El cuerpo pide correr
El ser humano gasta casi el doble de energía cuando corre que otros mamíferos mucho más dotados para este tipo de ejercicio. En cambio, cuando caminamos somos más eficientes que los cuadrúpedos. Y es que nuestro cuerpo está muy bien diseñado para la marcha en bipedestación, su actividad física y medio de locomoción más habituales durante miles de años. Todo esto es cierto, pero hasta un cierto límite. Prueben a hacer el siguiente experimento: pónganse a andar a velocidades crecientes (sobre la cinta rodante de un gimnasio, por ejemplo). Hasta 8 o 9 kilómetros por hora, todo bien. A partir de esta velocidad, la cosa cambia: espontáneamente, el cuerpo pide correr. En efecto, llega un momento en que le resulta más económico que andar (¡hasta un 50% más económico!). También para los marchadores. Para conseguir marchar entre 13 (las chicas) y 15 km/hora (los chicos) sin despegar del suelo y sin doblar la rodilla de la pierna de apoyo, hay que hacer un verdadero derroche de energía tirando de brazos y haciendo que las caderas se bamboleen a toda velocidad. Y los músculos tibiales (delante de la tibia) e isquiotibiales (detrás de los muslos) sufren un tremendo desgaste. En cambio, corriendo a la misma velocidad, el tejido conjuntivo (tendones) de las piernas actúa como un muelle cuando los pies aterrizan en el suelo: es decir, almacena energía elástica aprovechable para la siguiente zancada. El resultado es un ahorro energético para las células musculares.Por todo ello, los marchadores deben ser capaces de aguantar alrededor del 90% de su consumo máximo de oxígeno durante una hora y media. Tamaño esfuerzo sólo se puede soportar quemando todo el glucógeno de los músculos. Primero, el de las llamadas fibras rojas o lentas, que quedan exhaustas tras los primeros 10 ó 15 kilómetros. En ese momento toman el relevo las fibras blancas o rápidas. Lo malo es que éstas son menos eficientes que las rojas (consumen más oxígeno para una misma velocidad de marcha), y el derroche de energía es aún mayor. Así, no debe sorprendernos lo difícil que les resulta mantener la técnica para evitar ser descalificados.
Alejandro Lucía es fisiólogo de la UEM.
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