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Reportaje:PANEL DE AGOSTO

Excursión al techo de Madrid

Paseo por la cumbre de Torre Picasso, el más elevado de los grandes edificios capitalinos y emblema del estirón de la ciudad

Hay un Madrid muy altivo, pero desconocido y solitario. Es solitario porque recibe pocos visitantes, y desconocido porque el vértigo que provoca ahuyenta a los osados que tratan de conocerlo: es el Madrid de los rascacielos. Pese a no figurar ninguno de los altos edificios madrileños entre los cien más elevados del mundo, desde su enaltecimiento miran por encima del hombro a las demás casas, a la vez que se acreditan como emblemas de una ciudad en expansión vertical mitigada. Es un Madrid formado por apenas una veintena larga de edificios que componen un club selecto. Ese mundo comienza a partir del vigésimo piso de las construcciones más prominentes, en torno a los cien metros de altura.Desde ese rango, las ilusiones ópticas del observador le permiten hablar casi de tú a tú a la cumbre de Peñalara, de 2.430 metros, el techo natural más alto de la Comunidad de Madrid. De los techos levantados con aluminio, cristal, hierro y piedra por la mano del hombre en Madrid, el más descollante es Torre Picasso, en el complejo Azca, junto al estadio Bernabéu y el paseo de la Castellana.

Los rascacielos surgieron en Madrid en los años treinta del siglo XX, con un edificio que hoy pudiera considerarse paleología arquitectónica situado en la calle de Peligros, 2. Apenas tiene una docena de plantas, pero muestra un porte rematado por añejas celosías y pináculos neogóticos que remarcan el cóndor de alas erguidas en diagonal que corona su soberbia cúspide. Asomarse a sus terrazas suscita una visión del Madrid de las buhardillas y los tragaluces. Nada que ver con la visión que se abre a los pies de quien se encarama hoy hasta la cúspide de Torre Picasso, como Carlos Aliaga, de 29 años, soltero y madrileño, empleado de la empresa de limpiezas de FCC que bruñe casi a diario la superficie de la torre.

"¿Qué siente cuando comienza a limpiar la fachada desde la góndola, 150 metros encima del vacío?", se le pregunta. Y ya desde dentro de la góndola, que se balancea para emprender su aterrador viaje de descenso por la fachada sur, Aliaga responde con serenidad: "Respeto".

Su compañero nigeriano Paul Iwuala, de 32 años, dice por su parte: "Aquí arriba sólo pensaré en trabajar", y exhibe una sonrisa. Es su primer día en este menester, a esta altitud; con atención recibe el adiestramiento de parte de Aliaga, veterano en esta lid: dos meses navegando en la góndola.

El techo de Madrid tiene por superficie 44 pasos de varón adulto por otros 23 que enmarcan un helipuerto. Precisamente estos días comienza a ser pintado de amarillo. Dos lechadas de distinto tono señalan la búsqueda del color definitivo para distinguirlo a las miradas de los pilotos. Visitar la cúspide de los rascacielos de Madrid exige, en ascensor, 22 segundos hasta alcanzar la planta 43. Las dos superiores son una de servicios y otra para el helipuerto. Los elevadores pueden ascender a una velocidad de seis metros por segundo, que deja las orejas de sus usuarios suavemente coloradas. La torre se elastiza con una inclinación en la cúspide de unos 80 centímetros, según explica el ingeniero asturiano Jaime Tejerina, de la empresa Valderrivas, propietaria del edificio. Cada planta fue construida, según el experto Adolfo Rodríguez, con 600 metros cúbicos de forjados de hormigón aligerados con arlita. "Una maravilla de la ingeniería", dice.

Los rascacielos obedecieron a una moda arquitectónica que surgió en Estados Unidos, concretamente en Chicago, a finales del siglo XIX. La escasez del suelo y la ambición comercial de las firmas se conjugaron para hacerlos crecer vertical y altivamente. Su hechura fue posible gracias a una feliz combinación de acero, hormigón y cristal. Y al trabajo de obreros especializados desprovistos de miedo. Pronto proliferaron en todo el territorio estadounidense, y Nueva York, en la etapa de entreguerras, llegó a ser su sede imperial. El Empire State Building, levantado en 1931, exhibió durante décadas la marca mundial entre los más altos rascacielos, con sus 381 metros de altura. Un día de diciembre de 1945 su mole atrajo hacia sí a un avión militar, un bombardero B-25, con 14 ocupantes a bordo, que se estrelló sin supervivientes contra su piso sesenta y tantos.

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Hoy, la cúspide mundial pertenece a la ciudad de Kuala Lumpur, capital de Malaisia. Las dos Torres Petronas, con 88 pisos y 460 metros, obra en el año 1996 del arquitecto argentino César Pelli, han llevado la cumbre de los rascacielos al continente asiático.

Quizá por ello fuera de nacionalidad japonesa el arquitecto Minoru Yamasaki, quien en 1974 ideara el más alto de los edificios habitados de Madrid, que lleva el nombre del pintor malagueño, "con Gagarin, el comunista que más alto ha llegado nunca", bromea Pablo Sánchez, un operario del polígono Azca. De menor altura, pero situadas 60 centímetros encima sobre cota, las Torres KIO rivalizan desde la plaza de Castilla con Torre Picasso. A lo lejos, desde sus 220 metros, sólo Torre España, el Pirulí de Radiotelevisión española, aguanta la mirada.

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