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VUELTA 2000 16ª etapa

El Angliru entroniza a Heras

El líder sentencia la carrera, tras sacar más de tres minutos a Casero, y demuestra que la Vuelta es de los escaladores

Ya se puede decir. La Vuelta 2000 pertenece a los escaladores. Quedaba la duda. Hasta el Angliru, no se sabía a ciencia cierta cómo se desharía el empate con el que habían llegado Roberto Heras, el escalador con mayúsculas, y Ángel Casero, el contrarrelojista. Pero la cima más temida dictó sentencia: nadie puede seguir a Heras. El líder se hizo grande en el Angliru y el Angliru, a cambio, alimenta su incipiente leyenda.No hubo lluvia. Sí una capa de niebla. Pero no tanta como para tapar la ascensión. Esta vez, se pudo ver con nitidez a un líder en su puerto. A corredores casi clavados. Sólo el pudor de las cámaras impidió comprobar cómo la otra carrera -la de los ciclistas medios- subía al ritmo de le marcaban los brazos de los espectadores. La historia se escribe con días así. El Angliru, un santuario sin santos en su interior, necesita jornadas con nombres propios para rellenar sus hornacinas. Y, en su segundo año, ha encontrado uno. Heras y el Angliru se beneficiaron mutuamente. Y se compenetraron desde el principio. Sólo le faltó ganar la etapa. Aunque la imagen del Angliru no sale dañada. Venció otro escalador, Gilberto Simoni. El italiano se aprovechó de la nueva mentalidad del Kelme, que prefiere sacrificar las victorias parciales por conseguir, por fin, un triunfo total. Heras lo tiene amarrado: 3,41m es un abismo para Casero por mucha contrarreloj que quede en Madrid.

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El mito del Angliru crece gracias a Heras y al calendario de esta Vuelta, porque por primera vez se ha convertido en el puerto definitivo. El año pasado, se enclavó demasiado pronto en el itinerario de la Vuelta (en la jornada octava). Como máximas conclusiones, sólo se extrajeron una muestra del genio de José María Jiménez y una inesperada resistencia de Olano. Pero no resultó un día concluyente. Ayer sí lo fue. Las diferencias fueron tan rotundas como cabe esperar de un puerto del que tanto se habla y ante cuyo nombre muchos ciclistas tiemblan. Si no hubo fueras de control fue gracias a las ayudas desde la acera. Y, ante todo, allí se decidió la Vuelta.

Heras tiene piernas, sin duda. Pero su equipo no tiene desperdicio. Lleva la etapa a su antojo y rompe la carrera cuando le place. Hay momentos en que, cuando empieza la subida verdadera, la mitad del pelotón delantero lo forman camisetas verdes, blancas y azules. El Kelme eligió el primer puerto de primera categoría, La Colladiella, para cambiar la marcha. La red que tendió dejó enseguida a Casero al descubierto. Ya allí se quedó sin personal del Festina a su servicio. En el segundo alto, El Cordal, el equipo de Vicente Belda seleccionó a sus compañeros de viaje. Dejó fuera a Igor González de Galdeano, cuyas molestias en la pierna revistieron tan importancia como para apearle del podio y de la Vuelta. Se retiró al bajar el puerto.

Cuando empezaron a asomar las primeras rampas duras del Angliru, con la carrera madura, el Kelme reventó la etapa. Tras un trabajo encadenado, Escartín se ofreció a Heras y le subió en el cohete. En unos pocos golpes de pedal, ya habían dejado a todos. Y quedaban todavía nueve kilómetros, los más duros. Andaban aún a las puertas del infierno. La entrada es llana (Vía Pará), un terreno propicio para que Casero enlazara gracias a la referencia de Laiseka y al empuje de su compañero Jeker. También Tonkov se unió al grupo. Pero el Angliru, con sus cuestas tan pronunciadas, no permite asociaciones. Somete a los ciclistas a la soledad. Cada uno tiene que subir con sus fuerzas.

En cuanto volvieron las rampas, esta vez sí las auténticas, la carrera se rompió en pedazos. Heras se levantó de la bicicleta a ritmo de escalador. Casero se quedó, sentado, a golpe de rodador. Cada uno con su estilo y frente al Angliru. La sentencia cayó kilómetro a kilómetro. Se distanciaron medio minuto por cada 1.000 metros. Primero, un minuto de diferencia. Luego dos. Más tarde tres...

Por delante, había otra carrera diferente, la del triunfo de la etapa. Como se ha tomado por costumbre en esta Vuelta, el Kelme había dejado a un grupo numeroso con el que al final de la etapa Heras practicó la caza del ratón. De los 13 corredores fugados, sólo dos (Simoni y Hruska) se libraron de la batida.

Heras fue adelantando uno tras otro, con instinto depredador, como si él subiera una cuesta más ligera que el resto. Sólo se atrancó en la recta final antes de llegar a la cima (después le esperaba medio kilómetro de bajada) y fue porque se equivocó al cambiar de desarrollo. No importó. La etapa ya estaba ventilada. Él tenía el amarillo amarrado hasta Madrid. Y Simoni ya levantaba los brazos en uno de los mejores momentos de su carrera, a la altura incluso de sus dos podios en el Giro. Heras no le atrapó. No pudo ganar. Pero es un detalle nimio. Con el tiempo se dará cuenta de que en el Angliru vivió su mejor día. El día en que, después de once años, la Vuelta vuelve a ponerse en manos de un escalador puro.

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