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Rusia busca indicios de que el submarino nuclear 'Kursk' chocó con otro sumergible

Un mes largo después de que el submarino nuclear ruso Kursk se precipitase (el 12 de agosto) al fondo del mar de Barents, sigue habiendo más preguntas que respuestas. La única certeza es que el sumergible se ha convertido en un peligroso ataúd de acero que, a 108 metros de profundidad, contiene 118 cadáveres. Pero la comparecencia ayer en la Duma (Cámara baja del Parlamento) del viceprimer ministro Iliá Klebánov mostró que, salvo ocultación deliberada de la verdad, aún se ignoran las causas del hundimiento, pero se sigue buscando fuera al culpable.

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Klebánov, jefe de la comisión gubernamental sobre el caso, aseguró a los diputados que varios países, presumiblemente de la OTAN, han hecho oídos sordos a la petición de que técnicos rusos examinen sus submarinos en busca de indicios de colisión.Según Klebánov, la comisión ha descartado 11 de las 14 hipótesis de trabajo. Las tres que se mantienen aún en pie son las siguientes: explosión en el compartimento de torpedos, impacto contra una mina de la II Guerra Mundial y choque con otro sumergible. La primera de ellas es la que obtiene un mayor consenso, especialmente en el extranjero, aunque con el complemento de que hubo otra explosión anterior de menor potencia.

La tercera, rotundamente rechazada en medios de la OTAN, es la que defendió en su momento el ministro de Defensa, Ígor Serguéyev. Ayer, Klebánov insistió en que, poco después de que el Kursk se fuese a pique, se detectaron en la zona varias boyas como las que suelen marcar los accidentes de sumergibles, aunque el mal tiempo impidió recogerlas.

Curiosamente, el presidente ruso, Vladímir Putin, al contrario que sus ministros, nunca ha dado cancha en público a la teoría del choque con un submarino extranjero que, en general, tiene escaso crédito en la misma Rusia. El pasado martes, obtuvo cierto eco una versión todavía más peregrina: que el Kursk no sólo chocó con un submarino, estadounidense, por cierto, sino que, además, Putin y Bill Clinton sellaron un pacto de silencio. El precio a pagar por el presidente de Estados Unidos fue la renuncia al despliegue del escudo anticohetes que rompería el tratado ABM antimisiles balísticos. Ayer, el almirante Eduard Baltin, ex jefe de la flota del mar Negro, avalaba esta hipótesis, aunque sin hablar de un acuerdo entre los dos jefes de Estado.

El pasado jueves, el senador Serguéi Zhekov, miembro de la comisión investigadora y ex oficial de submarinos, declaró a un periódico de Vladivostok, en el Extremo Oriente, que en realidad el Kursk fue alcanzado por un misil lanzado durante las maniobras por el crucero ruso Pedro el Grande. Luego, cuando el sumergible intentaba alcanzar la superficie, chocó contra el navío, lo que le precipitó irremediablemente hacia el fondo del mar.

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Lo único que demuestran tantas especulaciones es que, a estas alturas, no hay nada claro, pero la herida del Kursk sigue abierta en Rusia y que, con este sumergible de última generación, se hundió buena parte de la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes.

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