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Tribuna
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El mundo ¿va bien?

Actualmente vivimos una nueva situación de influencias mutuas a nivel mundial: es la globalización. En donde todo repercute sobre todo, queramos o no queramos. Ya no somos islas apartadas unas de otras. Por eso los conflictos y males que aquejan a una parte del mundo repercuten sobre todo y sobre todos los demás, y vuelven sobre nosotros después, como vemos que ocurre con la globalización económica o con la polución creada por nosotros, atacándonos a nosotros mismos. Ya no vale la propaganda de las grandes petroleras norteamericanas diciendo a los estadounidenses: "No temáis el consumo indiscriminado del petróleo, porque el refino se hace en los países subdesarrollados, y su polución no os afectará"; o la peligrosa situación crecientemente disminuida de la protectora capa de ozono que disminuye por culpa de nuestra civilización del desarrollo egoísta y egocéntrico.Todos debemos estar avergonzados de lo mal que hemos resuelto todos estos conflictos. Bastaría recordar la situación económica, base de todas nuestras estructuras, ya que las condiciona en gran parte.

Las Naciones Unidas han desvelado estos males. Recordemos algunos:

-El índice de desarrollo humano ha descendido cuando, sin embargo, se predica constantemente el progreso que comporta nuestro sistema económico-social, descenso que ha ocurrido escandalosamente en el África subsahariana, y hasta en seis países de la Europa del Este.

-Así la diferencia entre ricos y pobres aumenta cuando se nos prometía que iba a disminuir. España, por ejemplo, el año pasado era un país más igualitario, y hoy está en octavo lugar.

-Los 200 multimillonarios más ricos del mundo tienen una fortuna ocho veces mayor que el conjunto de los habitantes de los 48 países menos adelantados de la Tierra.

-La séptima parte de la población mundial tiene hambre; la sexta parte carece de agua potable; y casi la mitad no tiene un saneamiento apropiado. Cada día mueren 30.000 niños por falta de alimentación y 250 millones de ellos son explotados laboralmente.

-Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia doméstica y más de un millón de mujeres y niñas entran al año en la prostitución.

-Y la violencia terrorista va en aumento y la educación está desnutrida culturalmente porque hay 900 millones de analfabetos y 90 millones de niños y niñas no acuden a la escuela. Y no acertamos en la educación que necesitan los países desarrollados para combatir estos males.

Éste es el reto para todos los creyentes y no creyentes y, por lo que a nosotros los cristianos nos toca, si queremos seguir el mensaje y ejemplo de Jesús estamos llamados a ello. En nuestra religión, los seglares tenemos que exigir una consideración de mayoría de edad, ya que la Iglesia no es el estamento clerical, sobre todo el del alto-clero, sino la comunidad de los creyentes, como gustaba decir a San Agustín. Y debemos preguntarnos: ¿tendrá que ser la Iglesia en el futuro sólo un fermento, y no pretender abarcarlo todo en un organismo teratológico que nos domina y frecuentemente nos tiraniza? ¿No tendríamos que tomar en serio que no sea una pirámide clerical en donde los que estamos abajo somos aplastados por el peso del que manda?

El paradójico Chesterton, proclamado por el neomarxista Bloch el pensador más inteligente del siglo XX, hizo la apología de la persona corriente, cosa que los que mandan, en política o en religión, han olvidado, y hemos puesto como modelos en el candelero, por causa de todas estas influencias, sólo a los pretendidamente famosos, que son los menos importantes en el fondo. Por eso Umberto Eco, señalaba su admiración por el medieval Rogerio Bacon, porque "creía en la fuerza, y en las invenciones espirituales de los sencillos, porque éstos no se pierden como los sabihondos en las leyes generales, olvidando al individuo concreto". Así se ha producido lo que critica un filósofo actual, Levinas: el mal de Occidente, ha sido fijarnos en lo general y abstracto, y se nos olvida el hombre concreto. Por eso se ha hecho tan inhumano el mundo actual, donde todos somos un número en un ordenador, y se nos hace robots ciegos y sordos a uno mismo. Precisamente, como reacción, en lo cotidiano está la clave de la filosofía más actual. Pero se nos ha inducido a vivir exclusivamente la razón tecnológica (Marcuse), y la razón instrumental (Horkheimer), y los seres humanos se convierten en medios para nuestro egoísmo, y no en fines respetables. Hemos construido, además, un mundo de intermediarios (W. V. O. Quine), que nos aplastan con su burocracia asfixiante que impide soluciones humanas porque se olvida del individuo que tiene delante, y se queda éste en un número sin rostro humano, clasificado en una pantalla. Y padecemos la influencia de postulados culturales, que su repetición por activa y por pasiva los impone a todos sin que podamos ejercer una verdadera crítica radical. Al final, hasta los partidos políticos coinciden sustancialmente en el mismo defecto: no atender a la voz de lo cotidiano y de la gente sencilla, que padece todo esto bajo una tiranía engañosa que pretende en nuestros países del desarrollo hacer "esclavos felices" (Rousseau), porque "el hombre ha nacido libre, pero vive entre cadenas" (El contrato social).

