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Reportaje:VIAJES

GALERÍA DE FALLAS PRACTICABLES

Configurado en cinco grandes espacios, el parque temático Terra Mítica, que se inauguró este verano junto a Benidorm, es, pese a algunos inconvenientes producto de la prisa por abrirlo, un buen lugar para pasar un día feliz

Vicente Molina Foix

Fuimos a ver el parque y nos quedamos diez horas. Por eso, esto es la crónica de un día feliz que no deben leer los enemigos de Walt Disney ni los perfeccionistas. Terra Mítica explota lúdicamente el historicismo infantil, espectacular, de las disneylandias de este mundo, y resulta claro que ha abierto antes de tiempo; una parte del arbolado estaba seca tres semanas después de la inauguración, hay poca o mala sombra para guarecerse del sol en las colas de las atracciones más populares y algunas siguen inoperantes o se estropean de golpe, como el Misterio de la Pirámide de Keops el día de mi visita. Pero a cambio de las 4.600 pesetas que el adulto paga por entrar, vimos con alegría que los valencianos, a menudo escindidos entre el alarde y la ponderación fenicia, entre los fuegos más artificiales y la llama débil del espíritu, han hecho en Terra Mítica una bonita, amable y ocurrente galería de fallas practicables que -como era de suponer- pretende el escalofrío festivo del público más que su mejora educativa.Empecemos al modo de los novelistas decimonónicos. El parque se sitúa en la falda de un cerro que domina el skyline más pinturero de España, el de Benidorm. Cualquier transeúnte que pase en coche por la Autopista del Mediterráneo o por las carreteras comarcales de esta parte de la Marina Baixa alicantina tendrá que ver sus orgullosas letras de anuncio en la ladera. Ladera, ay, que hace no mucho estaba cuajada de pinos, quemados todos en un día de ardor accidental, en esta ocasión, si cabe, más sospechoso que el resto de los incendios desforestales tan desdichadamente abundantes por todo el país. Pero también sabemos -por la novela heroica y la mitología- que muchos Estados y dinastías ilustres se fundaron sobre un solar de sangre y fuego ilegítimo.

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Pirámides y rascacielos

El linaje de Terra Mítica no desmerece en la turbulencia de sus fundamentos. En dos artículos publicados el 15 y 16 de agosto en la edición valenciana de EL PAÍS, Vicente M. Monfort, profesor de la Universidad Jaume I, hacía un preciso inventario de pecados originales del parque temático, entre los que destacan, al margen de la licencia de obra concedida con sorprendente facilidad a un espacio arrasado por misteriosos fuegos, la confusa composición del capital financiador y propietario, no se sabe si del todo privado o en parte público, y, entrando ya en el campo de la hubris mediterránea, el propio emplazamiento del parque, que, en palabras de Monfort, desafía peligrosamente la orografía, la climatología y los escasos recursos hídricos de la zona.

Ahora bien, un origen dudoso no es -y nos lo ha enseñado la misma sabiduría de los antiguos clásicos- impedimento de un buen fin placentero. Estamos, pues, en una mañana de sol y brisa suave a las puertas del recinto, y el recibimiento alarma. Para ser éste un país de primorosos escultores del cartón piedra, las cinco estatuas de la rotonda resultan fofas y amaneradas; tan sólo el hombre micénico tiene cierta prestancia guerrera, al lado de la Cleopatra bañada en un dorado pastelero, el discóbolo descuajaringado, la chuchurría dama ibérica y el empalagoso emperador romano. Ese primer susto se desvanece enseguida, en cuanto, sin esperar ni un segundo, el visitante compra su billete de entrada y accede por una puerta triunfal convincentemente egipcia al primer gran lugar mítico: el puerto de Alejandría, con su bien hecho faro, sus aguas limpias, sus embarcaciones para pasear al turista, ese argonauta moderno, y un atrezzo que, como toda la escenografía que decora el parque, alcanza niveles de diseño y acabado excelentes.

Terra Mítica está configurado en cinco grandes espacios no sé a ciencia cierta si históricos o sólo para-históricos: Egipto (Tierra de faraones), Grecia (El lugar de los dioses), Roma (La frontera), Iberia (La orilla cálida) y Las Islas (El gran viaje). Los homenajes son inevitables: a Mérida y su puente romano, al género del peplum, a los tebeos franceses, al Caballo de Troya, que no permite emboscados en su estómago de lamas, pero sí estupendas fotografías junto a las patas. Hay en los pabellones más didácticos bastante realidad virtual, pero lo que impera es el bulto redondo:colorido fuerte, gran volumen, buena materia palpable. Las tramas de las atracciones argumentales no son maravillas de la narrativa, pero en general se ve en Terra Mítica una adecuada cabeza rectora y un ojo listo para los golpes de efecto teatral y cinematográfico. (Recomendación personal: aunque la historieta de los gladiadores en el Circus Maximus es ñoña de acción y diálogo, no se pierdan el espectáculo. El circo está estupendamente reproducido, y los dos grandes monstruos bélicos que aparecen son de una belleza para mí superior a las del mundo jurásico y galáctico de Spielberg y Lucas).

No me hago el valiente, pero tampoco sea usted tan cobarde.El Vuelo del Fénix, que significa caer de golpe desde lo alto de una columna de 54 metros, da zozobra cuando, sentado ya sin remedio en la plataforma de subida, ves a tus pies entera la provincia de Alicante; la adrenalina no sé ahora si te sube o te baja, mas ya ven que estoy aquí para contarlo. Otro must: las sillitas volantes, que en Terra Mítica se llaman grandiosamente Los Ícaros y te permiten un plano general acelerado muy surrealista, con la pirámide, el obelisco y la demás parafernalia neoclásica del parque y un fondo agresivo de rascacielos benidormíes.

No sólo nos tiramos por los abismos en las diez horas. En algún momento había que comer, y la oferta es tan amplia y tan étnica que fuimos a lo fácil, la cómida rápida del chiringuito Pica Picae (en Terra Mítica la filología también se da sin lágrimas). Luego no fue tan rápido, pero la espera del self-service está deliciosamente amenizada por unas vestales danzantes y unos forzudos malabares con el sello de la emigración este-europea en sus rubios rostros.

Vicente Molina Foix es autor de, entre otros títulos, Mujer sin cabeza (Plaza & Janés) y El novio del cine (Temas de Hoy).

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