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Mucho más que nómadas salvajes a caballo

Jacinto Antón

El mundo de los nómadas de las estepas asiáticas conjura imágenes de caballos al galope, de nubes de flechas que oscurecen el sol, de pirámides de cráneos y de oro bárbaro pagado con sangre. Pero junto a esas estampas drámaticas y brutales hay otra realidad: la de una contribución esencial de esos pueblos a la historia de la humanidad en los aspectos artístico, tecnológico, económico y hasta espiritual. La hermosa y apasionante exposición inaugurada ayer en la sede barcelonesa de la Fundación La Caixa recrea a través de 178 objetos de enorme valor y belleza, algunos absolutamente excepcionales, el universo de los nómadas asiáticos. La exhibición abarca un territorio de más de 6.500 kilómetros, entre el Mar Negro y Mongolia, desde las fronteras de Europa hasta la China septentrional, en un abanico de tiempo que va desde Alejandro Magno a Gengis Khan.Escitas, hunos y mongoles son tres de los pueblos que vienen a la memoria instantáneamente al hablar de los nómadas que hicieron temblar con las pezuñas de sus caballos los refinados edificios de las grandes civilizaciones sedentarias de Oriente y Occidente. La exposición de la Fundación La Caixa habla de ellos -no concretamente de los hunos, pero sí de sus ancestros, los hiong-nu que obligaron a los chinos a construir la Gran Muralla-. Pero también presenta a otros pueblos mucho menos conocidos popularmente como los yue-che, los sênpei, los t'u-kiû, los k'i-tan, los nuzhen... Ése quizá sea uno de los retos de la sensacional exhibición: hacer que el público de la calle ponga el pie en las estepas sin amedrentarse ante una panoplia de pueblos que le sonarán (en algunos casos muy pertinentemente) a chino. Pero no hay que asustarse, el recorrido es muy didáctico y está jalonado con suficientes maravillas para cruzar los difíciles puentes de la historia, la geografía y la cronología. El visitante no dejará de impresionarse, por ejemplo, frente al ennegrecido cráneo de Wu Shuliu, jefe supremo de los hiong-nu que reinó a principios de nuestra era sobre un imperio -el primero de los nómadas- que rivalizaba en grandeza con China. Del ejército de 40.000 jinetes de los hiong-nu dicen las crónicas que el ala oeste constaba sólo de caballos blancos, el ala este de caballos gris acero de testuz blanca, la norte de caballos negros como cuervos y la retaguardia, al sur, exclusivamente de bayos.

Cerca del cráneo de Wu Shuliu se exhiben materiales procedentes de la misma tumba del caudillo -en Noin Ula a cien kilómetros de Ulan Bator-. Entre ellos el gran paño fúnebre de fieltro con ornamentación en seda (dibujos de grifos y alces) que es una de las piezas señeras de la exposición y cuyas dos partes (depositadas respectivamente en Rusia y Mongolia) se han podido presentar juntas ahora por primera vez. En el mismo contexto, el visitante se puede asomar a la impresionante reconstrucción, con el esqueleto y el ajuar funerario originales, de otra tumba hiong-nu, de la necrópolis de Egiin Gol, recién excavada.

A la vista de la calidad y el interés de lo reunido, procedente de museos de Mongolia, del Ermitage, del Museo Guimet de París (donde se exhibirá luego la exposición) y de colecciones particulares, es difícil resaltar obras concretas, pero nadie dejará de admirar las piezas de oro escitas, con su abigarrado bestiario o los inmensamente emotivos objetos procedentes de los túmulos de Pazirik (en los que se descubrieron las famosas momias): bridas, sillas de montar y un pequeño adorno de alfiler de madera en forma de ciervo con astas de muchas puntas.

Todo un tesoro de vasos, jarras y platos de oro y plata, y monedas, representa el mundo de la influencia helénica en Asia, en Partia, Bactriana, Sogdiana tras el paso de Alejandro. Otra parte de la exposición está dedicada a las ciudades-oasis de la ruta de la seda, tan en contacto con el mundo de los nómadas. Y una inscripción de un mausoleo de Samarcanda recuerda a Tamerlán, el cojo de hierro que fundió ambas tradiciones. Puñales, hebillas de oro en forma de tigres, cabras y ciervos de bronce representan la interrelación de las culturas nómadas septentrionales y China. Un complejo ornamento funerario de oro, compuesto por un tocado, pectoral y cinturones (civilización t'u-kiu, siglos VI-VII), parece salido de un cuento de príncipes exóticos. Y los contundentes elementos decorativos de cobre de un arnés k'i-tan significan la unión indestructible de esta etnia con sus caballos y brindan una imagen impresionante del poder de los jinetes. Cerca, una máscara de hombre de la misma época (siglos X-XII) pone un rostro a este mundo de ruda belleza, una faz que, curiosamente, muestra una gran placidez y serenidad. En el mismo ámbito puede admirarse un vestido largo de brocado de oro forrado de seda y decorado con grullas, un atuendo digno de Kubilai Khan. Una chaqueta mongola del siglo XIII, increíblemente conservada, sugiere el mundo de los guerreros conquistadores a los que Temudschin, luego Gengis Khan, unió para la gloria.

La exposición (hasta el 30 de diciembre), tiene un atractivo epílogo con la proyección de las imágenes de la Travesía Amarilla, la expedición francesa de 1931 a través de las estepas a bordo de 15 vehículos oruga Citroën.

Consuelo Bautista
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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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