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Un héroe ante la adversidad

Los guionistas de Hollywood tendrían una excelente materia prima en la vida y obras de Lance Armstrong si él, en vez de poseer en su palmarés dos Tours, practicara otro deporte más americano. Pero él es ciclista, y sólo se lo reconocen verdaderamente en Europa, con premios como el Príncipe de Asturias. El mérito de Armstrong consiste en haberse convertido en el mejor corredor del mundo después de haber vencido a un cáncer de testículos que le colocó al borde de la muerte en el invierno de 1997. "Él", explican los sabios del mundo ciclista, "ha estado en un sitio que nadie de los que estamos aquí conoce". Ésa es su ventaja. En su interior guarda una fuerza mental casi mística. La vida del ciclista tejano, de 28 años, nunca fue rosa. Hijo único, criado por su madre en solitario, se refugió en la bicicleta para expulsar la rabia y los rencores que siempre le han invadido, contra su padre biológico -al que no conoció- y contra su padre adoptivo, el que le dio el apellido. Su carrera se encaminó hacia el triatlón. Pero él buscaba un deporte donde ser el mejor. Esta posibilidad se la dio el ciclismo. Ganó el Mundial de 1993. Pero su vida cambió súbitamente. La enfermedad le sobrevino de repente, mientras se entrenaba en Austin. Tras recuperarse, después de varias operaciones y múltiples sesiones de quimioterapia, deambuló un año entre dudas. Por fin, decidió lanzarse de nuevo a las carreteras. Nació el nuevo Armstrong. El ganador de dos Tours. La estrella. El héroe.

Más información
Lance Armstrong, galardonado con el Príncipe de Asturias de los Deportes

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