Por eso necesitamos usar el entendimiento sentiente que propugnó Zubiri, que fue el inspirador del teólogo y filósofo de la liberación, mártir de sus ideas, padre Ellacuria, al que debemos dedicar un caluroso recuerdo, cuando se ha beatificado al tiránico antiliberal y antisocial Pío IX, y no a los mártires Padre Ellacuria y a monseñor Óscar Romero, que hubieran acompañado más dignamente a Juan XXIII.

"Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz de realizar pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Y con más saber, más medios, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva", es lo que vislumbró Ortega y Gasset en su La rebelión de las masas, obra tan mal entendida.

Y existe una tentación en los mejores: "El peligro más grande que amenaza a Europa es el cansancio" (Husserl, La filosofía como ciencia estricta).

Habría que preguntarse también por el joven, y darnos cuenta de lo que hemos hecho de él en nuestro mundo desarrollado. Lo observaba un agnóstico, Indro Montanelli, con motivo de la XV Jornada de la Juventud, celebrada en Roma: "Los jóvenes" decía "inconscientemente buscan y quieren en este mundo de lo efímero, en el que nosotros les hemos hecho nacer, algo que no esté sometido al tiempo, alguna seguridad que sea eterna, que les ofrezca alguna estabilidad donde poner los pies".

Los jóvenes, seamos sinceros, flotan en una sociedad dominada por el vacío de ideales y valores. Y no se les puede tapar la boca dándoles motocicletas y dinero; quieren algo más humanizante: el acogimiento afectivo, las razones humanas y la participación, y no el silencio, como lo he podido comprobar cuando he dirigido la Obra de Protección de Menores, donde había 50.000 menores con problemas personales y sociales, que dependían de mí y de los que colaboraban conmigo.

Tenemos inmensas posibilidades técnicas; pero también hemos de ser conscientes de sus límites, porque descubre la ciencia, lo mismo física que política o económica, que el desarrollo tiene límites insalvables que no dependen de la buena voluntad de las personas, y no hay posibilidades de un nivel de vida excesivo que hoy viven sólo unos pocos y no dejan casi nada para la inmensa mayoría. Es preciso que nos demos cuenta de ello, como señala el profesor Jorge Riechmann. La nueva actitud para los que disfrutamos de un "status" de vida aceptable, es que no podemos caer en la tentación de aumentar esto desmedidamente: que la regla a adoptar ya la dijeron los primeros filósofos de Occidente, los presocráticos, después de haberlo sostenido siglos antes los sabios orientales, como Lao-Tsé y Buda: que nuestra conducta debe ser "nada demasiado". Porque no hay para dilapidar, y es necesario repartir para poder vivir todos razonablemente. El mal de los occidentales es fijarse exclusivamente en la macroeconomía y no en la microeconomía; y no meditar en la distribución del exceso que producimos, dejándolo ahora disponible a la avaricia del más fuerte. Se impone una ética de la verdadera convivencia, vivida en el diálogo de todos para llegar a un consenso razonable, con la ayuda de la ciencia y del buen sentido latente en el corazón de todo ser humano.

Pensamos los creyentes que esa necesidad de ideales que siente la juventud es el vislumbre de algo absoluto en la vida: es lo que el creyente llama Dios, pero lo describe muy mal envuelto en supersticiones e infantilismo que la ciencia desbanca.

Intentar cambiar este mundo merece la pena, lo consigamos o no. Así no podemos vivir; ésto es lo que hemos analizado los mil quinientos asistentes al XX Congreso de Teología, aunque no quieran saber nada de nosotros los obispos.

E. Miret Magdalena es presidente de la asociación de Teólogos/as Juan XXIII.

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