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El abuelo ya tiene carné

Julio Caneda consigue el permiso de conducir a los 82 años para poder llevar a su esposa al médico a León

Como Fangio, el as del volante, Julio Caneda vivió en la pampa argentina más de media vida. Pero todo fue muy diferente para ambos. El famoso corredor acumulaba triunfos y saboreaba las mieles del éxito como el que tose, y este emigrante, nacido en Puebla de Trives (Ourense), jamás se había sentado frente a un volante. Así continuó hasta hace pocos meses, cumplidos los 82 años.Cuando Caneda se vio obligado a tener que llevar con cierta frecuencia a su esposa, María, de 76 años, al médico a León, debido a su precario estado de salud, se decidió a dar el gran salto.

Un trágico accidente de tráfico les arrebató a su única hija, de 21 años, cerca de Mar del Plata. Desde entonces, María nunca volvió a ser la misma.

Tras la tragedia, el matrimonio decidió volver a su tierra, a León, y desde hace casi dos años, por una decisión mutua, reside en Valencia de Don Juan, una localidad distante de la capital leonesa alrededor de 40 kilómetros, un punto intermedio entre los pueblos en los que nacieron los dos.

Pero vivir en un pueblo pequeño presenta serias dificultades a la hora de atender emergencias si no se dispone de un coche. "Me tenía que trasladar a León con mi señora para ir al médico, y no siempre había ambulancias. El taxi es muy caro para un jubilado con una pensión de subsistencia, así que decidí sacarme la licencia y comprar un cochecillo", explica Julio Caneda.

El anciano estudió como un chaval más de ocho meses. En este tiempo tuvo que hacer algún paréntesis que otro en sus clases por el agravamiento de las crisis de su esposa.

Después de hacer las tareas domésticas, cocinar y fregar, el octogenario estudiante sacaba un par de horas para repasar el Código de la Circulación y la lección diaria de la autoescuela como un colegial.

"Para mí ha sido un sacrificio tremendo. La memoria no es la de antes. Muchas veces quería abandonar, pero los maestros me decían que iba mejor que muchos chicos, y eso me daba ánimos", afirma. Todos estos esfuerzos tuvieron su tardía recompensa cuando llegó el día del examen, que el anciano aprobó a la primera. Incluso con su edad, a la que ya se le han visto todos los lados a la vida, afirma que "de la práctica, lo más difícil es dominar los nervios".

Ha pasado un mes y Julio ya tiene coche para llevar a su esposa al hospital. "Uno de segunda mano, claro", que su amigo Alfredo, propietario de un concesionario de automóviles en León, le ha cedido hasta que "entre otro con el motor mejor".

"El coche lo conseguí con muchas facilidades. Se lo agradezco a mi amigo, pero no veo la posibilidad de pagarlo; veremos lo que ocurre", dice con cierta intranquilidad.

Da la impresión, al verle por la carretera, de que ese Citroën ZX con la letra L en la parte trasera se lo ha prestado a Julio un familiar veinteañero novato en el arte de la conducción y que el supuesto veterano no se ha molestado en retirar el distintivo.

Si Julio no se amilanó en una clase con chavales que podían ser sus nietos, con reflejos y vista de ave, no se va a amedrentar ahora con la práctica, y poco a poco va dando sus vueltas por los pueblos de los alrededores para empezar a soltarse al volante.

"El otro día fui hasta Valderas, a comprar chorizos; anteayer, a Benavente, a sacar a pasear a mi señora, que falta le hace, y ayer, a León, al médico, y veo que domino el auto", dice.

En cuanto se vea completamente seguro, Julio tiene la esperanza de poder viajar, más adelante, en su propio vehículo a Puebla de Trives (a casi 200 kilómetros de su pueblo) para saludar a su hermana de 93 años y a sus sobrinos, a quienes no ve desde que el matrimonio aterrizó en España. "Eso cuando esté más práctico con el auto", reconoce.

Una de las asistentas sociales que atienden al matrimonio se encuentra en la misma tesitura por la que ha pasado Julio hace unos meses y, por supuesto, consulta sus dudas sobre señales y semáforos al anciano. Éste, con cariño y paciencia, orienta a la joven. Ella asiente con atención, ávida de mayores conocimientos. "Don Julio lo lleva de maravilla. He ido con él en el coche y le pisa bien". La autoescuela en la que aprendió el estudiante octogenario le ha entregado una placa plateada en reconocimiento a su "esfuerzo y constancia". Para los profesores, Julio era un "reto". Misión cumplida.

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