Cambiar de caballo al cruzar el torrente
Aunque la reunión informativa del ministro del Interior con los representantes del PNV no traspasara las fronteras de la cortesía, su celebración podría ser interpretada como el anuncio del deshielo en las relaciones entre dos partidos indispensables ambos -como subrayó el diputado Anasagasti- para la gobernación democrática del País Vasco. Lejos de remontarse -así lo cree Ibarretxe-a la Guerra Carlista de 1833-1840, el conflicto político vasco actual nace del vergonzoso pacto secreto negociado con ETA por el PNV y EA durante el verano de 1998 para asumir como programa conjunto la territorialidad de Euskal Herria (la reivindicación irredentista de Navarra y del País Vasco-francés) y su soberanía (la creación de un Estado independiente fronterizo con España y Francia) al margen de la voluntad de sus habitantes. La Declaración de Estella firmada en septiembre de 1998 por todos los nacionalistas -moderados y radicales- hizo públicos los principios confesables del insólito acuerdo alcanzado con una organización terrorista por los dos partidos que gobiernan la comunidad vasca; la fraudulenta declaración de una tregua ficticia fue la contraprestación dada por ETA.La razón inicialmente aducida por los nacionalistas moderados para justificar ese entendimiento con la banda armada, que implicaba la deslegitimación de las instituciones creadas por el Estatuto de Guernica y gobernadas por el PNV desde su nacimiento, era la necesidad de proporcionar a ETA una compensación simbólica a cambio del abandono de la violencia. La tregua trampa declarada por ETA en septiembre de 1998 y el apoyo parlamentario dado por Euskal Herritarrok (EH) -su brazo político-a la investidura de Ibarretxe ofrecieron un mínimo de plausibilidad inicial a ese espejismo; sin embargo, los doce asesinatos perpetrados en los últimos meses, la persistencia de la kale borroka y el boicoteo electoral e institucional de EH han acabado con esa coartada.
¿Cómo entender, entonces, la esquizoide reacción del PNV y de EA (la condena retórica de los crímenes marcha en paralelo con la invitación a dialogar con los criminales) frente a una realidad que ha desmentido sangrientamente sus infundadas esperanzas? ¿No es incongruente anunciar al tiempo la muerte del Pacto de Estella y la validez de sus principios? ¿Puede un Gobierno en minoría parlamentaria declarar rotos sus acuerdos con EH y seguir invocando -para no disolver la asamblea- la inercial legitimidad de haber sido elegido con los votos de sus diputados ? ¿Tiene sentido denunciar la voluntad de engaño del nacionalismo radical y proclamar a la vez la necesidad de negociar con los tramposos?. ¿Son conciliables las reticencias del PNV respeto a la eficacia de la lucha policial contra ETA y el mando por el Gobierno nacionalista de un cuerpo de seguridad de siete mil miembros encargado de mantener el orden público en el País Vasco?
La búsqueda de explicación a esas aparatosas contradicciones necesita la ayuda de conjeturas alejadas a la vez de los planteamientos angélicos (la afirmación equidistante de que el PNV estuvo guiado por los mas elevados móviles y que el Gobierno saboteó su estrategia) y las conclusiones satanizadoras (la tesis de que el nacionalismo vasco en su conjunto es intrínsecamente violento y se reparte los papeles de acuerdo con una maquiavélica división del trabajo). Tal vez los dirigentes del PNV se creyeron demasiado listos y cayeron en su propia trampa; conscientes de haberse equivocado o de haber sido engañados, corren ahora la suerte del jinete obligado por las circunstancias a cambiar de cabalgadura mientras atraviesa las aguas profundas de un torrente embravecido. Para ningún partido sería fácil dar un viraje de 180 grados y reconocer que fue conducido a un callejón sin salida por unos competidores que primero le engañaron, después le humillaron y finalmente trataron de despojarle de la primogenitura de su familia ideológica. Antes o después, el PNV deberá regresar de la fúnebre excursión emprendida hace dos años y unirse de nuevo a los partidos constitucionales para dar a la violencia terrorista la única respuesta que un Estado de Derecho y un sistema democrático pueden ofrecer: la cuestión es cómo ayudarle a rectificar sin que parezca un trágala y sin necesidad tampoco de pedir perdón a sus infalibles dirigentes por el pecado de haber presenciado sus equivocaciones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.