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Entrevista:La memoria del futuro / 5

Nuria Espert, actriz "Me dan ganas de armar el taco" Juan Cruz

Juan Cruz

Nuria Espert quiere hacer algo "que remueva las aguas tranquilas" de la sosegada escena española. Es la ilusión de esta entusiasta dama del teatro de Europa.Pregunta. ¿Seguiremos viendo teatro en un patio de butacas o en un gallinero, con unos actores, encima de un escenario?

Respuesta. Estoy segura de que se verá, y estoy segura de que será en un lugar hecho adrede para eso, que no sé cómo será; en anfiteatros, y en teatros viejísimos, teatros a la italiana, y se verá en los viejos teatros griegos y romanos del mundo, y en otros lugares adecuados a las nuevas formas que tomará y que no puedo imaginar. Acabo de regresar de Delfos. Además de todo lo que había allí alrededor del teatro, lo que resultaba magnífico eran los espectáculos. Dicen que por una cartelera teatral se sabe qué es lo que le pasa a un país.

P. ¿Qué idea da la nuestra?

R. No muy alentadora. Da una idea muy conservadora del público y de la profesión. Tenía más embestida la idea que dábamos desde 1969 a 1975, me parece.

P. ¿Por qué ha pasado esto?

R. No lo sé, quizá al teatro propiamente dicho se le añadían entonces unos elementos que ya no existen afortunadamente, pero que no hemos sabido sustituir.

P. ¿Cómo el teatro va a aguantar la presión de la televisión? ¿Cómo puede el teatro hacer que la gente no se quede en casa?

R. Lo está haciendo en el mundo entero. La televisión lleva muchos años funcionando y nos daba pavor cuando apareció. Ahora parece que cada uno tenemos nuestro espacio. Los espectáculos de éxito sacan a las gentes de la casa, y aparcan el coche, y cenan fuera, y duermen a deshora para ver todavía eso que es un espectáculo en vivo.

P. ¿Qué ha pasado en este país para que la nueva vida democrática no haya generado un entusiasmo por la cultura teatral? ¿En qué se han equivocado las administraciones?

R. Creo que la vida política, su fascinante novedad a partir de 1977, lo mucho que esperábamos de ella, llenó absolutamente todo el espacio social del país, y cuando lo empezamos a saborear con más tranquilidad y a ser capaces de ser más críticos con eso que tanto tiempo se nos había negado, los políticos y la profesión no supimos darle el lugar que le correspondía... Todos los hombres de la cultura creo que se sienten maltratados por este nuevo periodo...

P. ¿Cuál fue la razón de ese desencanto de los artistas?

R. Nos dimos cuenta de que no había el menor interés por elevar el listón espiritual del país.

P. Y ahora, ¿qué pasa?

R. Pues ahora yo creo que estamos cada uno en nuestra casa, muy solos, viendo cómo transcurren los años.

P. ¿Qué consecuencias tiene esa dejadez hacia la cultura?

R. Tremendas, yo creo que tremendas; me parece que eso que dice Aznar de que España va bien -no me estoy riendo de ese enunciado, porque hay algunas cosas que pienso que van mejor de lo que iban-, responde a cosas que se han hecho en ocho, en diez, en catorce años, en lo que sea, y es verdad que el país está en un momento buenísimo, pero yo creo que está sin... sin alma.

P. ¿Qué aportaría a una sociedad como la nuestra un teatro más vital?

R. Sería reflejo de que está en una sociedad más vital y más pujante; un país no se refleja sólo en la bolsa o en el producto interior bruto.

P. Y aparte de conservadora, ese alma que se ve en la cartelera española, ¿qué revela?

R. Que no quiere ser molestada...

P. ¿Y ahora usted ve un teatro que se esté haciendo al que se le vislumbre un futuro espléndido en este país?

R. No, no le veo un futuro espléndido al teatro en nuestro país; veo a los profesionales más esperanzados y arrojados que hace unos años, veo como si la gente se empezara a desperezar y a despertar; ahí incluiría a algún empresario...

