¿Sólo subvenciones?
Estamos en una sociedad perpleja, que se define de mercado, pero no impide que las administraciones manejen porcentajes muy importantes del PIB. Aunque es una contradicción que los socialdemócratas llevamos encima, no es bueno, que los ciudadanos tengan que preguntarse con tanta frecuencia, si sus representantes elegidos, cumplen con el principio básico, consistente en que los dineros que Hacienda, legítimamente nos exige, son usados con probidad y reasignados de forma razonable.A uno le sube la adrenalina, cuando sabe que con su declaración de renta se pagan los déficits que genera Canal 9. Sin embargo esto es democracia, lo ha decidido quien corresponde y sólo cabe ejercitar una protesta radical y esperar próximas elecciones. Que conozcamos las causas de la babosidad de Canal 9, no debe ocultar que en esto de los medios de comunicación, haya otras subvenciones, que los empresarios periodísticos sabrán cómo conjugar con su independencia. Un ejemplo es el relacionado con el uso de la prensa como elemento educativo, promocionando la lectura de periódicos en las escuelas. Tema para el que el Consell tiene presupuestados algunas docenas de millones, desde luego calderilla comparados con el coste del monstruo de Burjassot.
Cabe pensar que a la hora de repartir dineros públicos, se respetan las reglas del juego y que los periódicos subvencionados que llegan a la escuela son una muestra representativa de lo que es la prensa responsable que se edita en la Comunidad Valenciana. La lógica democrática dice que la decisión administrativa será impecable, justa y limpia, ya que se están adjudicando pesetas procedentes del erario público (hablamos de conservar un sistema democrático por el que hemos peleado y que tratamos de transmitir a las nuevas generaciones, en forma de hábito de leer prensa libre). Asumimos que el gobernante decidirá sin valorar la capacidad crítica que desarrolle cada medio, sea a su favor o a su contra y que en justa correspondencia la prensa servirá a la verdad y hará un uso no torticero del llamado cuarto poder.
Imaginemos que el político pensara que parte de la prensa, objeto de la subvención que él decide, no va a ser neutral o que incluso puede perjudicarle. Es posible que su propio instinto de supervivencia le induzca a apoyar a sus medios partidarios mas allá de lo razonable y a no adjudicar peseta alguna, en favor de sus presuntos adversarios. Supongamos que el poder político haya caído en esta tentación y observemos el panorama que queda después de la batalla.
El primer resultado es que las páginas de la prensa destilan el mensaje que la sociedad se mueve sin respetar sus propias reglas, el segundo que en la vida pública se impone un estúpido esquema maniqueo y cainita y el tercero, el planteamiento de algunos problemas éticos:
¿Es legítimo administrar el dinero acumulado en base a los impuestos de todos, para apoyar opciones empresariales decididas en términos de interés para el poder político de turno?
¿Pueden los periódicos beneficiados por el reparto, aceptar el resultado, a sabiendas que con ello se rompen las reglas de la libre competencia?
¿Debe el grupo periodístico maltratado aceptar la situación y por lo tanto hacerse más simpático al poder o por el contrario debe incidir aún más en su papel crítico, a la espera de mejores tiempos?
¿Debe el resto de la competencia aceptar esta situación como una variable más del mercado?
¿Debo defender como ciudadano libre que se subvencione de esta manera, al periódico como medio educativo?
Nadie está capacitado para dar consejos morales a nadie, sólo testimoniar que si se llega a la conclusión que debe existir este tipo de subvención, Levante-EMV e Información tienen tanto derecho a distribuir sus periódicos entre nuestros escolares, como otros y si esto no es así, hay que exigir una explicación coherente, para no ser testigo mudo de una presunta arbitrariedad. Ciertamente ésta es más cualitativa que cuantitativa, pero en cuestión de principios no se debe juzgar por el número de ceros de la fechoría.
Sin embargo, cumplido el ejercicio de petición de claridad democrática, por aquello de la estética luckasiana, me gustaría que la prensa valenciana como grupo social, incluso algunos competidores, hubieran dicho alguna cosa, ante la presunta cacicada. Vamos, que dieran testimonio que una cosa es ser competencia y otra llegar al cainismo por la vía del libre mercado.
Insistiendo en la disculpa por la petulancia: Vayamos con cuidado, hay demasiados intentos de interferir en una hermosa y básica profesión llamada periodismo. En otras palabras, las luces de alarma de la salubridad democrática estan encendidas.
Gregorio Martín es catedrático de la Universidad de Valencia.
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