Volver de Australia
El viaje olímpico español tuvo que ser traumático; Manu Leguineche recuerda en su último libro, La tierra de Oz, que durante años creímos que las antípodas eran australianas, pero los mapas modernos descubrieron que estaban en Nueva Zelanda, de donde vienen el mejor cordero y los kiwis afrodisíacos.Durante años, como recuerda Manu, a los australianos no se les hacía caso, ni siquiera eran antípodas; hasta que unos cuantos -políticos, cineastas, escritores- se rebelaron ahí abajo e hicieron su revolución cultural, que asomó a las páginas del Economist. The Economist tituló, en los ochenta, "Qué pasa ahí abajo", pero aunque parezca mentira no se refería su pregunta a lo que sucedía en la industria o en cualquier otro renglón aburrido de la cuenta de resultados, se refería el semanario británico a lo que le pasaba al cine, que de pronto hizo que todo el mundo se fijara en la inspiración de las antípodas. Ahora lo que nos llega desde ahí parece irreal: sabemos que mientras nosotros almorzamos ya ellos hacen recuento de los desastres olímpicos del día, e incluso los insomnes ya deben estar dormidos cuando nosotros recibimos las noticias de lo que hicieron nuestros deportistas boca abajo.
Estamos acostumbrados a sus fracasos, pero no a tanto fracaso, y yo atribuyo este siniestro total a la calidad dudosa del viaje que se produce como si el mundo fuera abarcable: que el ser humano sólo tarde 24 horas en llegar al otro sitio del otro mundo tiene que ser un desafío inaguantable a la ley de la gravedad.
La derrota total no hay que achacarla a la baja forma, hay que atribuirla a la incapacidad, que tiene nombre de ganar nada mientras está pensando en el horror del regreso. Como todo lo que está lejos, lo difícil es el retorno. Hace años los canarios que tienen ahora más de medio siglo descubrieron Australia para vivir: jamás volvieron. Claro, se habían quedado para siempre boca abajo y no sabían cómo regresar. Para los olímpicos lo peor también será volver.
Los deportistas españoles se acostumbraron al éxito en la tierra plana de Barcelona; allí lo tuvieron todo a favor porque incluso la humedad formaba parte de su preparación: estaban preparados para vivir húmedos; la distancia hasta Australia les ha dejado sin aliento, porque en el otro lado del mundo respirar no es suficiente. Para hacerlo, deben tener la habilidad de los canguros, capaces de correr como si estuvieran parados. En Australia se vive a saltos, y los españoles se acostumbraron demasiado a ser olímpicos de tierra firme.
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