Aquella alumna de Torrellano
Un profesor de gimnasia del colegio la convenció, a los siete años, para que comenzara a practicar el yudo
Javier Alonso, marido y entrenador de Isabel Fernández, ha sido clave en la transformación de su mujer en una campeona olímpica. Pero de nada hubiera servido si un señor argentino, que daba clases de gimnasia en el colegio alicantino de Torrellano, no le hubiera dicho a aquella niña de siete años que empezara a hacer yudo. "Me vio cualidades y ahí empecé", dice la campeona olímpica, tercera que da España en yudo tras Miriam Blasco y Almudeña Muñoz, ambas en Barcelona 92. Miriam está en Sydney y Almudena, en Valencia. El yudo femenino español ya es un pozo de petróleo en medallas.Chía, como la conocen en su casa, es la cuarta de cinco hermanos y su madre, como si su hija fuera torera, se puso a rezar antes de la final. Su hija ganó, pero hace tiempo que tiene ganado a todo el mundo. Como persona y como deportista. Isabelita, como le dice el presidente de la Federación Española, Alejandro Blanco, es afable, sonriente y nunca parece tener una mala palabra para nadie. A veces parece ingenua y aunque se lamenta de la falta de publicidad y de medios que tiene el yudo, la queja eterna de tantos deportistas de élite con el fútbol siempre al fondo, no lo hace con acritud, ni mucho menos con prepotencia.
Isabel Fernández tiene junto a Miriam Blasco los mejores historiales del yudo español. Ha ganado ya los tres grandes títulos, olímpico, mundial y europeo, éste por partida doble y que no es triple porque en el de este año ha sido la única gran competición en que no subió a podio. Iba relajada, ya clasificada para los Juegos Olímpicos, su gran reto ahora conseguido. Mide 1,60 metros y pesa habitualmente 56 kilos, sobrado margen para su categoría de 57.
Javier, su marido, fue el giro crucial de su carrera. Después de los Juegos de Barcelona él se hizo cargo del Yudo Club Alicante tras la muerte de Sergio Cardell, el técnico llorado por Miriam tras su título. Javier era el alumno más aventajado de la clase y pasó a ser el profesor. E Isabel, la alumna y posteriormente la esposa. Forman un tándem perfecto y a los hechos hay que remitirse. La carrera de Isabel pasó a ser meteórica. Unos nuevos sistemas de entrenamiento, con planteamientos técnicos distintos, han dado los máximos resultados.
Denme un buen alumno y le daré un buen profesor, dice JaVier, su marido. Isabel también ha dado clases a niños, pero este año no ha tenido tiempo. Quizá más adelante. Aún le queda carrera. Cumplió en febrero los 28 años, 21 después de que la descubriera aquel señor, que, por cierto, regresó a Argentina.
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