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Estampas y postales

El río muerto

Miquel Alberola

El turista que encuentre flojas las emociones que suministra el parque temático Terra Mítica puede compensar su decepción con una visita al río Segura. No le defraudará. Se encuentra a pocos kilómetros al sur de Benidorm, y sus puntos intrépidos son abundantes, aunque su paso por Rojales y Orihuela son los más suculentos. Más de 3.000 industrias murcianas, la mayoría químicas, conserveras y de curtidos, vierten sus residuos a menudo sin depurar al río, hasta lograr un caldo venenoso y fétido de primerísima calidad.Ésta es la cloaca más inmensa de España, por decirlo en palabras del profesor de Geología de la Universidad de Murcia Francisco López. O uno de los ríos más contaminados de Europa, por usar los términos del catedrático de Química Agrícola de la Universidad de Alicante Manuel Nieves. El contenido de cromo en el agua es 73 veces superior al que permite la ley, y el de cadmio supera en más del triple la cantidad que la Organización Mundial de la Salud considera altamente cancerígena. La contaminación no permite más vida en estas aguas que la de las bacterias anaeróbicas. Las burbujas que hierven en su superficie son sólo ácido sulfídrico.

El río ha sufrido un proceso inversamente proporcional al de la vida de las tierras por las que transcurre, que han mejorado en casi todos los aspectos en los últimos 20 años. Hasta bien entrados los años setenta, los ribereños se bañaban en estas aguas y las compartían con nutrias, galápagos, barbos, carpas, anguilas y mejillones de agua dulce.

Pero el trasvase del Tajo y las promesas oficiales respecto a las cantidades de agua que se iban a traer hasta La Vega Baja levantaron unas expectativas desbordadas en la agricultura. Los labradores roturaron nuevas tierras y las prepararon para recibir unas aguas que, por el contrario, nunca llegarían en las proporciones anunciadas. El aumento de demanda de agua trajo la disminución del caudal, al tiempo que en la ribera murciana prosperaban las industrias y las granjas porcinas, con unas 10.000 cabezas, y arrojaban sus desperdicios y desechos sin ningún tipo de saneamiento ni control al río Guadalentín, el principal afluente del Segura. Según la memoria del Plan Hidrológico de la Cuenca del Segura, la industria conservera aporta diariamente 12 toneladas de residuos al río; la industria agraria, tres y media; otras industrias, ocho, mientras que la aportación doméstica en sólidos es de unas 50 toneladas.

La disminución de las aportaciones de los embalses, la sobreexplotación y las sucesivas sequías han agravado la situación hasta el punto que esta ponzoña caldosa que los agricultores usan para regar sus huertas de frutas y hortalizas se ha quedado estancada. En esta charca negra que mata sólo de mirarla, el metal pesado que es el cadmio es incapaz de ser eliminado por el organismo y bloquea la absorción de hierro y calcio y se convierte en abono de anemias y osteoporosis. Un simple sorbo sería suficiente para convertirse en inmortal para siempre.

Hace unos años el poeta oriolano Miguel Hernández escribió que este río tenía un olor a madre que enamoraba. Sin embargo ahora apesta a muerte. Los vecinos de Orihuela y Rojales, y los de tantos otros pueblos, se han acostumbrado a ir por la calle con la nariz tapada y a vivir con las ventanas cerradas, incluso puede que en unos años se conviertan en seres anaeróbicos, pero no se resignan a que esta lengua mortífera que arrastra cerdos podridos y colchones de espuma no recupere el esplendor que inspiró a Miguel Hernández y que merece la dignidad humana.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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