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El tacto también existe

La vida moderna discurre deprisa. Apenas hay tiempo para la reflexión, ni siquiera de cara a uno mismo. Son corrientes que el psicólogo-sexólogo Luis Segura y el terapeuta corporal Rafael Sarrió quieren parar. Con este objetivo emplean muchas técnicas, pero la que ayer se desarrolló en el Centro 14 de Alicante estuvo basada en el tacto, un gran olvidado en opinión de los profesores que ayer impartieron, ante 30 alumnos y durante cuatro horas, un taller de caricias.El taller se inscribe en una línea de trabajo que Segura y Sarrió llevan a cabo para mejorar las relaciones interpersonales y potenciar las habilidades sociales de los individuos. Al taller de caricias le sucederá el mes que viene el de técnicas de ligue.

"Con el taller de caricias se trata de que los alumnos se den cuenta de la capacidad sensitiva que está por descubrir. Sólo utilizamos la vista y la lengua, pero esta última para articular el lenguaje, y nos olvidamos de otros, como el tacto y el olfato", dice Segura.

Advertencia previa para los morbosos: en este taller sólo se emplean "técnicas de bioenergética y dinámica corporal con grupos". Es decir, que aunque Luis Segura reivindique la piel como elemento erótico infrautilizado frente a una sexualidad demasiado centrada en los genitales, éste es un taller de caricias, no para sobarse los unos a los otros. "Sólo practicamos caricias socialmente permitidas", dice Segura.

Más explícito es Sarrió en la presentación de las cuatro horas que estas 30 personas, hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 18 y los 50 años, van a pasar aprendiendo a relacionarse entre ellos y a conocerse mejor a sí mismos tras analizar sus reacciones a los diferentes ejercicios que se plantearán. Dice Sarrió: "Hay normas específicas para cada juego, pero dos son básicas. Se debe respetar a la otra persona. Si en algún momento no desea ser tocada, no se la toca. Y... aquí no se pueden mantener relaciones sexuales".

Las risas de la audiencia demuestran que ha conseguido su objetivo: romper el hielo. Ahora hay que jugar. Todos descalzos y sentados sobre el suelo de parqué. Los ojos cerrados y los oídos atentos a los mensajes entonados con la voz de efectos hipnóticos de Sarrió. Cuando acaba, pregunta: "¿Alguien quiere compartir qué ha sentido con lo que he dicho?" Nadie responde.

La timidez se irá venciendo a medida que los juegos promueven las relaciones entre los participantes. Hay que buscar una pareja. Muchos chicos buscan a las chicas más guapas. Pillines. Pero en este segundo ejercicio tampoco llega el contacto físico. Se trata de intercambiar información.

Ahora sí. Talco en las palmas de las manos para evitar que el contacto desagradable del sudor malogre el experimento. Sí, experimento. "Esto es como un laboratorio en el que realizamos pruebas que después nos ayudarán a conocer nuestras reacciones cuando interaccionamos fuera de aquí", advierte Sarrió.

Se trata de utilizar las manos como herramientas de conocimiento propio y ajeno. Primero hay que descubrir nuestras manos, que muchas veces pasan inadvertidas. Luego, con un pañuelo sobre los ojos para evitar el pudor, las manos de las parejas se tocan para intentar expresar los sentimientos que dictan los profesores. "Las manos son las mejores transmisoras de sensaciones. Todo está en ellas", comenta una alumna.

Otra prueba más. Un corro de alumnos con los ojos vendados. Los otros con las manos listas para tocar. Fuera luces. Música tenue en el radiocasete. Únicamente se puede explorar del cuello para arriba. Sensaciones que no siempre se entienden del mismo modo. Es lo que se intenta en este curso: conocerse a uno mismo a través del tacto, y de este modo darnos mejor a conocer a los demás. Pero hay un objetivo mucho menos académico. "Una caricia siempre sienta bien, y esa capacidad de acariciarnos sin esperar nada más es lo que intentamos recuperar", argumentan los expertos.

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