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El círculo vicioso de la oposición serbia

Parece incomprensible que los líderes de la oposición serbia no sean capaces de proponer un candidato único para enfrentarse al actual presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, en las elecciones presidenciales del próximo 24 de septiembre. Sobre todo, porque es obvio que sólo un candidato común daría a la oposición la oportunidad de vencer. Milosevic ha puesto en marcha toda su máquina represiva para asegurarse el triunfo e implantar de modo definitivo una dictadura. Apoyado, como siempre, por sus principales cómplices, el Partido Radical Serbio y la Izquierda Unida Yugoslava, ha introducido cambios en la Constitución que le permiten perpetuarse en el poder por ocho años más; ha clausurado los medios de comunicación libres, ha acusado de traidores y colaboradores de la OTAN a todas organizaciones no gubernamentales que reciben ayuda económica del extranjero y, finalmente, ha demostrado la eficacia de los servicios de inteligencia del Ejército yugoslavo, apresando a ocho supuestos agentes occidentales, lo que, por descontado, servirá como prueba de la conspiración universal contra los serbios. Parece, en efecto, una burla sangrienta a la población descontenta con el régimen el nombramiento de dos candidatos en estas circunstancias catastróficas (uno, Vojislav Mihajilovic, por el Movimiento de Renovación Serbia, al que otros quince partidos agrupados en la Alianza para el Cambio reprochan su abierta complicidad con el actual presidente, a la vez que proponen un segundo candidato, Vojislav Kostunica). Las disensiones entre el monárquico Vuk Draskovic y el resto de la oposición sólo son explicadas a la opinión pública como si se tratase de la lamentable consecuencia del engreimiento de los líderes, de su odio mutuo o del desprecio elitista hacia la población, toda vez que las sanciones económicas y culturales impuestas a Yugoslavia por la comunidad internacional no se levantarán mientras Milosevic siga en el poder. Sin embargo, las razones principales de la falta de entendimiento político no se hallan solamente en los personalismos de los líderes de la oposición sino en los programas y estructuras políticas de los partidos que dirigen: tienen su origen en las circunstancias mismas en que estos partidos fueron fundados y en la anterior tradición política serbia."Mientras en el mundo entero la lucha política empieza a articularse y canalizarse, la nuestra todavía está en un estado de caos, donde no le mueve nada excepto la tozudez y los apetitos personales, donde se considera que todo está permitido: el regateo político, el cambio de opinión por la noche, raras alianzas y conciencia corrompida", escribió en 1906 el crítico literario Jovan Skerlic, referiéndose a la situación política de entonces en Serbia. Skerlic demostraba que la historia moderna serbia se caracteriza por fuertes conflictos políticos entre las dinastías enfrentadas, asesinatos de gobernantes y enemigos políticos, frecuentes revueltas que desestabilizaron y debilitaron al Estado serbio del siglo XIX. La primera Yugoslavia (1917-1941) no fue muy diferente. La "lucha parlamentaria" que acabó con el asesinato del croata Stjepan Radic por el serbio Punisa Racic durante una sesión del Parlamento (1928) fue el pretexto que utilizó el rey Aleksandar Karadjordjevic para imponer una estricta dictadura monárquica. Es evidente que la observación de Skerlic puede aplicarse también a la actual situación serbia, lo que hace pensar que estamos ante un fenómeno de larga duración. No hay que juzgar el comportamiento político de la oposición fuera de este contexto. Se diría que en la Serbia de finales del siglo XX, igual que un siglo atrás, no existen las condiciones para un auténtico pluralismo político.

Mientras existió el Estado comunista yugoslavo (1943-1990), el monopolio de un solo partido en todos los órdenes -político, económico y social- de la vida del país no permitió la mínima expresión de intereses contrapuestos en el seno de la sociedad yugoslava. Los partidos políticos que se fundaron después de la desaparición del comunismo no eran emanación de diferentes aspiraciones de distintos grupos sociales, sino producto de las ideas políticas, más o menos caprichosas, de sus líderes. Sin un modelo político alternativo, la estructura de estos partidos mimetizó la de la Liga Comunista. El líder encarnaba la idea salvífica y el partido se identificaba con él. Los líderes de las principales formaciones de oposición de entonces -Vuk Draskovic ( el Movimiento de Renovación Serbia), Zoran Djindjic (el Partido Democrático), Vojislav Kostunica (el Partido Democrático Serbio), Vojislav Seselj (el Partido Radical Serbio)- vieron en la desintegración de Yugoslavia la oportunidad de solucionar definitivamente la cuestión nacional serbia y propusieron a la población un programa idéntico: realizar el sueño nacionalista de reunir todos los serbios en un mismo Estado. Cuando el régimen encabezado por Milosevic se apoderó de ese programa y lo llevó a cabo con el apoyo del Ejercito yugoslavo, la oposición perdió su identidad ideológica, lanzándose a una competición con el régimen y entre ellos mismos, rivalizando en pureza nacionalista. De ahí su despreocupación en presentar programas políticos razonables, y su insistencia correlativa en subrayar los valores morales y las virtudes personales de los líderes, propuestos como ejemplos a imitar. El menú mimético ha tenido de todo: Draskovic se presentó como romántico y épico; Djindjic, como fotogénico y práctico; Kostunica, como honesto y humilde; Seselj, como fuerte e implacable.

Estos partidos se fundaron cuando el régimen poscomunista, obsesionado por mantenerse en el poder, evitaba desarrollar un sistema de democracia parlamentaria. El Gobierno de Milosevic organizó unas primeras elecciones libres (1991), pero más por la presión que sobre él ejercían circunstancias como el colapso general del comunismo y la aparición del sistema pluripartidista en otras repúblicas de la ex Yugoslavia que por una sincera convicción democrática. No garantizó las condiciones institucionales mínimas -leyes electorales, de financiación de los partidos, regulación de la libertad de prensa- para los comicios. Los medios de comunicación estatales definieron a la oposición como una "fuerza de caos y de locura", justificando de este modo una represión que se ejerció de modo sistemático, en la que destaca la salvaje intervención de la policía en las manifestaciones de 1990, 1991 y 1993, que acabaron con varios muertos.

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Así que los serbios votarán en las próximas elecciones por el mal menor. El nacionalismo serbio ha sido derrotado en las cuatro guerras de la pasada década, en cuya génesis y desarrollo la oposición no ha sido del todo inocente. Por eso, sólo se puede elegir entre la perpetuación de la dictadura de Milosevic, el aventurerismo de Draskovic o un tímido atisbo de transición democrática, que quizás tendría alguna oportunidad con Kostunica.

Mira Milosevich es socióloga serbia.

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