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Tribuna
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El veneno de la izquierda cansada

Nada nuevo vendrá de los de siempre. Esto decíamos en este mismo periódico hace unos meses y, con moderadas dosis de sorpresa, es lo que decidieron, con arrojo, prudencia y sus correspondientes gotas de azar, los delegados del Congreso del PSOE que auparon a Rodríguez Zapatero a la Secretaría General. Tal era el desánimo de los militantes que no hizo falta un discurso contundente que apuntara líneas ideológicas novedosas en la nueva vía. Bastaba con que encarnase futuro. Quien dio la imagen de la renovación se alzó con el triunfo. El PSOE, como organización, aparcó su nostalgia (renunciando a una era agridulce donde conocieron sus más memorables victorias) y eligió las obligaciones de una fuerza política que no puede estar al servicio ni de añoranzas personales ni de interesadas reclamaciones laborales de los que no saben hacer otra cosa que dirigir una organización política.Una pregunta esencial quedaba respondida: la política de izquierda como suma donde deben integrarse los programas, personas, diferentes legitimidades, culturas y estilos que actualmente la acompañan. La inercia del pasado, metida en los tuétanos de cualquier organización, está condenada a entenderse con los nuevos mensajes, formas y rostros que van a sostenerla. Enfrentarse a esto o retrasar su llegada es confundir la política con esos jardines renacentistas donde sus dueños, aislados del mundo, se permiten poblarlo de estatuas paródicas, espantosas y estrafalarias con la única razón de servir a la satisfacción de su enemistad con la realidad y el paso de la vida.

Ahora bien, un partido necesita clarificar su para qué social. El paso dado por el PSOE ha solventado uno de sus más graves problemas: el agotamiento de su grupo dirigente. Pero eso no basta. En ningún caso puede descuidar la obligación de diferenciarse del partido gobernante en su línea política, no por los errores que pueda cometer gobernando. La alternancia no es un programa político, y quien se instala en esa espera termina por no saber quién es, sobre todo cuando le llegue la hora de ser plenamente y acceder al Ejecutivo. El PSOE no puede buscar los consensos sólo a su derecha.

La discusión política siempre tiene lugar entre adversarios, y desde hace veinte años el más poderoso contendiente en el mundo occidental ha sido la nueva derecha hegemónica que vendió la maldad del socialismo y la bondad de la privatización de los Estados del bienestar. Los réditos electorales del discurso antisocialista, crecido con la caída del muro de Berlín, hizo que la socialdemocracia diera un paso atrás y dos a la derecha, construyendo esa nueva alianza ideológica conocida como tercera vía.

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El centro dejaba de ser, como apuntó Duverger hace años, "la derecha de la izquierda y la izquierda de la derecha", para pasar a entenderse como un sitio mágico donde no existen conflictos. Ser de centro significa creer que ya no ha lugar a contienda alguna entre el trabajo y el capital, que ya no hay contradicciones entre el Norte y el Sur, que ya no obra una dominación de clase, de género o de raza. Por cada conflicto que se saca de la agenda política se obtiene un nuevo cupón en la cartilla de centrista. Añádansele unas briznas de vehemencia y se entenderá cómo el llamado pensamiento único ha logrado su poderosa hegemonía.

La vertiginosidad de los tiempos polariza las opciones políticas en una guerra cálida entre los nostálgicos de un pasado irremediable y los entusiastas de un futuro sin herencias. De ahí que, frente a éstos, sean legión los perplejos que, faltos de alternativas convincentes, se dejan llevar por la corriente del presente, con los hombros encogidos y mirando de reojo hacia los lados por si viniera un tren que los arrolle o una esperanza que les convenza. De ese escepticismo se nutre la creciente abstención electoral. En la izquierda, que escribe su credo ideológico desde una exigencia de transformación de los sistemas capitalistas, situarse en uno u otro polo genera luchas fratricidas (el eterno Caín que habita en la izquierda). Desmadejar el ovillo trenzado entre bienintencionados parques jurásicos y vehementes apóstoles del irremediable futuro que ya ha venido exige situarnos en la complejidad e incorporar tantos elementos como reclama la maraña de nuestras sociedades. Exige interpretar el presente y aventurar líneas de futuro, tareas que parecen haberse dejado en exclusiva a los tecnólogos y al cine de efectos especiales. A través de esa incorporación deben expresarse, hacerse políticos, los conflictos de nuestra época; deben también identificarse los nuevos sujetos sociales y los nuevos espacios de socialización simbólica. Sólo desde esta estatura es posible construir un discurso y una estrategia política que integre y dé sentido en el hoy a los viejos conflictos, a los viejos sujetos sociales y políticos y a las veteranas socializaciones. El viaje inverso es una aventura arqueológica que ha demostrado ya su fracaso. En el caso de Izquierda Unida supuso la pérdida de la mitad de su apoyo electoral, pese a que existan quienes pretenden olvidarlo y apuesten por salvarse ellos aun al precio de encaminar a IU hacia la desaparición.

