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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Candidato Gore

Al Gore tiene mucho a su favor para ganar, pero no es seguro que vaya a conseguirlo. La Convención Demócrata de estos días ha confirmado ambas cosas. La filtración en plena convención de que un jurado tendrá que pronunciarse de nuevo sobre el eventual procesamiento de Bill Clinton por el caso Lewinsky es una sucia jugada, como ha reconocido hasta el rival republicano de Gore, George Bush. Pero la noticia reabre una herida que, aunque incomoda a los ciudadanos, deseosos de olvidarla cuanto antes, sigue jugando contra el candidato demócrata.Hace muchos años que Estados Unidos no tenía un candidato a la presidencia tan cualificado como Albert (Al) Gore. Es hijo de un senador, tiene 24 años de experiencia política, de los que ocho han sido como vicepresidente; su inteligencia y su dominio de los asuntos más arduos son indiscutibles, su vida familiar es intachable, nadie le ha acusado nunca de explotar en beneficio personal sus cargos, trabaja infatigablemente y siempre ha adoptado posiciones centristas. Y nunca en la historia reciente de su país las condiciones han sido tan favorables para que un vicepresidente en ejercicio suceda en la Casa Blanca a su jefe. Nadie amenaza seriamente la paz de EE UU, el estado de su economía es excelente, el paro y la inflación están a niveles mínimos, la revolución tecnológica augura que el siglo XXI también será americano y no hay graves conflictos sociales y raciales. Con esos ingredientes, Gore debería tener casi garantizada a estas alturas la victoria en las elecciones presidenciales de noviembre. Pero no es así.

De momento, los pocos norteamericanos que se interesan en la campaña parece que dan por descontada la continuidad de la paz y prosperidad y se inclinan por escoger al futuro inquilino de la Casa Blanca en función de su personalidad. Y frente a la simpleza y simpatía de Bush es donde Gore tiene el problema.

La Convención Demócrata que acaba de clausurarse en Los Ángeles tenía como objetivo decir adiós a Clinton y presentar a Gore como el nuevo líder del partido y el candidato más seguro para garantizar que las cosas sigan como están e incluso vayan a mejor. También pretendía humanizar al personaje Gore, destruir la imagen de tecnócrata aburrido, cauteloso, cerebral y sin sólidas convicciones que de él tienen millones de sus compatriotas. En ese sentido, las intervenciones claves fueron las de gente como el actor Tommy Lee Jones, que fue compañero de dormitorio de Gore en Harvard, y Karenna Schiff Gore, la primogénita del candidato, que pusieron el acento en que el político de Tennessee es capaz de amistad y amor.

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En su discurso de clausura de la convención, Gore arrancó risas cuando declaró: "Conozco mis imperfecciones. Sé que algunas veces la gente dice que soy demasiado serio y hablo demasiado de temas de fondo". Pero inmediatamente ofreció su antídoto: "La presidencia es más que un concurso de popularidad, es una lucha diaria por el pueblo". Antes, había detallado un programa con mucha más sustancia que el de Bush: garantía de cobertura médica para los niños, ley que proteja a los pacientes frente a la avaricia de los seguros privados, reforma del sistema de financiación de las campañas electorales, uso del superávit presupuestario para pagar la deuda nacional, continuidad de sus cruzadas contra las tabacaleras y en defensa del medio ambiente y mantenimiento de la discriminación positiva y del derecho al aborto. Y se había opuesto a las principales propuestas del candidato republicano: recorte general de impuestos, privatización parcial del sistema público de pensiones de jubilación y entrega de cheques a los padres que deseen enviar a sus hijos a escuelas privadas en vez de públicas.

Con concesiones al ala más progresista de su partido, dentro de un contexto centrista, Gore esgrimió el que va a ser su principal caballo de batalla electoral: "Ellos [los republicanos] están por los poderosos; nosotros, por el pueblo". Gore, que sólo hizo una alusión a Clinton y que se encargó de recordar que estaba allí "por sí mismo", quiere situar la batalla en el terreno de los programas y colocar en un segundo plano el de las personalidades. Pero jugadas como la filtración de las nuevas dificultades del actual presidente favorecen los intentos de Bush de presentar la eventual victoria de Gore como un tercer mandato de Clinton.

El momento decisivo llegará con los debates televisados que se librarán en octubre. Ahí Gore, que es excelente en este tipo de cara a cara, podría colocarse por delante. Será su ocasión para evitar ese extraño escenario, tan americano, en el que el mejor de los candidatos posibles pierda con el mejor programa de los probables y en el mejor de los momentos imaginables.

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