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Poderes fácticos

Leo en la prensa que ha aparecido por el paisito, con un espectáculo teatral, el humorista Leo Bassi, una especie de provocador histrión cuyo estilo resulta bastante chirriante, pero al que hay que reconocer la voluntad de hacer de la bufonada un ejercicio de crítica política y social. Bassi habla de las limitaciones que ha padecido en su paso por Crónicas Marcianas. Es inevitable delinear una sonrisa ante las declaraciones: "Quise sacar una cosa contra Citröen y no me dejaron"; "Intenté utilizar a la Barbie pero la empresa Mattel lo impidió"; "Puedes pronunciar la palabra hamburguesa, pero a condición de que no haya un objeto que sugiera un MacDonalds", protesta el sabio bufón.Y es que, como ocurre con tantas otras cosas, nuestro imaginario colectivo va retrasado ante la auténtica realidad social. Cuando uno piensa en la censura, en los problemas de libertad de expresión, le vienen a la cabeza instituciones grandes y solemnes: el gobierno, la iglesia, la policía (o, cómo no, el terrorismo). Los periodistas que escriben, los intelectuales que hablan demasiado o los humoristas que aún aspiran a la broma mordaz y disolvente, sienten que por encima de ellos sobrevuela algo tenebroso, algo así como unos poderes inaprehensibles que, si les fuera posible, le arrancarían la cabeza de cuajo.

Haciendo salvedad del tradicional problema vasco (nuestro mejor hecho diferencial es la presencia del terrorismo y su carácter de "poder fáctico" una contundente realidad), habría que recordar que hoy día los gobiernos, las iglesias o los ejércitos, puestos a censurar el pensamiento, son gentes que pintan más bien poco. Hace algún tiempo, en un debate televisivo, oí la advertencia que un interviniente le dirigía a otro: "Bueno, si tiene miedo a crearse determinados problemas con la jerarquía de la Iglesia Católica..." No recuerdo la argumentación del interpelado, pero la alusión a "problemas con la jerarquía de la Iglesia Católica" resultaba completamente patética, manida y, sobre todo, irreal.

La iglesia, las iglesias, al igual que los poderes públicos de las sociedades desarrolladas, no crean problemas a los opinadores. Los que verdaderamente pueden crearlos son las empresas (y no tanto "el Capital" de la teoría marxista, como empresas muy concretas, con nombres y apellidos). Las manifestaciones de Leo Bassi, un tipo que al menos se atreve a expresar quiénes son nuestros verdaderos amos, resultan reveladoras al respecto. Hable usted mal del gobierno, de la iglesia, incluso de "las petroleras", "los bancos" o "las multinacionales de la hamburguesa", que no pasará nada. Pero absténgase, por fundamentado que sea su argumento, de aludir a la IBM, la BMW o el Chase Manhattan Bank. Si agrede al mayor amo de todos (Coca Cola) dese por civilmente muerto.

En la sociedad de consumo, hablar de iglesias, gobiernos o ejércitos son cláusulas de estilo. El poder está en la empresa, en Siemens, en el BBVA, en Ford o en la Texaco. Esa buena gente no está dispuesta a dejarse la pasta en campañas de publicidad, estrategias de relaciones públicas o manuales de identidad corporativa para que usted luego venga a hacer chistecillos a sus espaldas.

Y las represalias, desde luego, no pasan por organizar un auto de fe como Dios manda, sino por el cierre de grifos financieros; en televisión, por ejemplo, dejando de patrocinar con anuncios un programa. En el invento de Sardá donde, como es norma televisiva, se puede hablar con total libertad contra los curas, ironizar sobre cualquier político, asistir a minuciosos relatos de bestialismo, coprofagia o gerontofilia, o elucubrar sobre el tamaño de los penes o la configuración de las vaginas, lo que estaba de verdad prohibido era otra cosa: una broma sobre la Citröen, sobre Barbie o sobre MacDonalds. No es que se trate de un programa transgresor: en él se imparte auténtica doctrina, aunque la doctrina, hoy día, venga siempre estuchada en los cortes publicitarios, auténticas encíclicas de nuestro siglo.

La libertad que nos hemos forjado no es menos ficticia que cualquier otra. Siempre hay cosas de las que no se puede hablar. Y Crónicas Marcianas, un programa gestionado por individuos que se consideraban extraterrestres, tiene, muy al contrario, los pies bien puestos sobre la tierra.

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