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Tribuna:OPOSICIÓN Y CONSENSO
Tribuna
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La oposición castrada, y antes de empezar FRANCISCO SEVILLANO

El pasado 27 de septiembre tuvo lugar el primer debate de política general de la presente legislatura. Los comentarios han sido unánimes: entre las reiteradas ofertas de consenso resoplaron nuevos aires políticos. Pero lo cierto es que el debate careció de pasión política y ese fue el primer resultado querido por el presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana. No hay más que contrastar sus repentinos deseos de diálogo con la irritación que mostró ante la mayor agresividad dialéctica esgrimida por el portavoz de Esquerra Unida del País Valenciá, Joan Ribó.La castración de la capacidad de respuesta de la oposición socialista ha acabado escenificándose en la primera entrevista entre el presidente de la Generalitat y el secretario general del PSPV-PSOE, Joan Ignasi Pla, mantenida el 2 de octubre en el Palau de la Generalitat: la labor de oposición del PSPV, cuyo secretario general no ostenta acta de diputado autonómico, no sucede así en el espacio público que representa el Parlamento, quedando constreñida a la esfera privada de unas conversaciones, que hurtan el necesario debate político ante la ciudadanía. Una rápida y hábil maniobra de Eduardo Zaplana cuya ética política comienza y termina en su persona.

Sus repetidas palabras de diálogo y consenso para pactar "cuestiones básicas" con el PSPV en el último debate de política general se centraron en la reforma del Estatuto autonómico, con el objeto de fortalecer la identidad valenciana, lo que Zaplana vinculó a la creación de la Academia Valenciana de la Llengua. Un acuerdo que debe extenderse al modelo de financiación autonómica, pues el presidente de la Generalitat también sostuvo que las transferencias del Estado a la Comunidad Valenciana se negociaron a la baja, con las consiguientes repercusiones en la capacidad financiera y los recursos del gobierno regional. De este modo, el presidente Zaplana no sólo responsabiliza a anteriores gobiernos socialistas de sus problemas para financiar los servicios públicos y del endeudamiento que su gestión ha acumulado hasta el momento, sino que también achaca la paralización de importantes cuestiones políticas a la falta de responsabilidad de la oposición socialista, cuya indisposición afecta a otros asuntos como la solución de la fusión de las cajas de ahorros. Parece que su anterior mandato no fue suficiente para solventar la reforma del Estatuto en aras de un mayor valencianismo ni tampoco para solucionar la política lingüística, no obstante la predisposición de UV. Pero tampoco ha bastado su actual mayoría absoluta en medio de un anodino comienzo de legislatura.

Tal ofrecimiento de "puntos de encuentro" permite a Zaplana controlar las opciones políticas, pues no hay que olvidar que los mejores engañosos son aquellos que parecen proporcionar al contrincante una oportunidad: las víctimas sienten que controlan la situación, cuando en verdad son manipulados. Si la solución de los asuntos propuestos fracasa, será responsabilidad de una oposición que no supo aprovechar la oportunidad de diálogo. Si tal solución es satisfactoria, siempre se habrá conseguido por el talante negociador del gobierno de Zaplana, aun disponiendo de mayoría absoluta parlamentaria. Lo más significativo es que siempre se habrán apartado sensibles cuestiones políticas de la discusión pública, que es el deber de toda oposición en un sistema democrático. Una circunstancia a la que contribuye la personalidad lábil del renovado secretario general del PSPV-PSOE en medio de la rebelión de los mediocres en que se sustanció el pasado IX Congreso socialista.

El fin de la política, como correlato del fin de la ideología en aras de la eficacia técnica y la administración tecnocrática, limita la labor opositora como alternativa al gobierno de turno. La tecnocratización de la política tiende a suplantar la discusión y el debate con la excusa de la "decisión necesaria", que obliga al consenso. De este mo-do, se impone un descarnado pragmatismo, que se da por satisfecho con el reconocimiento formal de los principios fundamentales de la democracia. La vida parlamentaria agoniza así en medio del sopor. Sirva como anécdota aquella referida a Castelar en el Congreso de Diputados, quien ante las palabras de un ujier de que su señoría estaba dormido, contestó que estaba durmiendo, que no dormido, pues no era lo mismo estar bebiendo que bebido. Ciertamente en aquella Cámara, amparada por la Constitución de 1876, se castró cualquier oposición a los defensores del nuevo orden monárquico restaurado.

Francisco Sevillano es profesor de Historia de la Universidad de Alicante.

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