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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Volver a Manhattan SERGI PÀMIES

Últimamente oigo a bastante gente despotricar contra Woody Allen. Que si es un pesado, que si se repite, que si vale ya de rabinos y psiquiatras. Quizás por eso, y para comprobar la solidez de mis gustos, ayer me compré el video de Manhattan, que acaba de ponerse a la venta. Manhattan fue rodada en 1979, en blanco y negro, con guión del mismo Allen y de Marshal Brickman. Fue una de sus películas más taquilleras en Barcelona y la editorial Tusquets publicó el guión en 1981, en la colección Cuadernos Ínfimos. La película se inicia con unas imágenes de Nueva York, una voz en off y la música de George Gershwin. Es una escena casi tan redonda como la que Gershwin inspiró al mejor capítulo de la espléndida Fantasía-2000, que todavía puede verse en el cine. Por aquel entonces, en 1980, decir que no te gustaba Woody Allen equivalía a quedar como un idiota y a cuestionar el papanatismo imperante. Ahora, en cambio, parece que la tortilla ha dado la vuelta y que los woodyallenistas tendrán que pasar a la clandestinidad si no quieren ser apedeadros.Pero lo cierto es que, 20 años después, Manhattan sigue siendo una película estupenda. Dura y romántica, como esa ciudad que Allen define en sus primeros planos. Doblado por el añorado Valdivieso, el protagonista vomita una cantidad de información tan actual como contundente. Sinopsis: escritor divorciado que sale con chica menor de edad atraviesa una crisis creativa, conoce a la amante de su mejor amigo, se lía con ella, ella le deja, él procura conciliar su trabajo y posterior despido con las visitas a un hijo de un matrimonio anterior y las negociaciones con una ex esposa convertida al lesbianismo que le amenaza con escribir un libro sobre su tumultuosa relación. Parece una profecía de lo que le ocurrió más tarde a Allen. Hay divorcios, custodias, psiquiatras, todo lo que, primero con un glamour apolillado a lo Sartre-Beauvoiry más tarde en el más puro estilo Tómbola protagonizaron Mia Farrow, su hija adoptiva Soon-Yi y el corruptor de menores Woody. Y Manhattan resiste porque retrata los inicios de una neurastenia colectiva que pasaba por el ansia consumista, mirarse al ombligo, desahogarse jugando a squash, ahogarse en largas perroratas intelectualoides y, sobre todo, por la hipocresía de los que dicen pensar lo que no piensan y acaban viviendo de su propia impostura.

El decorado es la Nueva York más amable. Nada de malas calles a lo Scorsese: Central Park, restaurantes in y referencias a un Greenwich Village con cines de repertorio, como esa vieja y desaparecida sala de la calle de Bleecker que también aparecía en otra de sus películas o en Buscando a Susan desesperadamente. Hay, por supuesto, detalles que chirrían: los homenajes a Bergman o esa voluntad casi onanista de manifestar fobias y fibias. En cambio, resplandece la relación de Allen con esa joven Mariel Hemingway, y la última escena en la que, a punto de marcharse a Londres, ella le pide que la espere, que sólo serán seis meses y que seis meses no son nada y, tras sonreír, le dice al sarcástico e hipócrita de Allen: "Debes tener un poco de fe en las personas". Y Allen hace una mueca irónica y allí termina la película, dejando al espectador fundido en negro.

Queda, pues, Manhattan, ahora en vídeo y DVD, con su obsoleto blanco y negro, comercializada en la era de la televisión y rodeada por un bombardeo de iconos entre los que, además del asesino de John Lennon (que pronto saldrá en libertad) también está Woody Allen. Con su clarinete y ese Michael's Pub en el que tocaba antes de que, según dicen, cerrara (parece que ahora actúa en el Café Carlyle), con su escandalosa relación con Mia Farrow y con una dirección a la que, si ustedes lo desean, pueden escribirle (930 Fifht Ave. New York, NY 10021) para decirle, por ejemplo, que aunque cada vez hay más gente que afirma aborrecerle, otros siguen disfrutando con sus películas. Quizá no con todas pero sí con Manhattan. Leo en el guión: "Cae la noche sobre Manhattan. Un parque y la silueta de varios edificios del centro. Central Park. Un hombre y una mujer se besan en un balcón". Y me dan ganas de volver a verla. Es más: voy a volver a verla.

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