El Guerruj se derrota a sí mismo
Obsesionado por el triunfo, el marroquí sucumbe en los 1.500 metros ante el keniano Ngeny al equivocarse de estrategia
Cuatro años de jerarca del mediofondo no le han servido a Hicham el Guerruj como pantalla contra el temor que le ha dominado todo este tiempo. Su obsesión por el título olímpico le debilitó en unos 1.500 metros que podía haber ganado de diez formas diferentes. Pero eligió la peor, algo así como una reedición punto por punto de la que le dio la victoria en 1999 en los Campeonatos del Mundo de Sevilla. En aquella ocasión sorprendió a sus rivales y no encontró oposición. Pero esta vez todos estaban avisados de sus intenciones. Se sabía que su compatriota Baba ejercería de liebre al servicio del campeón. Y se sabía, por tanto, que la carrera sería rápida, lineal, sin otros conflictos que los derivados de la pura persecución al marroquí. La idea de El Guerruj era tan evidente como la de los kenianos, convencidos de que la clave sería la resistencia.La falta de alternativas obró contra El Guerruj. En primer lugar, porque su estrategia anunciaba sus temores. No podía convertir la final en una cuestión de simple velocidad. Un plan demasiado mecánico y, sobre todo, sin posibilidad de modificación. Temía una carrera lenta, táctica, sucia. Temía verse dominado por los acontecimientos cuando durante los últimos cuatro años había sucedido al revés. Sin embargo, los hechos han demostrado que no ha podido borrar de su memoria el drama de Atlanta. En aquella ocasión tropezó, se cayó y fue el último. El verse envuelto en las mismas circunstancias le resultaba insorportable. Ese temor le volvió débil en Sydney.
Para los kenianos se trató de una cuestión sencilla: medir sus fuerzas contra las de El Guerruj. Con la particularidad de que el marroquí tenía que tomar la iniciativa y debía hacerlo con cierta angustia. No podía permitirse un fracaso. Toda la presión se abatió sobre El Guerruj, que envió a Baba por delante. Baba también fue víctima de los acontecimientos. No se trataba de lanzar la carrera a toda máquina. Se trataba de cuidar los intereses de El Guerruj sin ningún margen para el error. Para Marruecos esa final tenía una trascendencia descomunal. Para El Guerruj era el objetivo de su vida. Demasiada responsabilidad para Baba, un atleta de 21 años poco curtido en los rigores del mediofondo. Como liebre, hizo más por los kenianos que por El Guerruj.
Los parciales explicaron con nitidez las características de una prueba que fue rápida, pero no tanto como deseaba El Guerruj. En el paso por los 800 metros Baba marcó 1m 54,77s, tres segundos más lento de lo que le aconsejó El Guerruj. Sus servicios terminaron demasiado pronto. Antes de los 900 metros, el campeón marroquí estaba solo en la cabeza del largo reguero de atletas. Su plan no había servido para abrir brecha con los kenianos, encantados de seguir un ritmo relativamente cómodo para ellos.
El Guerruj se encontró de repente frente a una realidad temible. No podía cambiar de estrategia, no había tumbado a Ngeny y tenía más de 600 metros por delante. Aquélla era la perfecta puesta en escena para Ngeny, que no estaba machacado como en Sevilla por un agotador calendario de carreras. El pasado año, el keniano disputó 30 antes de medirse con El Guerruj. Aquel régimen estajanovista le dio dinero para comprar una camioneta y una televisión a su familia, pero le restó frescura frente a un atleta que sólo había corrido diez veces. Esta temporada ha sido más sensato y ahí están sus beneficios.
Ngeny y Lagat aguantaron a pie firme. Los demás sobrevivían a duras penas. El intento de Díaz por seguir al grupo de cabeza no tuvo éxito. Afectado por una alergia y un catarro, estaba destinado a un papel menor, lo mismo que Higuero, poco acostumbrado a este tipo de carreras. La historia estaba en otra parte, en la delicada situación de El Guerruj, que abrió el gas y no sucedió nada. Ngeny y Lagat seguían detrás, sin concederle un metro de ventaja, sometiéndole a un tremendo desgaste físico y emocional.
El Guerruj no se había visto tan apurado en los últimos años. No estaba programado para hacer aquello que no conocía: una última recta con dos kenianos a su lado. Ya no había retorno posible. Sólo quedaba un acto de puro voluntarismo. Fue admirable su negativa a aceptar una derrota que estuvo escrita en cuanto Ngeny salió del rebufo. En ese momento, su rostro reflejó la desolación de un hombre que cambiaría todo su palmarés por el oro olímpico.
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