para Timor, los nigerianos y otros africanos para Sierra Leona- las que resuelvan las crisis.
En cualquier caso, el pueblo cubano parece perdedor seguro de estos comicios. Gore se declara "frustrado" porque Fidel Castro no haya aprovechado las tímidas aperturas de Clinton, se proclama un halcón frente al líder cubano y adelanta que no levantará el embargo económico a la isla caribeña. Aunque casi todo el mundo sabe en Washington que el embargo refuerza a Castro y perjudica al pueblo cubano y las empresas estadounidenses, Gore debe cortejar al electorado cubano de Florida, uno de los Estados clave el 7 de noviembre.
Bush compite con Gore en declaraciones de intransigencia frente a Cuba. En cambio, más original es su posición respecto a América Latina, que, según declara, será el principal objeto de su atención internacional. Hijo del presidente que negoció con México el Tratado de Libre Comercio (TLC) y gobernador de un Estado que tiene más de 1.000 kilómetros de frontera con ese país, Bush trata de hablar castellano y sostiene una política de apoyo a la inmigración hispana y la enseñanza bilingüe que rompe con la tradición republicana. Otra novedad es que adelanta que se opondrá a cualquier intento de regreso al poder de los militares de América Latina.
Cuando el pasado año fracasó en un examen televisivo de política internacional, Bush declaró que "lo importante para EE UU es la relación con México". Ya se ha reunido con el presidente electo Vicente Fox y han acordado un incremento de la cooperación petrolera y el intercambio comercial. Bush extendería los acuerdos de libre comercio a todo el continente americano, empezando por Chile.
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