El Congreso del PSOE ha ofrecido una solución, al poner en marcha su renovación generacional, a una parte sustancial de los problemas que enlodaban su futuro. Esto es algo que ya habían hecho con antelación las formaciones nacionalistas de izquierda y, particularmente, el Partido Popular. Ha invertido, además, los términos del debate, pues ha demostrado que las nuevas generaciones pueden hacerse cargo con generosidad del legado del pasado. Ha permitido también que la biografía no sea un lastre y permita una visión limpia que antes impedían los viejos hábitos, los caducos y estereotipados clichés, los antiguos rencores y disputas que tuvieron su origen en situaciones que ni importan hoy ni se entienden. La experiencia puede así ponerse al servicio de la transformación social, no lo nuevo a disposición del maquillaje de lo viejo.

Ahora bien, esa renovación como requisito para renovar las ideas es, como ya apuntamos entonces, condición necesaria pero no suficiente. Tan importante como la renovación de las personas y de las ideas es la garantía de que el nuevo curso mantenga el compromiso transformador. La reflexión acerca de la tercera vía, siendo importante por reintegrar a la izquierda al debate del que había desaparecido, no agota su caudal. Es hora de que la izquierda empiece a mirar hacia la izquierda. Nunca el pensamiento transformador ha necesitado tanta reflexión y nunca han sido los foros tan magros.

La VI Asamblea de Izquierda Unida puede sacar jugosas lecturas de la experiencia del PSOE en su Congreso. En democracia, las decisiones de unos pesan, incluso a su pesar, sobre los otros. Por eso el resultado de ese Congreso proyecta su sombra sobre la próxima Asamblea de Izquierda Unida. Quien busque solventar los problemas de IU sin incorporar la renovación de las personas comete delito de lesa política. No se puede pretender que tres décadas en puestos de responsabilidad o el haber desempeñado cargos y haber fracasado no invalidan para seguir representando a los electores y militantes de una fuerza política que se pretende transformadora. Quien así lo piense demuestra su torpeza, lo que le incapacitaría para dirigir una organización. Quien así lo defienda, demuestra su egoísmo, lo que le inhabilitaría para pertenecer a la izquierda. Hay otros muchos lugares para colaborar con un proyecto político al margen de la dirección.

En España, como en las demás sociedades occidentales, es necesaria una fuerza política que se sitúe a la izquierda de la socialdemocracia. En primer lugar, por el desplazamiento de ésta hacia el centro, lo que significa, en pura lógica, avanzar hacia su derecha. En segundo lugar, porque los globalizados de cualquier tipo exigen una oposición más radical que oriente el norte de la alternativa. Esa fuerza política necesariamente incorporará la pluralidad como garantía de su éxito. No irá a los movimientos sociales, sino que estará y será en los movimientos sociales. Igualmente, deberá entender qué parte del mundo del pasado no puede recuperarse. Y sabrá qué parte del futuro tiene que estar ya entre nosotros. Entenderá que tiene que replantearse el problema territorial de España. No olvidará que el mundo del trabajo tiene hoy otros contornos. Y no duda de que los problemas ecológicos reclaman la radicalidad que ayer reclamaron los problemas laborales. En otras palabras, intentará urdir su tejido político con los mimbres que hay, no con los que desearía que hubiera. Cuando así lo piense, entenderá que también existe el ánimo emancipatorio en nuestra época, pero que no tiene ni el mismo contenido ni el mismo aspecto que los de hace veinte, treinta o cincuenta años.

Hoy ya sabemos que no eran molinos de viento como pensaba Sancho Panza, sino verdaderos gigantes de grande peligro. Más grande que nunca, pues jamás hubo tantos y tan poca oposición; y nunca guardaron tanto parecido con inofensivos molinos. A los codiciosos bachilleres, curas y duques de la derecha se suman hoy los Sanchos de la izquierda pusilánime, cansada y egoísta. No debieran estos cansados luchadores anegar la necesidad de aventura quijotesca, rebelde y llena de coraje que debe incorporar un nuevo proyecto emancipador. ¿Cómo se puede ser conservador después de la catástrofe de las últimas elecciones? ¿Cómo puede parecer tolerable tener miedo de la disputa y el conflicto y apostar por el mal menor? Hay que decirlo con claridad: para la izquierda transformadora, el mal menor es hoy el mayor de los males. Nadie tiene derecho a emponzoñar con rancio veneno ese espacio a la izquierda. Don Quijote cabalga hoy en Internet; su aventura de la venta bien pudo tener lugar en Seattle o en Washington. Sabe que Dulcinea comparte de igual a igual cada batalla. Al caballero vasco y al caballero de Barcelona les habla sin amenazarlos con la lanza. Su armadura y yelmo bien pueden ser las redes internacionales de solidaridad y protesta. Los Quijotes son ridículos sólo para las sociedades ridículas que han renunciado a la utopía. ¿Quién dijo miedo al cambio? ¿Quién pretende en tiempos de crisis no hacer mudanza?

A Don Quijote, al comienzo, no lo conocían más que los suyos.

Pedro Chaves es politólogo y Juan Carlos Monedero es profesor de Ciencia Política de la UCM.

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