Fauna de rebajas
"¡Señora! ¡Cuando se sale, se sale!", le espetó una clienta que esperaba con los brazos cargados de ropa, en una larguísima cola ante el probador. "¡Es que habría que vigilar el tiempo!", sentenció otra. "No sé, un cronómetro, o algo así", apuntó mirando inquisitivamente a una dependienta. "Yo he dado mi turrrrrno", dijo otra clienta parpadeando nerviosamente y haciendo vibrar al unísono la voz, en un movimiento perfectamente sincronizado, que dejaba en evidencia la estupidez de alguien que no había "dado el turno". "Tan sólo quedan tallas enormes, alguna 36... Pero casi todas ¡42!", comentó una joven anoréxica y algo macrocéfala. "Claro, las que vienen 'acompañadas' lo tienen más fácil", añadió lanzando una mirada inequívoca a un marido, que singularmente hacía la cola de la esposa, mientras esta cargaba con alegría con docenas de paños. "Eso también se debería de regular", apostilló una señora de talla elefantina: "¡Entrada en el probador: ¡individual! ¡In-di-vi-dual!", repitió con brío sin apercibirse que en su caso la posibilidad contraria era más bien remota. "¡Eh! ¡Eh! ¡Qué cara! ¡Eh!", chillaron todas al unísono a una señora ya entrada en años, que con gesto despistado intentaba entrar en un probador que había quedado libre, saltándose la cola. La señora sonrió algo avergonzada, como descubierta de un acto de cleptomanía. En efecto, aquella viejecita, según manifestó poco después al marido de la señora, experimentaba un deseo enfermizo de saltarse todas las colas: "¡Tan sólo vengo a las Rebajas -le explicó con voz débil y algo viciosa- por estas soberbias colas!". El marido le sonrió: a él también le gustaban las situaciones excepcionales, porque tan sólo en éstas se manifiesta la verdadera naturaleza humana.
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