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Afición por los hilos

300 personas se reúnen en una plaza de Úbeda (Jaén) para hacer encaje de bolillos

Cientos de manos

Siempre ha tenido vocación por hacer algo por los demás. Primero lo hizo profesionalmente como comadrona ayudando a nacer a cientos de niños en Úbeda (Jaén) y ahora, ya jubilada, Juanita Flores se dedica a enseñar de forma altruista lo que para ella siempre ha sido una afición: los bolillos y el frivolité, un encaje más sencillo de hacer que se popularizó durante el reinado del francés Luis XV. Tanta es su afición y el deseo de que perdure en el tiempo esta forma de decoración que se embarcó con otras compañeras en organizar en Úbeda el I Encuentro Nacional de Encajeras, que ayer reunió en la plaza Primero de Mayo a más de 300 personas que hacen bolillos en todo el país.

Son sobre todo mujeres las que mantienen la tradición de los bolillos en España, aunque ahora también se están sumando a esta afición algunos hombres, justo cuando muchas mujeres lo han abandonado. Un par de ellos y un niño de 12 años se sentaron ayer junto a cientos de compañeras en la plaza de la ciudad renacentista para mostrar cómo se ejecuta este antiquísimo sistema de hacer encajes. "Estoy convencida de que en cada pueblo de España hay, al menos, una mujer que sabe hacer bolillos y que estaría dispuesta a enseñar a otras personas, pero la tradición se está perdiendo", se lamentaba Juanita Flores. Ella está haciendo todo lo que puede para que la predicción no sea realidad en breve. Desde que se jubiló está dando cursos a todos los interesados en aprender este difícil arte que, de puro complejo, tiene hasta un dicho popular: hacer encaje de bolillos se usa también cuando hay que acometer una tarea enrevesada.

"Me tienen loca. Hay un montón de gente interesada en aprender, por eso animo a todas las mujeres que sepan para que le den un empujón a los bolillos y el frivolité y lo enseñen por todos los rincones", explicó Flores.

Nadie hubiese dicho en la plaza de Úbeda que esta manualidad puede quedar en el olvido. Cientos de manos, a un ritmo endiablado pero sometido a un exquisito orden, trenzaban hilos para elaborar unas delicadas cenefas que luego bordearán mandiles, rodearán hombros en transparentes mantillas o, incluso, decorarán trajes de comunión. En la exposición paralela que se organizó para conmemorar este encuentro se pudo apreciar el alba de un sacerdote que Juanita Flores realizó para un familiar hace ya más de 50 años.

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"Se necesita mucho tiempo para aprender, pero el resultado es maravilloso". La organizadora de este encuentro reconoce que hace falta una habilidad especial para manejar con soltura los hilos de los bolillos. Son necesarias más de 10 lecciones para poder comenzar con uno de los dibujos más sencillos. "Pero merece la pena, porque yo tengo ahora una movilidad en los dedos que de otra forma hubiese sido imposible mantener", explica la artista.

Asegura que el ejercicio del bolillo mantiene en forma las articulaciones, despierta la imaginación, preserva activa la mente y, sobre todo, defiende su carácter relajante. "Se puede hacer a cualquier hora, en cualquier sitio y, además, es una actividad encantadora". Más ventajas que la aspirina.

Hasta este primer encuentro nacional han llegado encajeras de provincias como Córdoba, Toledo o Madrid. Algunas muestras de las labores realizadas se han puesto a la venta, aunque según sus creadoras, a unos precios muy por debajo del valor que supone el trabajo total.

Se pudieron comprar en Úbeda separadores de páginas de libros por 800 pesetas cuando el tiempo medio para elaborarlo supera las tres horas. Los perfumeros de bolillos, con colonia de lavanda, se podían adquirir a 3.000 pesetas, cantidad que paga seis horas de labor.

Las mujeres que se concentraron ayer en Jaén tienen en la elaboración de encajes una gran afición y no una profesión, por lo que optaron por ofrecer productos asequibles que ayuden a fomentar el gusto por el hilo trabajado a mano. Que se lava mil veces y se mantiene intacto. Y si no, que se lo pregunten a todos aquellos que aún conservan las puntillas de las sábanas que les hicieron como ajuar.

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