P. Ahora el mundo del teatro se ha hecho conservador.

R. El mundo del teatro..., ya no se sabe bien cuál es el mundo del teatro... Ha encontrado una especie de mina del rey Salomón en la televisión, lo cual permite que la gente viva mejor; el trabajo es insuficiente para el número de profesionales que tratan de vivir de él, es decir, hay un overbooking tremendo. Eso hace que nuestras vidas tengan una apariencia boyante, pero lo que permite tener un nivel de vida tan alto no es el teatro. Hay falta de riesgo, eso es lo que quiero decir cuando hablo de la pérdida de los alicientes. Mucha gente que hacía teatro fuerte y arriesgado, lo hacía más bien porque quería llegar a una sociedad que estaba demandando eso. Ese impulso tenía que haber sido sustituido por otro: teníamos que haber dicho "yo quiero levantar el nivel espiritual y cultural de mi país", y eso no se ha producido, se ha quedado más bien en "yo quiero hacer una obra, lo mejor posible, y que venga a verme la gente"...

P. ¿Cuál tendría que ser el riesgo del teatro?

R. El teatro tendría que llenar un ocio que no se puede llenar ni con libros ni con un concierto mágico en vivo; eso no se puede enlatar, eso no se puede reproducir, eso que empieza y termina esta noche, cuando se consigue esa comunicación.

P. Considera que en España vivimos un mal tiempo. ¿No tiene eso algo que ver con la educación que reciben los nuevos espectadores? ¿Se prepara a la gente para que aprecie el teatro?

R. Creo que otros países, como Alemania, Inglaterra o Francia, tienen más tradición que nosotros. Siempre hablamos de teatro español, estamos hablando de hace 400 años, y de un periodo bastante corto; después vino la nada, y después vino la época de la República... Ahora nos parece que aquello era el no va más, pero no estaba tan bien el teatro de aquel momento. Pocos y muy poco tiempo: eso lo hemos magnificado muchísimo. Pero no es tan brillante. Después viene la nada posterior a la guerra civil. En los sesenta empiezan ya a removerse las aguas, y... llega un brevísimo periodo, intenso y espectacular, que es el final del franquismo...

P. Ahí fue donde Nuria Espert revolucionó la percepción del teatro.

R. Pero gracias a Víctor García sobre todo; la Xirgu encontró a Lorca, yo encontré a Víctor García. No estoy comparando, pero para ambas fue verdaderamente una catapulta que nos hizo parecer más grandes de lo que éramos, la verdad.

P. Y cuando una actriz como usted, dentro de setenta años, ¿qué recordará de una situación más bien decrépita en la que había algunas personas como usted o como Marsillach que elevaron el teatro?

R. Yo creo que Adolfo y yo y algunos grupos independientes seremos considerados con muchísimo respeto por todo lo que hicimos al final del franquismo. Después todos hemos tenido éxitos, pero yo pienso que seremos recordados por lo que hicimos en aquel momento, en el que competíamos, pero teníamos dentro una fuerza interior, como un río interior inolvidable...

P. Cuando usted ve esta esa situación acomodaticia y demasiado sosegada del teatro con respecto al teatro de nuestro entorno, ¿qué sensación le produce?

R. Me dan ganas de armar el taco. En este momento de mi vida me dan ganas de ser capaz de hacer algo que remueva las aguas tranquilas...

P. ¿Está en un proyecto?

R. Sí, estoy en un proyecto y quizá se me hunda la barca en él de tanto como se remuevan las aguas...

P. ¿Sigue siendo una persona entusiasta o la vida le ha quitado el ámbito de ingenuidad que es necesario para ser entusiasta siempre?

R. No me gustaría ser entusiasta siempre a los 65 años. Pero sí, soy entusiasta cuando creo en aquello que hago o creo saber lo que tengo que hacer. Soy entusiasta cuando amo algo que hacen los demás. Pero entusiasta todo el tiempo sólo se puede ser a los 18...

P. ¿Qué preguntas tiene pendientes entre las grandes preguntas que se ha hecho?

R. No soy una filósofa, soy una artista. Una gran pregunta que me hago es si he hecho bien las cosas importantes de la vida, si me he portado bien con la gente... Esas son mis preguntas.

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