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Utópicos a la fuerza

El año pasado, el Día sin Coches funcionó en Barcelona mucho mejor que en Madrid porque su alcalde se lo tomó más en serio y cortó al tráfico algunas arterias principales, medida que le valió los reproches del edil madrileño, que casi le acusa de hacer trampas.Con la lección aprendida, Álvarez del Manzano este año ha tomado precauciones y prepara sus propios cortes estratégicos; además, cuenta de su parte con las innúmeras vías ya cortadas o recortadas por las obras. De todas formas, lo del día "sin" no debe complacer mucho a un alcalde obsesionado con el tráfico, a un alcalde ludópata que juega con los cochecitos sobre la maqueta de la ciudad como si fueran trenes eléctricos, sólo que con túneles de verdad.

A don José María tampoco se le escapa que este año la iniciativa absentista va a tener más éxito que nunca porque los automovilistas están que echan chispas con el precio de la gasolina y acumulan motivos para declararse en huelga de mangueras caídas. Si el Ayuntamiento madrileño consiguiera hacer coincidir el día "sin" con la jornada de huelga, el éxito sería mayor y doblemente reivindicativo.

Deprimidos por la insoportable opacidad del tráfico, castigados por la irreprimible ascensión de los precios, muchos automovilistas que antes mimaban a sus vehículos más que a sus hijos y hablaban de ellos con orgullo de padres en las tertulias de los bares, han comenzado a mirar con recelo, incluso con odio, a sus retoños mecánicos y descargan en ellos sus frustraciones.

"Cualquier día lo dejo tirado en una esquina y no vuelvo nunca a por él", es una frase que se escucha a menudo en ambientes donde hasta hace muy poco sólo se pronunciaban cantos de alabanza que exaltaban sus proezas. "Con el coche nuevo, de la Cibeles a Valencia en menos de dos horas, y eso que me encontré con un buen tapón en Atocha".

Tal vez ya finalizaron los tiempos heroicos de los caballeros rodantes que, a bordo de sus brillantes armaduras y monturas, realizaban tamañas gestas ignorando el peligro y, de paso, unos cuantos artículos del código de circulación. Lo del Día sin Coches ya no parece tanto una utopía ecologista como un destino trágico y cercano, el fátum más que el desiderátum.

Aunque en el fondo siga sin hacerle mucha gracia ver a su ciudad 24 horas sin sus cochecitos, al alcalde de Madrid el éxito de la iniciativa podría servirle para reforzar sus argumentos en pro de la construcción de más y más aparcamientos.

Si los madrileños que aparcan sus vehículos a la intemperie decidieran dejarlos inmovilizados el mismo día, no habría sitio para todos, no darían abasto las plazas y las calles de la urbe para albergarlos y muchos conductores se verían obligados a vagar en círculos cada vez más amplios derrochando litros y litros del preciado combustible para terminar dejando el coche en las Chimbambas y tomando el autobús. La otra alternativa, el aparcamiento de pago, puede que salga más cara, porque lo que se ahorra en combustible y tiempo se afloja en la taquilla, pero resulta más cómoda.

Si las cosas siguen así mucho tiempo, lo que no es probable porque parece que van a ir a peor, mucha gente acabará planteándose seriamente abandonar el coche, dejarlo tirado en una cuneta como se hace con las mascotas incómodas cuando llegan las vacaciones. Y aquí no caben campañas como la de Él nunca lo haría, porque nuestro coche nos ha dejado tirados más de una vez; nuestros perros también, pero ése es otro cantar.

El primer paso sería, para los más sentimentales, buscarles una residencia económica donde los traten bien, como a los abuelos, y sacarlos a pasear, a los coches, no a los ancianos, al principio todos los fines de semana, pero luego, como es mucho gasto, sólo en fechas muy señaladas, bodas, bautizos o cumpleaños y así hasta ir perdiendo el hábito.

En prevención de la catástrofe que se avecina, no parece tan mala idea seguir construyendo criptas y excavando subterráneos para enterrar el tráfico en superficie a fin de que los elitistas usuarios de vehículos particulares no susciten las iras de los ciudadanos de a pie, apeados forzosos en una ciudad peatonalizada muy a su pesar.

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