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Encuentro con el futuro

Cuentan que Ruiz Gallardón y Jordi Pujol andan un tanto contrariados por haber dejado pasar la oportunidad de patrocinar el Encuentro Mundial de las Artes, celebrado en Valencia el pasado fin de semana. Al parecer, el profesor valenciano José Vidal Beneyto, consejero de la Unesco y coordinador general de este fasto cultural, había peregrinado reiteradamente entre Barcelona y Madrid con la propuesta bajo del brazo para recabar el amparo de uno u otro de los citados gobiernos autonómicos, tan europeos y opulentos, ellos, sin hallar otra receptividad que buenas palabras y confortantes promesas. Conocedor excepcional de su paisaje y paisanaje, tan meninfotista, no podía ocurrírsele que la solución la tenía en su propia casa, tal como ha sido.Sin duda, llegó en el momento justo y coincidió con la gente idónea. El resultado ya lo hemos visto: un acontecimiento internacional avalado por una nómina de talentos singulares y unos debates libres con una indudable proyección mediática. Ni siquiera los comentaristas más biliosos han podido mermar la densidad y brillo de esta novedad que, a mayor abundamiento, se colmará con la constitución del Consejo Mundial de las Artes, sentando además el precedente de futuros encuentros bienales. O sea, algo muy importante a nuestro entender si los estamentos responsables -políticos y sociales- no lo malversan por las consabidas miserias personales que tantos proyectos y logros han frustrado por estos pagos.

Subrayo la importancia de este evento porque podemos percibir en él la posibilidad de que el País Valenciano consolide una vía de desarrollo cultural y material que, hasta ahora, únicamente se verbalizaba como un deseo plausible, pero confuso y precario. Aquello de la diluida capitalidad cultural de Europa, por ejemplo. Estos encuentros, en cambio, abonados con rigor y profesionalidad, sea cual fuera el color partidario del gobierno autonómico, pueden significar la vitola de calidad para una oferta artística que se va tejiendo con la serie de ciudades en gestación, como la de las Artes y las Ciencias, la del Cine, la del Teatro y Danza, sin soslayar la oferta museística y plástica con su despliegue internacional, no obstante las reticencias con que es observado por algún que otro aguafiestas de campanario.

Estoy hablando de prestigio, del prestigio de esta comunidad, pero también de economía porque a nadie se le oculta -y si se le oculta es que no se entera- que el negocio de la cultura en su plural expresión absorbe actualmente un buen bocado de ese 11% largo y aceleradamente creciente del PIB mundial (unos cuantos billones de dólares) que las gentes se funden viajando para conocer experiencias que no son exclusivamente sol y playa. Se nos dirá que los turistas no provocarán un overbooking por tal de participar en una mesa redonda con personajes como Irene Papas, Sydney Pollack, Peter Bogdanovich, Oriol Bohigas y etcétera, pero es obvio que la capacidad de convocar periódicamente a éstas y otras vacas sagradas de la cultura, y que acudan, garantiza un puesto preeminente en el mundo del pensamiento, tanto más cuando éste se ha convertido en espectáculo. Función del intelectual es aprovechar esta liberación de las catacumbas. Pero esto es otro asunto. Aquí hablamos de cultura, prestigio y dividendos.

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