LA 'GISELLE' DEL BOLSHOI EMOCIONA EN SANTANDER
La magia de la danza clásico-romántica, de la que carecemos en España por la tozudez de una administración cultural burocratizada, sobrevoló la sala Argenta con su mensaje de amor y redención. Los trajes diseñados por Hubert de Givenchy y realizados en los talleres moscovitas para el primer acto de Giselle son piezas de alta costura -el propio diseñador ha reconocido que no tiene realizadoras en París de ese fuste-. A las ricas telas (sedas tornasoladas de Flandes, terciopelos de doble apresto, cuentas de cristal facetado y otras delicadezas) se une un dibujo propio del estilista parisiense: sobrio, a veces atemporal, sin rechazar cierto aire ancien regime o mezclando discretamente épocas y para cumplir su cometido al fusionarse a los ya clásicos decorados que Borís Volkov concibiera y pintara en 1944, y que aún se usan, restaurados cada cierto tiempo con el mimo y la atención de quien consolida un lienzo de caballete.Volkov, en plena II Guerra Mundial, hizo las primeras acuarelas para los dos actos de Giselle por encargo de Leonid Lavrovski. Hay un esmalte general en esta Giselle que no es vejez, sino noble pátina y más de 200 años de tradición balletística. A veces, quitar el polvo a un clásico es violentarlo.
Vladímir Vassiliev, director general del Gran Teatro Bolshoi de Moscú, y su mujer, Ekaterina Maximova, estuvieron en la plaza Porticada santanderina en 1980. Y se vendieron entonces las casi 4.000 localidades, como ahora todas las entradas para estas cuatro funciones del Bolshoi de Moscú. Aquella pareja en la vida y en el arte eran el paradigma de la escuela de Moscú: elegantes, virtuosos y gentiles sobre la escena. La nueva generación del Bolshoi vuelve, tras dos décadas oscuras, a tener aquello, un conjunto de estímulos teatrales y estéticos que hacen que se ame y se respete el ballet como un arte imperecedero. E imperecedero es el repertorio en todas sus vertientes. Entre las dos obras representadas aquí, La bella durmiente y Giselle, hay un abismo formal y dos universos estéticos muy diferenciados, pero igualmente grandes. En Giselle se impone un adaggio y un pianissimo como quedo sentir melódico y expresivo que recita a ese amor desgraciado desde los ecos de la viola del segundo acto a toda la obra.
Esta Giselle está llena de significados: une pasado y presente del Bolshoi, fue la última colaboración de Galina Ulánova (protectora de Vassiliev y Maximova durante el posestalinismo) como asesora del montaje y se siente, como deseo mayor, un metalenguaje de esperanza, de ver un claro en el bosque y seguir adelante.
Hubo grandes emociones dadas generosamente por Svetlana Lunkina, de 21 años, en una Giselle tierna, alargada en sus equilibrios; un Albrecht de Nikolai Tsiskaridze, de 24 años, tan particular como él mismo -desde que surgiera el encumbramiento internacional de Vladímir Malájov en Viena hace unos años, Moscú no daba un artista de estas características - y cuyo único error está en desatar la bravura sin contenido dentro del contexto romántico- y una sorprendente Myrtha Reina de las Willis de Maria Alessandrova, de 22, con un salto de proyección excepcional y un dominio de la escena brillante en su breve y estricto desplazamiento sobre las puntas. Podía citarse hasta la gentileza de Serguéi Bobrov en su Wilfred, bordando las partes de pantomima.
Los cambios de Vassiliev son menores y algunos critican la estabilidad del primer acto que, por suerte, se impone en su clasicismo (baile de carácter eslavo, cambio de posición numérica de la variación de Giselle, exceso de protagonismo bailado del Hilarión el Guardabosques, paso de los vendimiadores sustituido por un paso de ocho al estilo de las versiones anteriores de Schaufuss y Alonso), y es por esto por lo que la crítica moscovita fue implacable y en exceso celosa con el reciente estreno. En el segundo acto se respeta a Lavrovski a la letra y la Giselle de toda la vida finalmente perdona. La bailarina, etérea, condenada al silencio, vuelve a escena con un enorme ramo de jacintos (esa flor de muerte) y lo arroja a los pies de su destino encarnado en la cruel Myrtha. Después se abandona al sueño y desaparece mientras Albrecht llora su error y lo que perdió entre hermosos y musicales saltos.
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