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ATLETISMO Sydney 2000

La lluvia ahoga a Sotomayor

El atleta cubano terminó segundo (2,32 metros), detrás del ruso Kliugin, que superó los 2,35

Carlos Arribas

Entonces empezó a llover. La tarde se había ido cubriendo de nubes. El viento soplaba. Era un día desapacible. Pero aún seco. Los 110.000 espectadores que cotidianamente llenan el estadio olímpico de Sydney estaban asistiendo a una demostración con ejemplos prácticos de los rasgos que definen a un campeón. La lección la estaba dando Javier Sotomayor. Había una docena de alumnos becados: los rivales en la final de salto de altura. Chavales jóvenes y ambiciosos, gente con ganas de aprender, con deseos de sobrepasar al maestro, a un maestro ya viejo y castigado, a un atleta que hacía ya años que no daba con el salto perfecto, que había tenido que reducir gradualmente el alcance de su zancada, el número de sus saltos; dura la vida, un atleta explosivo obligado a mimar su cuerpo, a no excederse, a tener cuidado de sus tobillos, la articulación sobre la que descansa todo; a un hombre marcado: positivo por cocaína en agosto de 1999, tras presiones, polémicas y controversias, logra que la IAAF le levante la sanción en agosto, con el tiempo justo para prepararse para Sydney, su última cita olímpica, la última oportunidad de un hombre de 33 años que marcó los últimos 15 del salto de altura. Nadie ha saltado tantas veces por encima de 2,30 metros como él; nadie ha saltado tan alto como él. Y pasarán aún muchos años antes de que nadie supere sus 2,45 metros. Entonces empezó a llover. "Y yo, saben, soy el peor del mundo cuando hay lluvia", explicó.La tarde le iba bárbara. Económica y genial. Sólo dos intentos, sólo dos talonamientos, dos descargas de fuerza sobre su tobillo izquierdo, fuerza horizontal convertida en fuerza de despegue, el cuerpo, los 80 kilos, arqueándose de espaldas después de un ágil giro en el aire. 2,25 metros a la primera; también 2,32 metros. Y sólo con eso, el concurso dominado. Los rivales, los jóvenes que aspiran a dominar la especialidad hacen lo que pueden. Hay un sueco cabezón y paticorto, heredero de Sjoeberg pero todo lo contrario en tipo, nada querubín, nada grácil, todo fuerza de muslos, gran giro de cadera, moreno, llamado Stefan Holm; y otro sueco también de 24 años, Staffan Strand. Y un canadiense de 23, un funky llamado Mark Boswell, un israelí de origen ruso, un gigante de 2,03 metros, Konstantin Matusevic, casi 100 kilos, y salta más de 2,30 metros. Un argelino que muestra la fuerza árabe también en deportes caros. Y un par de rusos, dos gotas de agua, rubias, ojos azules, 1,91 metros, 79 kilos, Kliugin y Voronin. Los dos se entrenan juntos. A los dos les guía Alexandr Bourt. Llegan sobrados. Sotomayor no ha pasado en su corta temporada de 2,30 y todos ellos se han movido por el 2,35. Alguno, como Voronin, ha llegado a los 2,40. Pero ya está Sotomayor, sólo dos saltos, recuerden, en 2,32 metros y Voronin, intimidado, torpe, cojitranco, ha hecho la bolsa: pasó los 2,29 al tercer intento; con los 2,32 ya no pudo. Los demás están allí pero después de haber derribado alguna vez. Sólo Sotomayor está limpio.

Llegó el momento. Siete han pasado 2,32. Los 2,35 darán el título. Fallan seis. Llega el último, Kliugin, y los pasa a la primera. Entonces empezó a llover. Nadie fue capaz ya de hacer un salto bueno. Sotomayor llega al listón y lo derriba por tercera vez. "Estos han sido mis últimos Juegos", se despide.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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