Los rituales letrados
Leer en verano, ésa es la gran liturgia de los laicos cultivados, que sólo leen en vacaciones para cumplir el rito pascual de comulgar al menos una vez al año. Y es que, no habiendo televisión de veraneo, hay que leer para rellenar el vacío del tiempo. Por eso los periódicos se disfrazan de revistas literarias, cubriendo sus flacas páginas de cuentos, narraciones y microrrelatos. Y también los profesores nos transmutamos, suspendiendo los sesudos análisis hasta el curso que viene y ensayando mientras tanto perezosos artículos indolentes. Pero, para hacerlo con propiedad, nada mejor que escribir sobre letras, divagando acerca del próximo destino lector. Los moralistas elevan su denuncia profética contra la inminente extinción de la virtud de leer, asfixiada por el vicio audiovisual que reduce la lectura a ocioso rito accesorio. Y los pragmáticos señalan que nunca tanta gente leyó tanto, pues el consumo lector se ha hipertrofiado (aunque, al democratizarse masivamente, la calidad media de la lectura efectiva se haya por ello atrofiado). Pero a quién creer: ¿a los apocalípticos o a los integrados?En realidad, el hábito letrado (el hábito de leer y el de escribir), es una máquina del tiempo que permite conjurar el incierto fluir del curso vital. Y ello lo hace tanto a la pequeña escala del corto plazo, articulando entre sí los fugaces segundos que laten a cada paso (micro ritual cotidiano), como a la gran escala del entero curso vital contemplado a largo plazo, proporcionando argumentos narrativos capaces de programar la construcción del propio destino personal (macro ritual biográfico). En el primer sentido micro ritual, el hábito letrado es heredero de la voz y la oralidad, a través de un linaje de rezos, poemas, canciones, chistes y charlas que actúan como cualquier otra virtud o cualquier otro vicio. Por ejemplo, el del tabaco, pues a estos efectos leer es como fumar. El filósofo Son Elster escribe en su libro Egonomics (Gedisa, 1997, 154): "Yo era un gran fumador hace veinticinco años, y recuerdo vívidamente cómo toda mi vida se organizaba alrededor del hecho de fumar. Cuando las cosas marchaban bien, iba en busca de un cigarrillo. Cuando las cosas andaban mal, hacía lo mismo. Fumar era un rito que servía para subrayar los aspectos sobresalientes de la experiencia y para imponerle una estructura a aquello que, de otro modo, hubiera sido una confusa cascada de acontecimientos. Me ayudaba a adquirir un sentimiento de dominio, de que controlaba los acontecimientos y no estaba sometido a ellos. Mientras escribo estas líneas puedo reactivar esquemas corporales que, hasta cierto punto, se parecen a ese anhelo vehemente. Se trata de un deseo de orden y control, y no de una experiencia relacionada con la nicotina". Pues bien, donde Elster dice fumar o fumador, pongan ustedes leer o lector, y también escribir o escritor. Así tendrán mejor comprensión del vicio que afecta al letraherido comodeseo de orden y control.
Pero lo mismo sucede a escala biográfica en el segundo sentido macro ritual, que es el más propio de la palabra entendida como escritura. Leer o escribir, si se hace con constancia, espíritu de superación y acumulativamente, proporciona un programa argumentado de desarrollo personal que actúa a modo de hilo de Ariadna conductor, permitiendo orientarse en el arduo laberinto de la lucha por la vida. La narrativa interiorizada en la memoria hace de manual de autoayuda, como en Madame Bovary o La educación sentimental de Flaubert, pues el hilo de letras que baliza la memoria íntima permite seguir un determinado itinerario vital sin perder el hilo de la propia identidad. Éste es el esquema argumental de tantos cuentos populares como el de Pulgarcito, que revelan la misma forma canónica universal descubierta en su magistral Morfología del cuento por Vladímir Propp. Y ésta es también, en suma, la ilusión biográfica revelada en un texto célebre por Pierre Bourdieu. Objetivamente, la vida humana es un caos shakespeariano: "un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que carece de significado". Por eso, para superar semejante absurdo existencial, los humanos nos inventamos un argumento narrativo necesariamente ficticio, pero preñado de sentido personal.
