Habitantes de una ciudad 'vacía'
Ventajas e inconvenientes de quedarse en Madrid en julio y agosto, unos meses en los que el 75% de los ciudadanos 'huye' de la región
¿Qué tienen en común un carnicero que vende collares luminosos para niños en las fiestas, un chulapo de toda la vida, una joven informática, un taxista, un estudiante del MIR y los 160 internos de una residencia de ancianos? El asfalto de Madrid, las calles desiertas, el calor y la ausencia de atascos. También, en algunos casos, la soledad. Son parte de ese 25% de madrileños que, según una encuesta de la Cámara de Comercio, no salen de vacaciones en verano. Permanecen en la región y en ella sufren -o disfrutan, que de todo hay- la dureza climática de julio y agosto."Madrid siempre ha sido 'nueve meses de invierno y tres de infierno', pero todo es acostumbrarse", cuenta Dolores Álvarez, de 51 años y miembro de la Agrupación de Madrileños y Amigos Los Castizos. Dolores alza la voz mientras de fondo suenan los ritmos de una banda de música en la plaza de la Paja. Son las fiestas de la Paloma, y quedarse en la ciudad es "obligado". También para Luis Sanz, que a sus "casi 80 años" ha vuelto a embutirse, un agosto más, en su ceñido traje de chulapo. "La Agrupación es lo primero", sentencia, antes de que una compañera lo agarre por el brazo y lo encamine a la pista de baile. En septiembre se marchará unos días a Alicante, donde es invitado con gusto en muchos hoteles "a cambio de que baile chotis".
Unos metros más allá, algo apartados del espíritu festivo y con cara de menos amigos, Javier y María del Mar venden collares luminosos a la gente que baja por la carrera de San Francisco. Él trabaja como carnicero durante el año. Después, cuando llega el verano, va de fiesta en fiesta, de pueblo en pueblo, vendiendo esos distintivos que tanto gustan a los niños. María del Mar y la hija de ambos, de dos años, lo acompañan. "Sí, claro que nos gustaría irnos a la playa, pero hace años que tenemos que quedarnos aquí. Hay que sacar dinero para comer, ¿no?", musita Javier.
Las fiestas de los diversos municipios de la región son una de las ofertas más atractivas para los que no escapan en julio y agosto. Pero no es la única. Las ciudades quedan desiertas, y eso siempre tiene sus ventajas. A Isabel Inés, de 27 años y empleada en una empresa informática, se le ocurren unas cuantas: "Madrid se queda con la cantidad justa de gente para que no sea un infierno; el horario de trabajo es intensivo: a las tres estás en tu casa y tienes toda la tarde para hacer lo que quieras. Además, ahora las tiendas están vacías, y de rebajas; si te vas en septiembre, en la playa se está mucho mejor, y tienes más cerca las navidades; y con el aire acondicionado, el calor ni lo notas. Pero lo mejor de quedarse trabajando en verano es que te levantas y ya es de día". Isabel se irá en septiembre a Australia. "Sí, también por eso estoy tan contenta", admite.
Otros se quedan en julio, agosto, septiembre "y los que vengan". Como Alonso, un taxista que acaba de pagar la licencia - "más de 10 millones"- y tiene que pasar el verano "llevando turistas de museo en museo" para subsistir. O como Esteban Martín, que terminó Medicina en junio y prepara desde entonces el examen para ser Médico Interno Residente (MIR). Esteban quiere ser cirujano, y dedica al estudio "nueve o diez horas cada día". Detesta tener que madrugar en verano y hacer "de rodríguez" en vez de salir por ahí de noche, aunque reconoce que "lo de tener aire acondicionado en la biblioteca" es una suerte.
Pero hay también quien se queda en la ciudad porque todos sus meses son vacaciones. María García vive desde los 80 años en la residencia para ancianos San Camilo, en Tres Cantos. Ahora tiene 91, "y muchos proyectos, ¿eh? Y muchas ilusiones". Su hijo la llamó hace poco y le dijo: "Mamá, me voy a Santander, voy a reservar el hotel y cuento contigo". Ella le contestó que no. Pasará el verano en la residencia, junto a otros 160 ancianos.
"Mira, hija, yo es que siempre he sido de llegar a la playa a las diez de la mañana y no salir del agua hasta las dos de la tarde. Y ahora no podría, tendría que estar paradita en la arena, y mi hijo tendría que llevarme de la mano, y no, eso no me va... Yo es que soy muy independiente. Le dije que mejor me quedaba aquí". María recuerda muy bien los veranos de su juventud, cada año en una playa de España, en el norte, en el sur... "Me acuerdo de una foto en la que estoy con mi hijo, que tendría ocho o nueve años, en bañador y muy sonrientes. Que ilusionados se nos veía...", susurra, y se queda mirando el sol de agosto que se cuela por las cortinas de la cafetería. Fuera de la ciudad, muchos recogen los bártulos y preparan su vuelta. Ella sólo piensa en pasar otro día "tranquila y ocupada". Sonríe antes de decir: "Soy feliz".
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