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Reportaje:

Mercado de ébano

Carnes morenas, sexualidad en cada gesto, exóticas, exuberantes y atrevidas, baratas y rápidas, en servicio desde las cinco de la tarde hasta las siete de la madrugada. La calle es su espacio. La provocación, su lenguaje. La perspectiva de prosperidad pasa sólo por el sexo. Y el universo de la bonanza les hipoteca la libertad a través de las mafias. Más de cien mujeres, la mayoría de origen nigeriano, ejercen la prostitución en el Grau de Valencia. Los vecinos han agotado su paciencia. No quieren espectáculos pornográficos en los parques, en las plazas, en las puertas de los colegios, en las entradas a los garajes. No quieren inventariar cada mañana centenares de preservativos usados. No quieren jadeos bajo sus ventanas. Expresar en voz alta su repulsa al reclamo que desde hace más de dos años atrae a varones en celo de toda condición al barrio ha provocado en los últimos días un cerco policial a las prostitutas. El resultado: agresividad y tensión.A las cinco de la tarde de un día cualquiera, cuando en el Instituto Marítimo aún hay alumnos en clase, y los más pequeños se dejan caer por los toboganes del parque ubicado entre la avenida de Francia (una calle estrecha, corta y oscura que hace frontera con la vía) y Juan Verdaguer, las aceras se convierten en improvisados vestuarios donde jóvenes de piel azabache se transforman en femmes fatales. Cambian sus vaqueros por minifaldas ajustadas que también dejan ver el ombligo, las zapatillas de deporte por tacones de aguja o sandalias con alzas, el pelo recogido por melenas salvajes, las camisetas por corpiños de cuero o ante, en rojo, en negro, en plata o en oro. El carmín más llamativo pinta sus labios y comienza la acción.

Nida, 21 años, castellano escaso y ojos rasgados en negro intenso. La boca encarnada y sombra nacarada en los párpados. Sabe sacar provecho a sus curvas. El escote ofrece un canalillo más que sugerente. En la mochila negra, la ropa de diario, el maquillaje para retocarse, las bragas de recambio, el tabaco, un bocadillo en papel de aluminio y un número indeterminado de condones. "Vine a España hace cuatro años desde Sierra Leona. No voy a contar cómo llegué porque me pueden abrir la cara. Todo el dinero prestado que conseguí allí lo gasté en venir. Y aún les debo dinero a los que me trajeron. Tengo tres hijos en mi país, donde ya me prostituía para diplomáticos. No me importa acostarme con cualquiera. Ahora ya no. Quiero vivir bien. No hago daño a nadie. No tomo drogas y lo único que me empuja a seguir es salir de la miseria". Por 5.000 se trabaja una entrepierna en cualquiera de los bancos del parque. Por tres mil más, hace un numerito de desnudo integral. Si hay penetración, por lo menos 15.000 pesetas. Más de la mitad es para el chulo que la protege. Si se va de la lengua, es el fin. Si se revela, tendrá que buscar un buen escondite. A lo lejos aparece a marcha lenta un buen coche azul oscuro. Tres palabras por la ventanilla y a la faena entre la casa-cuartel de la Guardia Civil y el Instituto. Los alumnos están saliendo de clase. Si no les ven a ellos, se encontrarán de morros con Alondra, una mujer menuda que dice tener 24 años, llevar tres años en España, tener cuatro hijos en Mali, su país de origen, y una carrera en la prostitución desde los 13 años, cuando su padre ya cobraba por prestar los favores de la niña. Se ha abierto de piernas sobre un coche frente a un sujeto que tiene mucha prisa.

En el bar Calabuig, que hace esquina con la avenida del Puerto, esperan algunos clientes a que la noche caiga. En la calle de Bello, a eso de las siete, hace la segunda pasada diaria una furgoneta blanca que dispensa especialmente papelinas de heroína. Por la avenida Ingeniero Manuel Soto, en cuanto se acercan las ocho, deambulan en segunda varios coches en busca de placer. Los quinientos metros que separan el muelle de Tierra del Puente que conecta con el barrio de Natzaret se van convirtiendo en un burdel al aire libre. Unos vecinos arremeten a gritos contra una pareja en pleno éxtasis que impide el paso del coche al garaje. En el asiento de atrás del vehículo, dos niños de seis y tres años. En la esquina con el bar Los bestias, especialista en celebraciones picantes para hombres con pretextos como despedidas de solteros, separaciones, divorcios y demás, hay nueve chicas con otros tantos propios semidesnudos. Un coche de la policía pasa por el lugar. No se para. Si fuera viernes, llegarían en autocar clientes de Los bestias. Tras hacer la colecta, ofrecen un precio cerrado a cuatro o cinco prostitutas por un trabajito colectivo dentro del autobús. Y pasadas las once un par de coches se van parando por donde están las mujeres para recoger el efectivo. "A cambio de su parte, vigilan que no nos pase nada, nos aseguran cama y comida, y se encargan de enviar el dinero a nuestras familias". Es la escueta explicación de Bodua, alta, de pelo corto, 26 años. Con ella va su hermana de 19 años. Llevan casi dos años en España. Han llegado a Valencia después de pasar por la Casa de Campo de Madrid. Dejaron en Liberia cinco hijos. Los custodios de sus ganancias son nigerianos y españoles directamente relacionados con las redes que operan con el mismo género en Madrid.

Al pasar la medianoche el parque de los columpios, el que está entre Juan Verdaguer y la avenida de Francia, no tiene ni un solo banco libre. Más de quince chicas atienden ahí a sus clientes. Los vecinos de la plaza cierran las ventanas a cal y canto. Saben que al amanecer, un día más, el jardín estará plagado de preservativos, alguna papelina y alguna jeringuilla. Mientras aquellas están en pleno trajín, otras toman la avenida del Puerto y aprovechan los semáforos en rojo para asaltar a los conductores. Si el seguro de la puerta no está echado, alguna muchacha se colorá en el asiento del copiloto en un abrir y cerrar de ojos. Frente al lavado automático (que por la noche está cerrado) a las cuatro de la madrugada hay una decena de coches que sirven de refugio sexual. Por las aceras se pueden contar más de sesenta mujeres en busca de un necesitado de placer. "Estamos por aquí hasta las siete de la madrugada, más o menos. No se nos da mal. ¿Cómo podríamos ganar el dinero que sacamos aquí si ninguna de nosotras tiene papeles? Además, cuando te metes en esto, todas las salidas son malas por una u otra razón". Dice que se llama Ángela, que tiene 25 años y que es de Puerto Rico. Su castellano es perfecto. Lleva en España casi seis años. Ha pasado por Madrid, por Barcelona y el Grau es su segundo destino "laboral" en Valencia. A finales de septiembre el chulo, "un blanco con muy buena pinta que no se anda con tonterías" le partió un diente de un puñetazo porque ella se gastó algo de dinero en unos caprichos.

Los vecinos dicen que enviaron un vídeo a Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, con imágenes de cómo se transforma el barrio. Han pedido que Carmen Mas, delegada del Gobierno en la Comunidad, tome cartas en el asunto. Quieren salir a la calle para protestar hasta que les quiten a las prostitutas del barrio. De momento, sus primeras acciones sólo han conseguido que haya más policía. Amanece, y mañana las escenas volverán a sucederse.

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