UN MES CON LOS NIÑOS REFUGIADOS EN ALBANIA
Este joven letrado quedó impresionado un día al ver en la televisión cómo familias enteras huían de Kosovo hacia las fronteras de Macedonia. Tanto, que decidió hacer algo por ellas
Agosto de 1999. Línea marítima Bari-Durres. A bordo del Orestes, seguramente uno de los ferrys más vetustos de Europa, se han embarcado 325 pasajeros, de los que únicamente cuatro no son albaneses. Entre ellos, Àlex Maspons, un abogado barcelonés que ha decidido por unos meses colgar el traje y la corbata en el armario y arremangarse las mangas de la camisa para trabajar como voluntario entre la miseria, la desesperación y el hacinamiento de un campo de refugiados kosovares en Albania.Àlex tiene 30 años, semblante serio y refinados modales . "Soy un voluntario atípico", admite, mientras muestra decenas de fotografías que le retornan a la memoria instantes inolvidables de una experiencia que le ayudó a "valorar las comodidades y lujos que unos privilegiados tenemos al alcance de la mano". "Éste es uno de los montones de basura que convierten las calles de las ciudades albanesas en auténticos vertederos", explica. Junto a los niños que en la foto juegan ajenos a la montaña de desperdicios, un rollizo cerdo engulle hambriento entre la basura.
Àlex se acabó acostumbrando a esta suciedad y a la extrema austeridad con la que vivían las familias que le acogieron. No tuvo valor, sin embargo, para utilizar una suerte de plato de ducha que en la mayoría de las casas servía a la vez para asearse y para hacer las necesidades. "En Vlora, mi cuarto de baño fue el mar. Casi cada tarde iba a darme un chapuzón", recuerda.
Durante su estancia en Albania, el abogado fue acogido por humildes familias y recibió de ellas la misma calidez que brindaron a los kosovares, a los que cobijaron durante meses. Además de colaborar en la educación y el entretenimiento de los niños en las escuelas de verano, Àlex hizo todo tipo de tareas, entre ellas descargar fardos de ayuda humanitaria en el puerto de Vlora.
Pero éste no era, en principio, el objetivo de su viaje. Un día de abril, tres meses antes de emprender la aventura, vio en televisión cómo interminables colas formadas por familias enteras de kosovares huían de la guerra en dirección a las fronteras de Macedonia y Albania. "Aquello me encogió el corazón y decidí que yo podía hacer algo por esta gente". En agosto, y a través de la organización Servicio Civil Internacional (SCI), Àlex emprendió su viaje con la intención de prestar su ayuda en un campo de refugiados.
Tras 16 inacabables horas a bordo del ferry que le llevó de Bari a Durres, Àlex se subió a una furgoneta en dirección a la capital albanesa, Tirana. "Es, con diferencia, la ciudad más moderna y la única donde se puede tener la sensación de encontrarse en un país occidental, si uno no se aleja mucho de la céntrica plaza Skandenberg y sus alrededores", explica.
Una vez en la ciudad, la ONG Balkans Sunflowers le informó de que hacía una semana que los campos de refugiados habían sido desmantelados y que millares de kosovares habían iniciado ya el camino de retorno. De pronto, e inesperadamente, los planes de Àlex habían cambiado, pero su deseo de ayudar permanecía intacto. Así que optó por quedarse un mes y colaborar en "lo que fuera". En Albania había mucho que hacer, y una de las labores que le adjudicaron fue entretener a los niños de Tirana, Kruja, Vlora y Durres.
A Maspons le sorprendió enormemente que pese a lamentar el sufrimiento de sus hermanos kosovares, los albaneses no ocultaran que aquella tragedia les beneficiaba en algo. La masiva llegada de refugiados, ahuyentados de Kosovo por la limpieza étnica ordenada por Slodoban Milosevic, permitió que, aunque sólo fuera por unas semanas, la pobre y olvidada Albania dejara de permanecer en el anonimato del panorama internacional y ocupara primeras portadas en periódicos de todo el planeta y fue titular en los encabezamientos de los informativos de radio y televisión. "No es que nos alegremos de la tragedia que han sufrido nuestros hermanos kosovares, pero este conflicto ha supuesto un aire de esperanza a nuestro pueblo de poder salir de la miseria en la que nos encontramos", explicaba a Àlex el joven militar albanés Klein Xhelilaj.
A Àlex no le resulta difícil comprender al joven Klein. "Al irse los refugiados, se fueron los periodistas y se apoderó de los albaneses el temor a que su país volviera a convertirse en el patio trasero de Europa", comenta.
De la portuaria ciudad de Vlora, Maspons recuerda el sonido de las sirenas y la fuerte presencia policial en las calles. "Cuatro bandas mafiosas se repartían el suculento pastel que supone el tráfico ilegal de armas y de inmigrantes hacia Grecia o Italia", explica. Durante su estancia en Vlora, que se prolongó durante ocho días, la ausencia de prensa extranjera y de Internet -sólo el director de la universidad tenía acceso a la Red- le hizo sentir todavía más lejos de su ciudad natal y le invadió un cierto sentimiento de añoranza.
A su vuelta a Barcelona, sin embargo, el síndrome del voluntario no le perdonó. "Ya me había sucedido tras regresar de Croacia, en 1993. Por unas semanas te has sentido útil y valorado y, una vez aquí, tienes la sensación de que no eres nadie, sino uno más de una multitud anónima", explica. Ahora, el trabajo, en un bufete de abogados, y su próxima boda no le permitirían repetir la experiencia. "Está muy bien dejarlo todo para irte a cooperar en un país en conflicto sin fecha de regreso, pero para hacer esto hay que tener narices. Quizá yo no tengo suficiente valor", admite.
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