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Juegos de cocina

Idólatras del sorbo

"Idólatras del sorbo", llama Quevedo a los consumidores de chocolate, que en aquella época se contaban por multitudes. Luego señala que estos grandes bebedores, "se elevan y lo adoran y se arroban", con la contemplación y uso del brebaje.Devino locura en aquellos y posteriores años el consumo de chocolate. Aquellos granos que le fueron ofrecidos a Cortés cuando llegado al Imperio Azteca fue considerado un dios por su porte y su forma de vestir, no tardaron en importarse a España para que tostados, molidos y combinados con agua, azúcar y canela, se convirtiesen en la bebida favorita de la realeza. Ya lo era desde tiempo inmemorial en el Continente descubierto, donde el dios Quetzacoatl, barbudo como Cortés, lo había enviado a la tierra como premio a sus adoradores. Las semillas del cacao, patrocinadas por tan alta magistratura, tenían todas las bendiciones, y su utilidad no quedaba reducida al consumo como bebida, sino que era moneda corriente, y como tal servía para efectuar transacciones comerciales. Existen datos que prueban la veracidad de este aserto, y el precio de diez granos de cacao por un conejo, cotización oficial, da idea del valor de la moneda.

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La costumbre se instaló muy pronto entre los conquistadores españoles y los colonos que les siguieron, -hasta Cortés tenía de forma permanente una jarra con chocolate en su mesa-, y si seguimos a los escritores de aquella época, que conocieron en directo el desarrollo de la colonización, nos daremos cuenta de tal realidad. La afición al agua con cacao era tan importante, que Acosta señala en su Historia de las Indias: "El principal beneficio de este cacao es un brebaje que hacen, que llaman chocolate a su modo, que es cosa loca lo que en aquella tierra le precian, y las Españolas hechas a la tierra se mueren por el negro chocolate".

Sabemos que los indios lo mezclaban para tomarlo con distintos aditamentos, como la pimienta picante, que le proporcionaba una sobredosis de potencia al líquido y al que lo consumía. Para rebajar tales fuegos, se buscó de combinar el cacao con sustancias suavizantes, y las monjas misioneras españolas parece que fueron las primeras en sustituir la pimienta por leche o nata, invento que con el devenir del tiempo daría lugar a una de las más florecientes industrias suizas.

Fueron los cistercienses los monjes que lo trasladaron a nuestro Continente y se encargaron de introducirlo en la Corte, donde enseguida ganó adeptos. La cantidad de consumidores entre la realeza española no tiene fin y como ejemplos significativos señalemos que Luis XIII de Francia conoció la bebida por su casamiento con la Infanta española Ana de Austria, que lo aportó al matrimonio, y que Carlos III de España tenía para su servicio un recipiente de plata que le servía de chocolatera en el que se podían confeccionar 23 kilogramos del producto; y se utilizaba todos los días.

Pero la bebida también satisfizo al pueblo llano, y con mayor o menor calidad en función de las posibilidades económicas, se consumía en todos los ambientes. Un escritor tan costumbrista como Galdós refleja en muchas de sus novelas dicha afición, llegando a la conclusión de que el siglo XIX español se nutre de forma fundamental con este producto. La frase: "Sin esta pasta frailuna, no pueden vivir los españoles", muestra de forma fehaciente la veracidad de tal aserto, que hoy nos impresiona tanto por el hecho que refleja, como por su repentina desaparición en las costumbres culinarias. El chocolate evoluciona a su paso por Europa, y lo hace perdiendo líquido, concretándose. Se consume el producto, pero en forma sólida, en tabletas, en polvo para mezclar con la leche. Hoy forma parte de la pastelería con gloria, mucho más que con dignidad, pero ha perdido a favor de otros productos como la leche el favor del público. Ya no se utiliza como desayuno o merienda, mezclado con pasteles y con churros. Sólo en los más clásicos ambientes, o en celebraciones nostálgicas, se puede observar el rito de la tacita de chocolate espeso, con burbujas y humeante.

La bebida de los dioses, "theobroma", como la calificó Linneo en su libro Systema Naturae, ha dejado de serlo para nosotros, en todo caso será manjar o crema de dioses.

Pero sin éxtasis, no podemos llegar a pensar que se producirán en nosotros maravillosos efectos después de degustado. No podemos asumir como el famoso gastrónomo francés Brillat-Savarin que con el chocolate será feliz, y pese a las circunstancias: "Todo el que haya empinado con demasiada frecuencia la copa de la voluptuosidad; todo el que en su trabajo hubiese invertido parte considerable del tiempo que debió destinar al sueño; todo hombre de talento que temporalmente se vuelva tonto; todo el que sienta el aire húmedo, el tiempo largo y pesada la atmósfera, y por último, todo el que, atormentado por una idea, esté privado de pensar libremente".

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