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Visita de cortesía

Una vez cumplido el trámite parlamentario de presentar en las Cortes valencianas al nuevo síndic socialista, lo que aconteció a propósito del reciente debate sobre política general, era inaplazable que el máximo dirigente del PSPV, Joan Ignasi Pla, restableciese el diálogo con el presidente del Gobierno autonómico, Eduardo Zaplana. La entrevista se celebró el pasado lunes en el Palau de la Generalitat y, al decir de los cronistas, el encuentro discurrió con la cortesía propia de dos personajes educados que, además, acababan de conocerse, o poco menos. Los documentos gráficos del suceso son expresivos de la jovialidad que ambos derrocharon. Suponemos que el uno, el molt honorable, por la satisfacción de hallar por fin al interlocutor de la oposición que anhelaba para que su gestión al frente del ejecutivo no pareciera un toreo de salón; y el otro, porque tenía así la oportunidad de familiarizarse con las crujías y despachos que espera ocupar después de la próxima cita electoral. La cita, pues, se resolvió amb flors i violes, como por otra parte es lógico en una sociedad templada y distendida.Los observadores más exigentes no han disimulado una cierta decepción ante un espectáculo tan exento de crispación. Por lo visto y a su entender, el líder socialista debería de haber declinado la menor zalamería para dejar claras las diferencias programáticas -no siempre constatables en el plano de las propuestas- y de talante. Sobre todo cuando en la víspera misma y en estas páginas, Pla declaraba que la agenda política del presidente ya era vieja, lo que acaso sugiriese que estaba desfasada ante la perentoriedad de otros asuntos. Pero la verdad es que esos otros asuntos novedosos no se citan en parte alguna y los que realmente están sobre la mesa no son otros que los antiguos y muy manidos, entre otras cosas, porque el PSPV ha tenido las meninges ocupadas en otros menesteres más apremiantes para su propia sobrevivencia. Así pues, lo sensato era ordenar y aligerar la única agenda que existe. Y a ello se aplicaron los dos mandatarios.

El corolario de la charla ya es sabido: ambos políticos habrán de viajar a Madrid para evacuar consultas con sus respectivos mentores acerca de la reforma del Estatuto y el Plan Hidrológico Nacional. Después, con la lección aprendida, volverán posiblemente a reunirse para verificar la coincidencia o discrepancia de las consignas recibidas. A pesar del tiempo transcurrido y de la verborrea vertida en torno a dichos capítulos hemos de concluir que los señores de allá ni los de aquí lo tienen claro. Así las cosas, nos atendremos a lo que en su día declaren al respecto el presidente Aznar o el aspirante Zapatero por su propia boca o por la de sus mensajeros.

En cambio, los referidos interlocutores tienen plena autonomía para negociar la composición de la Academia Valenciana de la Lengua. En este apartado no tienen más limitaciones que las que hipotequen su coraje para acordar una salida decente, lo que significa elegir unos académicos con credenciales para ello. No se nos antoja un escollo insuperable. Menos cómodo les va a resultar salvar los obstáculos que uno y otro han de encontrar para allanar el ineluctable proceso de fusión de las dos grandes cajas valencianas. Roto el hielo, sólo les queda ponerse al tajo.

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