Regreso al adulterio SERGI PÀMIES
Son muchos los reencuentros que se producirán en los próximos días. Compañeros de trabajo, amigos de escalera o de pandilla, miembros de equipos de fútbol-sala, amigas de sesión de espiritismo, de gimnasio o de partida de bridge, todos coincidirán en preguntarse cómo les han ido las vacaciones y en comparar bronceados y batallitas viajeras. De todos, sin embargo, el reencuentro más íntimo, emotivo y urgente será el de los adúlteros. Separados por la imposición de un interminable mes de agosto en el que les habrá tocado cumplir con las obligaciones familiares de viaje organizado o segunda residencia, habrán tenido que sufrir la distancia, el silencio, la imposibilidad de una llamada telefónica y esa nada veraniega que se resuelve contando, cual preso en oscura celda de castigo, los días que les separan del final de la condena.En estos días,me cuentan que los meublés y edificios de apartamentos de alquiler por horas aumentarán su demanda con reencuentros en los que, a veces, saltarán chispas de alta tensión erótico-festiva, y en otras, se certificará un distanciamiento que el verano no habrá hecho más que acrecentar. Porque, de repente, el adúltero practicante quizá descubra que en su condición no todo son alegrías. Junto a los amantes de encuentro clandestino -semanal o no-, que se entregarán al placer con fuerzas renovadas (reparando de reojo en ciertas arrugas en la piel de ella y en un inquietante aumento del perímetro abdominal de él), estarán aquellos que, sin remedio, descubrirán que lo prohibido ya no resulta tan excitante, y que esos desahogos de cada martes en el mismo sitio y a la misma hora son, en la práctica, otra forma de rutina. Es más: a veces -pocas, según una apócrifa estadística que circula entre los afectados-, las vacaciones sirven para que la pareja oficial resuelva ciertas diferencias y las circunstancias de un verano relajado y feliz para que puedan recuperar el rumbo de un matrimonio que parecía condenado a la apatía y permitirse, por fin, prescindir de terceros. Y si la pasión adúltera no es intensa y auténtica, sufrirá con la distancia, y el reencuentro pondrá de manifiesto sus puntos débiles. "Sí, de acuerdo, nos conocimos en una coctelería y todo ocurrió muy deprisa y nos reímos mucho y todo fue fantástico", pensarán. "Pero, ¿hace falta repetirlo cada miércoles en una habitación de entre 8.000 y 18.000 pesetas la hora en la que, a veces, llaman a la puerta para recordarte que se ha acabado el tiempo y hay otros esperando?", se preguntarán. La respuesta estará, como siempre, en la intensidad de los jadeos. Algunos fingirán, pero eso ocurre en las mejores familias. Lo peor para la persona adúltera, sin embargo, será reencontrarse con ese amante al que creía desear y en el que tanto ha pensado durante las vacaciones, llegar ansiosa al pecaminoso lugar de la cita, adoptar todas las medidas que implica su papel (higiene personal, perfume, corte de pelo, precauciones) y, cuando se abra la puerta y por fin aparezca la persona que habrá estado esperando, notar que algo va mal. Pero, a pesar de todo, negar la evidencia, entregarse con mucho cuerpo y poca alma al dale-que-te-pego y, de repente, escuchar como, en la habitación contígua, otros retozan con más ímpetu, entre jadeos que, esos sí, suenan a verdaderos, con la pirotecnia propia de la pareja a la que todavía le queda mucha pólvora por despilfarrar y que, pletórica, saborea las mieles del adulterio recién estrenado.
Se producirá entonces un silencio incómodo que sólo resolverá un cigarrillo compartido, consumido con una expresión existencialista y ausente, al estilo de los personajes de las películas de Truffaut, casi todos adúlteros y que tan bien fumaban en la cama. Humo contra el techo, sonrisas que quieren decir más de lo que dicen y un intento, más o menos logrado, de iniciar algo parecido a una conversación. Luego, los amantes se ducharán, se vestirán -de espaldas el uno al otro-, se despedirán sin, esta vez, un "ya te llamaré" o un "ya nos veremos". Ni siquiera un "te acompaño a casa", con tórrida despedida en el coche. Se alejarán el uno del otro y sabrán que no volverán a verse porque no habrán superado la prueba que suponen los 31 días de agosto. La prueba del algodón para todos los adúlteros.
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