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Tribuna:LA OFENSIVA TERRORISTA
Tribuna
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No sé si pensaría lo mismo

José Ramón:No sé si pensaría y diría lo mismo del terrorismo si matasen a un amigo íntimo. Me lo he preguntado a veces. Lo han intentado. Por unos momentos, encontrándome lejos cuando se realizó el atentado, creí que lo habían conseguido.

He seguido pensando lo mismo.

La muerte infame ha creado una pequeña humanidad silenciosa de vascos y demás españoles privados de sus seres queridos. Hoy me siento más hermano de todos ellos. Tu hija, hace tiempo os decía, a ti y a Teresa, que os quedarais a vivir con ella en Barcelona. No, dijisteis, no mientras no haya paz en el País.

No, mientras no haya paz allí, dijimos hace ya ¿catorce años, quince?, al final de la fiesta de los antiguos compañeros del FLP, del FOC y de ESBA (la Euskadiko Sozialisten Batasuna que tú fundaste). Nos volveremos a reunir en San Sebastián, dijimos, pero no antes de que se den las condiciones. Y "las condiciones", no lo sabíamos, incluían lo que esta noche ha pasado.

¿No lo sabíamos? No lo sabíamos pero podía ocurrir. Se mascaba. Hemos vivido olvidando que podía ocurrir, olvidando un hecho futuro probable, que ensombrecía ya nuestros sueños antes de hora.

Hemos vivido tragando impotencia y esperando casi que ETA cometiera las locuras definitivas, las que despertaran a los sonámbulos que somos los miles de españoles que no atinamos a dar la respuesta civil definitiva, la que se esbozó después de Hipercor y después de la muerte minutada de Miguel Ángel Blanco, segundo a segundo vivida por la ciudadanía.

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Alex Masllorens, diputado catalán que compartía conmigo (y con Francesco Rutelli y Michel Barnier) estos minutos que no querríamos haber vivido, que nada nos preparó para soportar, me dice que está dispuesto a quedarse delante de la puerta de Hipercor hasta que se unan todos los demócratas, no para dialogar en otra mesa más, sino para actuar conjuntamente y acabar con esta vergüenza.

Siempre he creído que una contienda electoral sería ahora el mejor escenario para ETA. Un escenario en que el terror tendría máximos efectos y en que los demócratas estarían divididos por definición. Más divididos de lo que impúdicamente aparecemos ya después de cada atentado, a las diez horas de los primeros lamentos conjuntos, y aún antes de las diez horas.

Doble victoria de ETA: sembrar el terror y dividir al "enemigo". Enemigo que cada vez más somos todos, incluso los que han sido más cercanos a la comprensión de sus orígenes y sus móviles, los que les aplaudieron (aplaudimos) contra Franco. Y que pronto serán también enemigos algunos de los suyos de hoy. Sospechosos todos para ETA de poder impulsar soluciones que no quieren. Quizás sí que este escenario terrible de un zafarrancho electoral-terrorista sea el vaso de hiel que nos falta beber para merecer la paz.

Pero hagan el favor los grandes partidos demócratas, y los pequeños también, de unirse antes o después de la elecciones en un Gobierno que actúe de común acuerdo, con un solo objetivo: pacificar la calle y las aulas, defender la libertad de palabra y pensamiento, romper la relación entre lucha callejera y terrorismo (esto sobre todo) e ir acorralando otra vez al terrorismo hacia su propio terreno. Ese Gobierno, estoy seguro, no se peleará por los méritos y las culpas, como sucede ahora: los compartirá. Y esa será la mejor noticia para los dolientes, saber que están representados por un Gobierno que antepone su común dolor (y las alegrías comunes) a la necesidad de salvar las culpas de cada uno.

