Libros decristal
Para algunas personas, los libros son transparentes, igual que las ventanas. Para otras son sólo brillantes y opacos, como los espejos, y eso ya lo decía hace tres siglos C. G. Lichtenberg: "Un libro es un espejo, de forma que cuando un burro se mira en él no puede esperar ver reflejado a un apóstol".Quién se atreverá a llevarle la contraria a un sabio de la categoría de Lichtenberg, que no sólo era filósofo sino también profesor de Física, y por lo tanto podemos estar seguros de que una mitad de sus opiniones se basa en la imaginación y la otra mitad en la ciencia.
Para algunas personas, los libros son como ventanas y mientras los leen están dentro de ellos, de la misma forma que quien mira una tormenta es una parte de esa tormenta, aunque la esté viendo desde una casa, a salvo y seco detrás de un cristal.
Qué buena idea, entonces, ésa que han tenido en el Ayuntamiento para fomentar la lectura; qué idea tan lógica y tan razonable la de poner páginas de libros en los autobuses y los metros y los trenes de cercanías de la ciudad.
Iremos de Antón Martín a Moncloa leyendo un trocito del Quijote o de la Fábula de Polifemo y Galatea, de Góngora, pegados a la ventanilla, iremos de una de nuestras ocupaciones hasta la siguiente por la misma línea pero por un camino distinto y lo haremos sintiéndonos mejor, "entre espinas, crepúsculos pisando", como dice el genial don Luis. Puedo imaginarme muy bien esos viajes literarios y su mezcla exacta de realidad y ficción.
-He estado en Fortunata y Jacinta -le dirá un hombre a su esposa, al llegar a casa-. Luego me compré dos pares de calcetines en Cortefiel. El camino de vuelta lo he hecho con Miguel de Unamuno.
-Pues yo pasé por un soneto de Quevedo -le contestará ella-. Luego hice transbordo en Larra y llegué a La busca de Pío Baroja a eso de las cuatro y media. La Red de San Luis estaba imposible. Al otro lado de Larra, la grúa se estaba llevando un coche mal estacionado.
Hay quien dice que estas campañas culturales son inútiles, que sus resultados son nulos y se gasta en ellas un dinero que no sirve absolutamente para nada. Pero sólo lo dicen cuando de lo que se trata es de hacer que la gente lea, nunca cuando se trata de vender un lavavajillas, un refresco, una aspiradora, un coche o a un candidato. Dicen eso y dicen otras cosas, por ejemplo que los libros son un lujo o que son caros.
-Pero hombre, cómo van a ser caros -les contestas-, eso no es verdad. Si una novela cuesta más o menos lo mismo que un par de copas y menos que una comida en un restaurante mediocre.
-Pero si no comes, te mueres. Y si no bebes, te aburres.
-Si no lees, también te mueres. Te conviertes en una extraña subespecie, en un mamífero compuesto por extremidades, tronco y tronco.
Y en cuanto a lo del aburrimiento... -Intentas contraatacar, aunque en la mayoría de los casos es inútil, porque para entonces el otro ya te está mirando con ojos de burla y tiene una pantanosa mueca de conmiseración en la boca. Gente bruta y además feliz que siempre te hace pensar en aquella conversación de un relato de Tobías Wolff en la que un personaje le preguntaba a otro: "¿Qué diferencia hay entre la ignorancia y el desinterés?" Y el segundo le respondía: "Ni lo sé, ni me importa".
La falta de lectores está basada en la falta de costumbre. Si los libros dejasen de ser raros, empezarían a ser normales. Si fueran un objeto tan presente, tan repetido y tan indiscutible en la vida de las personas como los teléfonos móviles, las radios, los detergentes o las latas de conserva, también parecerían más necesarios. Y eso es justo lo que es esa idea de poner páginas de libros en los transportes públicos: una idea necesaria. Pongan los libros al alcance de las personas y tal vez algunas de ellas alarguen la mano para cogerlos.
A los que siempre les parece mal todo, también les parecerá mal esto. Obtusos y contentos, irán hacia el trabajo en un autobús y, en lugar de mirar el poema de Lorca pegado en la ventana, mirarán para otro lado, para un cristal vacío.
Lichtenberg y yo nos apostamos lo que quieran a que la imagen que van a ver reflejada en la ventana no va a ser la de un apóstol.
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