Pues bien, los hábitos letrados (leer o escribir) actúan si-multáneamente tanto a nivel micro, pautando y regulando la experiencia cotidiana del flujo vital que transcurre en tiempo real, como a nivel macro, tal como quedan registrados y grabados en la memoria interior biográfica. De aquí que el rito letrado sea una máquina del tiempo, capaz de vencer su incertidumbre, congelarlo a voluntad y retrasarlo o acelerarlo, estando además predispuesta para imaginar cualquier posible futuro anticipado. Ahora bien, que ambas dimensiones rituales (actual o instantánea y lineal o programada) coexistan a la vez no quiere decir que sean armoniosas ni que tengan el mismo poder. Aquí nos enfrentamos a la vieja oposición entro la voz oral y la palabra escrita, siendo lo más común que ambas dimensiones se contradigan o superpongan, predominando una sobre otra. Y la jerarquía entre voz y palabra cambia y varía según la época histórica y la etapa del curso de vida.
Hasta la eclosión de la modernidad, oralidad y escritura eran dominios separados por una estricta segregación estamental. Pero hace doscientos años estalló la llamada revolución de la lectura, que infundió por mimetismo clasista hábitos lectores acumulativos destinados a programar disciplinadamente la conducción metódica de la propia vida. Por eso surgió la novela burguesa decimonónica, centrada en la predestinación calvinista del héroe individual weberiano, tal como argumentó su discípulo Georg Lukács en su Teoría de la novela. En consecuencia, el uso micro ritual de las letras quedó subordinado al dominio absoluto del rito lineal destinado a programar el entero curso biográfico. Pero el individualismo decimonónico ha terminado por perder su sentido a finales del siglo XX. La época del oficio vitalicio, la vocación unidimensional y la familia indisoluble, cantada por Weber, ya ha pasado. Y en su lugar, a cada vida le corresponden varios oficios, varias familias y varios trabajos. En consecuencia, las vidas personales ya no son lineales ni continuas, sino fragmentarias, cambiantes y complejas. Por eso muere la
novela unilineal y estallan las narrativas posmodernas de la disolución del yo, herederas de Kafka y Joyce.
La unicidad letrada del yo que ahora se disuelve es tanto la del héroe narrado como la del autor narrador y la de todo lector. El yo plural del siglo XXI exige narrativas complejas, capaces de reintegrar el sentido vivido de las nuevas identidades emergentes, que son múltiples, contradictorias y confusas. Así se explica que los macro rituales letrados, que programaban un curso de vida unilineal, se vean eclipsados por el nuevo predominio de micro rituales episódicos, inspirados en la inmediatez, el pluralismo y la oralidad. Antes que leer argumentos con sentido aplazado, la gente prefiere empaparse de titulares de prensa y charlas audiovisuales. Algunos se quejan de esta decadencia de la lectura, alarmados por el descrédito de la narrativa unilineal que es consustancial al posindividualismo de vidas divididas, fragmentarias y dispersas. Pues sin el auxilio de aquella narrativa individualizadora, las vidas posmodernas experimentan la corrosión del carácter que Richard Sennett ha rastreado. Y así se pierde también la ilusión biográfica de Bourdieu, lo que implica la quiebra del hilo de letras que daba sentido a la experiencia biográfica, endureciendo el propio carácter. Sin embargo, también se le puede dar la vuelta a esta interpretación melancólica o pesimista. Es cierto que ahora la lectura lineal se está perdiendo a causa de la corrosión del carácter generada por la descomposición laboral y familiar. Pero eso mismo determina que la lectura sea hoy más necesaria que nunca, para poder hilvanar y coser los fragmentos dispersos de la corroída continuidad vital. Lo que sucede es que esa tarea de síntesis ya no la puede hacer el hilván unilineal de Ariadna, sino el ritual tejer y destejer de Penélope. La nueva lectura del futuro será multilineal, contradictoria y coral. Y eso implicará el retorno al primer plano de los micro rituales letrados: el vicio de la voz inmediata que se pronuncia, se escribe, se escucha y se lee con la avidez con que se sorbe el alcohol y se aspira el humo del tabaco
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense.
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