Deseo ardientemente que te salves y que puedas hablar, José Ramón, porque tu existencia y tu presencia van a ser una condena insoportable para los que no han conseguido que mueras. El terror que mata tiene un efecto anestésico. Nos empequeñece, nos fragiliza, nos paraliza en una indignación que se sabe siempre insuficiente, ridícula y relativa frente al absoluto de lo que ya ha ocurrido. Y en esa zona gris de nuestra desolación crece la contundencia de los actos que la generan. Por eso tu vida es nuestra esperanza de vencer a un absoluto que por ahora nos puede. No te han podido matar. Mientras vivas ésta será una de nuestras pocas victorias. No necesitamos mucho más que algunas victorias para romper la racha de la impotencia. A partir de ahora jugaremos mejor, estoy seguro.

Ahora vuelvo al artículo que publicaste este verano sobre el federalismo y la lealtad, comentando algunas frases mías. Decías que no hay federalismo sin lealtad de la parte hacia el todo. Creo que eso es tan cierto como la frase inversa: no hay federalismo sin respeto de la parte desde el todo, no sólo lealtad de la primera para con el segundo.

Sin embargo hoy percibo una superación probable de esa especie de trueque de lealtades o respetos, que creo que tú considerabas un movimiento insuficientemente definido si no se le daba el orden lógico adecuado, si no se identificaba qué es primero y qué cosa viene después: lo que impide esa ordenación que tú pides es la insuficiencia de los motivos.

Es decir, sólo cuando hay motivos suficientemente claros para optar primero por la lealtad de abajo arriba -me refiero a motivos sentidos, a sentimientos y experiencias efectivas-, sólo entonces, se produce la evidencia lógica compartida que tú reclamabas. Pero eso ocurre en el tiempo, no es un acontecimiento instantáneo o atemporal. A lo que iba: lo que está sucediendo en estos últimos tiempos y muy particularmente, para mí claro, esta noche, es que sobre los horrores que el terrorismo ha acumulado se ha ido construyendo un nuevo patriotismo, hecho de dolor y de razón. España está emergiendo como una realidad respetable y respetada, hecha de dolor compartido y dignificada por vuestro coraje. Me refiero a una nueva España. No la antigua y falsa ¡España! del grito bélico, que ha sido más causa que consecuencia de nuestros dramas anteriores. Sino a una España que está empezando justamente ahora a merecer que se la nombre como patria compartida y a ser principio lógico de lo que vaya a pasar, de lo que vayamos a construir a partir de ahora. Que es lo que tu pedías: lealtad a esa España sí habrá.

Es como si los excesos de la España negra hubieran necesitado de los excesos previos de la España roja para nacer y de los excesos posteriores de la anti-España para desaparecer. Como si esa anti-España de los últimos tiempos, con su crueldad, hubiera compensado en una especie de balanza del tiempo la barbaridad de la España una, grande y libre que nos lanzó a la vorágine de la guerra incivil y a la negación de la pluralidad intrínseca de nuestros pueblos hermanos.

Sólo una larga, una lenta y parsimoniosa democracia ha podido por fin imaginar el término de ese ciclo diabólico, que a su vez tuvo raíces hace cien años en la estupidez moral de las clases dirigentes que Joan Maragall vituperó en L'Església cremada y La Ciutat del Perdó.

Democracia ha querido decir muertes sufridas con dignidad, una tras otra; muertes de militares, de guardias civiles, de policías nacionales y autonómicos, de profesores universitarios, de ex-cargos, de senadores y concejales, de nacionalistas españoles y nacionalistas vascos, y de compradores de hipermercado: eso es lo que nos une por primera vez quizás más que nunca. Esto ha creado la lealtad que tú reclamas y que empieza a existir de veras.

Sigo pensando lo mismo que ayer, pero más. Tú y otros como tú, como los concejales del PP, sufriendo dignamente la muerte de los demás, rebelándoos contra ella y ofreciendo la vuestra, (porque tú la has estado ofreciendo desde 1968 sin perder un ápice del apego y el amor por tu tierra, sin ceder ni un palmo a la vuelta atrás hacia la vieja España sorda a su diversidad), tú y los demás como tú nos estáis acercando palmo a palmo a la nueva España plural, la que tú y yo quizás llamaremos federal, aunque no nos importe el nombre, la que tendrá orgullo de una Euskadi en paz, la que se habrá merecido a pulso el respeto y la lealtad de los vascos. Y de los catalanes. De todos los ciudadanos españoles.

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