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Tribuna
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Cargamento

Por último, redujeron el arte de gobernar a la escala del garrote; y al moro, a la del flete. Eso sí, todos los ministros eran ministros con la marca de nacimiento de la sobaquera, aunque el país no iba necesariamente a disparos, sino a disparates. Tal vez, al alba, ya sólo quede de aquel gabinete, memoria de una divisa varada y de una insolente farsa: su final es su propio y sórdido origen. Y no se le enmienda la plana a la historia, destejiendo nocturna y solapadamente el futuro que el vecino teje a la luz del día. Sólo la fabulación de Jonathan Swift hizo a la criatura humana diminuta, para luego revelarle su estatura de gigante, en un elocuente ejercicio de relatividad. Pero aquel gabinete carecía de gracia y justicia. Y cinceló las leyes a su imagen y semejanza, y le salieron tan mezquinas que ni las cumplía, y si las cumplía, le salpicaba de heces la pesadilla. En el año del Señor de 2000, encadenaron a los inmigrantes en las bodegas de algunas naves y los devolvieron a una geografía de desapariciones. Quisieron mostrarse severos y arrogantes, pero les sobrevino su condición fantasmal y un creciente clamor de razones que los devolvió a su pasado: cuando los hombres y las mujeres no eran si no mercancía que se estibaba en la sentina de los bergantines negreros. Entonces, se perpetraba una monstruosidad legal; hoy, se perpetra una monstruosidad ilegal o irregular o indecente. En su comedia bárbara, declaman que no vulneran ninguna ley y le endilgan la violación de tantos derechos a los capitanes. Quizá no figure en los códigos, pero es del todo seguro que no figura en su conciencia. Mientras, más de uno de sus cipayos afirma, con tanta temeridad como impertinencia, que aún continuarán sirviéndose del mismo procedimiento. Cuando un gabinete actúa así, no sólo es que ha perdido la cabeza, es que fatalmente ha encontrado la de su espadón. Y eso, además de apestar, lo desenmascara. Cuenta Alejo Carpentier, que un barco destinado al tráfico de esclavos, se llamaba irónicamente El contrato social. Algunos de los ferrys del Estrecho, que navegan bajo tan envilecido pabellón, ya se llaman Ley de Extranjería.

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